La noche estaba húmeda y pesada, el sudor de mi cuerpo ya dejaba huellas en mi ropa, las manchas de transpiración en mis axilas demostraban el feroz calor de esa noche oscura.
Mi cuello estaba un poco rígido, producto del estrés de la oficina. Era viernes, día de la semana más esperado; mi cuerpo ansiaba desconectarse de la rutina laboral.
Solo faltaban pocos metros para tomar el subterráneo y empezar mi fin de semana. De pronto oigo el sonido de pisadas rápidas y pesadas que provenían de detrás de mi, llegaron a mi oído un poco tarde, justo al voltear mi cara para ver lo que sucedía; la sentí.
Fría, metálica, pesada… era por mucho el miedo más intenso que sentí en mis veinticinco años de vida.
Luego escuchó las palabras que me hicieron terminar de asimilar lo que sucedía.
– ¡Dame tu billetera y tu celular!
El miedo es muy poderoso, puede hacer a la persona la más valiente o la más estúpida de todas.
Mi primera reacción fue dar mis objetos de valor, pero el poderoso miedo atacó.
Un fuerte empujón al malhechor acompañado de una impresionante carrera que dejaría en ridículo al mismo Usain Bolt.
El sonido fuerte y con un sonoro eco del arma de fuego o de un petardo poderoso dieron inicio a mi carrera a toda velocidad.
Baje las escaleras del subterráneo como si nada, a pesar de ser bastante inclinadas no caí por ella, ese hubiese sido un error fatal. Seguí corriendo, el sonido fuerte del accionar del arma de fuego encendía los turbos de mi cuerpo.
A continuación la búsqueda con la mirada de un policía, acompañado del grito de auxilio como en cualquier película Americana donde el asesino con el cuchillo está apunto de alcanzar a la joven promesa de un estereotipo hollywoodense de moda.
Me percaté que en la estación donde me encontraba estaba más oscura que de costumbre y más solitaria que nunca antes.
Mi primera impresión cuando me detuve a tomar un poco de aire, es que era posible que corrieran con el sonido del disparo. Podría ser también, como aquella película en la cual una persona explica que si grita auxilio lo más probable es que la gente corra y si gritas fuego la gente se acerca ¿o era al revés?.
Miré atrás desesperado, busqué en cada rincón pero el malviviente ya no estaba por los alrededores de la estación. Me senté en una de las bancas, empezaba a recapacitar en mi accionar de aquella noche.
Asimilé lo que sucedió con cierto temor, mi cuerpo y mente reaccionaron de la peor manera. ¡podría estar muerto!
-Podrías estarlo…
Una voz de tono grave y profunda, se hizo eco en la oscura estación, solo el tintinear de una de las pocas luces que allí funcionaban y el sonido que esta producía hacia una atmósfera aterradora.
-¿Quién está allí?- Grité, la voz me salió chillona, con poca fuerza y autoridad.
-Soy yo… – Respondió aquella voz, que aun no se hacía a la vista.
-Deja de jugar, me acaban de asaltar y aún estoy un poco nervioso.
-¡Lo sé! Por eso estoy acá.
-Muéstrate o grito, no quiero seguir hablándole a la oscuridad.- En un momento pensé que podría ser el asaltante y la sangre se me heló.
-¿Por qué? ¿Qué tiene de malo la oscuridad?
La perversa voz, se volvió aún más grave y estas se clavaron en mi pecho como cuchillos, la falta de fuerzas que atacaron mis piernas me hicieron imposible levantarme del banco. Sentía el aire frío aunque hace algunos momentos estaba transpirando de forma incontrolable y allí abajo no era que hiciera mejor temperatura.
El terror me imposibilitaba levantarme de la banca, otra vez el dilema del miedo. Ahora comprendo otra fase que se podía producir gracias a esta.
– No soy el asaltante, no quiero hacerte daño. – Dijo la voz ahora un poco más tranquilizadora.
