Cuando me diste aquella carta mojada, viniste corriendo, sin aire, con tu sonrisa

enorme. La leíste y luego la apretaste entre mis manos, me dijiste que si alguna

vez dudaba, si me entraba el miedo, si sentía algún desespero y ganas de correr

bien lejos, la leyera, porque lo que escribiste ahí, lo sentirías hasta el último

día de tu vida. -Pensaba Emilia mientras desataba los lazos de sus zapatillas.

Le dolían los pies, el ensayo había durado más de lo previsto.

Pero entonces, te fuiste tú, tuviste miedo tú. Seis meses y yo sigo en esto,

extrañándote, leyendo lo que queda de esa carta aplastada y arrugada, mojada

de lluvia y de lágrimas, hoy sí la rompo, de hoy no pasa, la rompo, la quemo, lo

que sea, te destierro ya de mi corazón, estas zapatillas me están matando mañana

me traigo las viejas… este es el último lago de los cisnes, que bello pero ya, se va

contigo, se van los dos, quiero bailar otras cosas, me busco otra compañía, ya que importa,

si no estás, tu silla está vacía, estoy bailando sin tu rostro, tus aplausos, siempre en la

primera fila, tus flores… Lo peor, es que si llegas, si apareces, te voy a decir, quemé tu carta,

rompí tus fotos y después te voy a besar el cuello, te voy a morder los labios, te voy a contar

todo lo que lloré, todo lo que te odié amándote, si es que eso es posible, amarte después

de tu espantosa huída, pedirte que te quedes después de haberte largado con mi corazón

cosido en tu pecho, no me importa, quédate, sé que no vas a volver. Y si vienes y me dices

que te casaste o cualquier pavosada por el estilo… no vengas, no vengas más…

Emilia, esto es para ti. Llueve a cántaros, está mojada, la dejaron en la puerta.

No he soltado tu latido…

URL de esta publicación:

OPINIONES Y COMENTARIOS