Un Lápiz de Cera II

Un Lápiz de Cera II

Guillermo Sieder

30/06/2020

Es que hay veces que me gusta despertar antes del chaparrón de luz que trae el amanecer.
Es entonces cuando enciendo la tablet para estar más cerca de ese mundo de dos dimensiones que, en realidad, está tan, pero tan lejos.

Mi jefa olvidó la cámara conectada desde nuestra última conversación, en el cuadro que está en el medio de la pantalla veo cómo se quita el blazer azul, debajo tiene una camiseta musculosa negra. Claro, es pleno verano en San José pero jamás hubiera sospechado que, en nuestras charlas tan formales, tranquilamente podría andar en piyamas mientras yo solo vería su facha más elegante.
Alelado, miro sus hombros que se escabullen de su vestimenta antes oculta, ni huesudos ni regordetes, ni pálidos ni chamuscados por el sol de California, solo perfectos… ¿Hay algo más sensual que los hombros desnudos de una mujer? Por un instante me siento avergonzado. ¿Soy un fisgón? Me apuro a cerrar la ventana intrusa para reconstruir mi autoestima.

—¡Viejouuu…! Dice Fede en el ángulo superior izquierdo de mi pantalla, es su saludo diario.
Su sonrisa ilumina la cabina mucho más que la tenue luz de mi pantalla.
—Buenos dí
as bue
nas tardes o bue
nas noches, según
dónde estés aho
ra, viejo.
De pronto se congela su imagen y, poco a poco, se separa en múltiples cuadraditos que se desplazan y pierden.
Así son mis vínculos por aquí.
Las imágenes me llegan distorsionadas, intermitentes, tartamudas y ya me acostumbré a perder mis más añoradas libertades, transgredir las reglas, violar valores, discutir por discutir, mi inalienable derecho a ser malo si así lo deseara.
Se me ha alojado, sin permiso, un irrespetuoso Déjà vu que hace que todos los días sean iguales. Hoy sucederá lo mismo que ayer y que anteayer.
Mañana será una pálida copia deteriorada de lo que será hoy y me he entregado a la parsimoniosa manía de contar los días como un prisionero.

—¡Buenos tías Abuelito Mamita!
—¡Buenos días, Inger hermosa!
—¿Y qué tienes en la cabeza hoy?
«Absolutamente nada» pienso, pero digo —el Abuelito Mamita metió la pata en algo que hizo mal y todo el aire de esta nave se escapó. Se puso esta especie de pecera dada vuelta para poder respirar, pero no te preocupes, mañana lo arregla.
—A mí me encanta decirte todas las mañanas buenos tías Abuelito Mamita, chaauu.
Inusitada imagen perfecta, sonido perfecto, acento encantador.

Irrumpe el sol desvergonzadamente.
Tomo mi lápiz de cera para marcar el “Día 121” que está exactamente donde lo dejé ayer. Un exceso de entusiasmo lo parte en dos después del primer trazo y el trozo vuela perezoso, dando lerdos giros por toda la cabina.
Quedo absorto mirando la incompleta línea oblicua que tracé y el pedazo de cera que queda todavía en mi guante.
Una pataleta de tristeza me engulle. No me gusta perder nada, particularmente, de lo poco que hay aquí.
«¡Pedazo de idiota!», me increpo, «hay decenas de cajas llenas de lápices en cada tambucho de este recinto, vos mismo las pusiste allí para que nunca te faltaran»

Despierto empapado en sudor
Sé que la luz del velador no funciona y llego a tanteo a la llave de luz.
Aturdido, descubro que las paredes son blanquísimas, ni rastros de mi almanaque.
Desespero.
Refuerzo rápido las cintas de embalar que cierran herméticamente la ventana, no puede ingresar ni un poco de aire del exterior, siempre se despega en las esquinas.
Me apuro a llegar al estudio, hago lo mismo con la ventana y reparo en que está en idénticas condiciones, paredes blanquísimas, ni rastros de mi almanaque.
Sí, están mis libros.
Pienso en trazar otra cuadrícula.

¡Ahora mismo, dibujar las ciento veinte equis marcadas (mis ciento veinte días perdidos) y, agregar una nueva…ya!

Pero entonces caigo en la cuenta, en la aciaga realidad, de que no tengo siquiera un lápiz de cera para hacerlo.

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