– ¿Y por qué no te muestras?. – Las palabras se tropezaban por salir, el tartamudeo era obvio.
– ¿Quieres verme? – La voz volvía a ser lúgubre.
– Quiero irme, !por qué no pasa este maldito metro!
– Está retrasado, ¿por qué no te relajas un poco?.
La voz parecía estar mucho más cerca de mi, pero en este caso estaba detrás y hacia unos momentos lo percibí distante pero frente a mi.
Una mano fría, larga y huesuda se cerró en torno a mi hombro; de ella brotaba un olor a viejo y húmedo. El terror, volvió apoderarse de mi cuerpo.
Esta vez el miedo me mostró otra fase.{…}
– ¡Suéltame!
De un golpe me había levantado, aún la mano seguía en mi hombro y podía notar que el ser que estaba detrás de mi era mucho más alto que yo.
Sentí el aroma húmedo y podrido de su boca cuando me susurró al oído.
– Siéntate, quiero hablar contigo.
El sonido grave de su voz con el hedor que salía de su boca hicieron el trabajo de volver a acobardarme, nuevamente las piernas se habían vuelto gelatina.
– Estás agonizando…
Su voz salió con una marcada pausa en la Z.
– ¿De qué hablas?
– El asaltante te disparó en el hígado, en estos momentos tu cuerpo está tirado en las escaleras.
– No puedo creerte, por qué no mejor me sueltas y dejas que me vaya, tomaré un taxi.
– No puedo soltarte, quiero que te quedes.
– Que me quede, apestas a muerte.
– Soy un coleccionista.
– ¿Qué coleccionas?
– Almas…
Otra vez dejaba marcada una letra en la palabra que pronunciaba en este caso era la S. La voz volvía a ser perversa, y la otra mano ya se había aferrado a mi otro hombro y me sujetaban con una fuerza sobrehumana.
Me debatía en la banca para poder levantarme, pero aquella pesada criatura no cedía ni un poco, la desesperación se apoderaba de mi ser y sentía un frío gélido que recorría todo mi cuerpo.
En un momento veía variaciones de luces, por un instante eran claras y al otro volvían a la oscuridad absoluta, mientras aquellas rígidas manos me sujetaban con tanta fuerza que sentía que tenía la piel en carne viva. La atmósfera cambiaba de fría a calurosa, mientras que mi cabeza giraba con fuerza, percibí fuertes descargas de energía de sus manos, mi cuerpo tenia espasmos involuntarios mientras aquellas manos frías no cedían terreno.
No entendía lo que ocurría, hasta que sentí como desfallecía.{…}
Note una luz que traspasaba mis parpados era muy fuerte e incandescente, traté de abrir los ojos, pero me costaba bastante poder abrirlo, el sonido de un bip me llegaba de forma difusa a la mente, de pronto mi cuerpo se mostró tan adolorido que supe de inmediato que no estaba muerto.
Cuando pude distinguir las imágenes, noté que estaba en un hospital. Mi cuerpo estaba conectado a un catéter, tenia vías en mis brazos y una enfermera hacía su aparición.
– ¡Qué bien Despertastes!; sabes; estuvistes muerto por tres minutos los paramédicos no podían resucitarte, ya estaban por darse por vencidos cuando mostrastes signos vitales. Perdiste mucha sangre.
La enfermera era una chica muy hermosa, morena de ojos claros y mirada de ángel.
– No hables, recupera fuerzas que después vendrá la policía a hablar contigo de lo sucedido. En un momento vendrá la Doctora y te hará el chequeo, por el momento trata de dormir nuevamente.
La enfermera sale de mi habitación y ya estoy a punto de caer nuevamente en un sueño acogedor, cuando a mi nariz vuelve a llegar el olor a podrido y húmedo que me invadió en la estación del metro.
Un anciano bastante demacrado entró al cuarto, se acerca a mi oído y con una voz grave y lúgubre me susurra con el mismo hedor saliendo de sus labios.
– El coleccionista del metro te espera, Recuérdalo…
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