Hoy es un día importante: es el cumpleaños de tu hermano Juan. Tú estás en tu habitación, delante del espejo del armario, intentando hacerte el nudo de la corbata, pero eres incapaz. La corbata es obligatoria para la ocasión, pero tu padre nunca te enseñó a hacerte el nudo y ya no tiene apenas trato contigo. Tampoco lo tiene con tu hermana, que no tiene que ponerse corbata, pero sí hacerse dos trenzas. El problema, en su caso, es que tu madre, que era quien se las hacía, tampoco tiene apenas trato con ella desde hace exactamente el mismo tiempo. Tú lo llevas mejor que tu hermana, pero aun así resulta un poco triste la situación que se vive en tu casa. Ella y tú os lleváis sólo un año –tenéis diez–, y hace tres que las cosas cambiaron drásticamente en vuestra familia. Tus padres apenas se hablan tampoco entre sí. Ella no sale de casa para casi nada, y él sale a trabajar a las ocho de la mañana y no vuelve hasta las nueve de la noche, por lo que ni siquiera comen ya juntos. Da igual, piensas, hoy es el cumpleaños de mi hermano Juan, y por ello cenaremos todos juntos un pavo enorme. La corbata por fin está medianamente bien anudada y decides salir de tu habitación. El olor del pavo traspasa el cristal del horno y sube por las escaleras hasta la entrada de tu habitación, señal de que en breve estarás sentándote a la mesa. Vas a buscar a tu hermana y la ayudas con el remate de las trenzas. Bajáis y, cuando llegáis a la gran mesa, donde antaño se celebraba casi cualquier nimiedad, vuestro padre está ya sentado y sirviéndose una copa de vino en silencio. Hace tres años que celebráis el cumpleaños de tu hermano Juan de esta manera tan singular, pues antes no era así. Mientras llega tu madre con el pavo, repasas en silencio los recuerdos de los cumpleaños pasados. Sobre todo los tuyos y los de tu hermana, que hoy en día ya no se celebran, y menos como el de tu hermano Juan. Recuerdas con cierto aire nostálgico las fiestas en el jardín trasero con los amigos del colegio, los globos, la piñata y, sobre todo, los regalos. No sabes cuánto hace que no te regala nadie nada, o sí lo recuerdas, pero prefieres evitar acordarte. Ni a ti, ni a tu hermana, pero ya lo has aceptado como algo normal. Tus padres viven ausentes, hace tiempo que no te dedican ni media sonrisa y tú lo tienes asumido, así que cómo no asumir la ausencia también de regalos. Por fin llega tu madre. Por orden, de mayor a menor, os servís cada uno un trozo del pavo y una guarnición de patatas asadas. A ti te toca la pechuga, igual que los últimos tres años, pero ya has asumido que así será para los restos y ya hasta te parece la mejor parte pese a que antiguamente te gustaban más los muslos. Como es el cumpleaños número siete de tu hermano Juan y, por lo tanto, es el menor, a él le tocan las sobras. Pero tu hermano Juan murió con cuatro, así que esas sobras te las comerás tú mañana junto a tu hermana. O tus padres, cada uno por separado. Paladeas cada bocado en silencio, como todos, haciéndote a la idea de que, hasta el año que viene, no volverás a sentir que tienes una familia.

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