Ella, si ella, siempre pensando, siempre viendo por los suyos, pero sin descuidar su programa de radio, aquel programa que le daba consejos de cocina, de como sobrellevar la familia, los hijos, el marido, las amistades, los vecinos, bueno hasta las historias para los niños. Ella de cabellos blancos, dueña de un sobrepeso que lejos de mitigarla, le hacían ver imponente, su vestido con sus, siempre inseparables delantales, de brazos fuertes y grandes, de voz poderosa, a veces educada, a veces mal hablada.

Nunca tenía tiempo para otra cosa que no fuera sus hijos, su marido, dedicada a su familia, sí muy dedicada, pero con huellas de haber sido mancillada como mujer, con huellas de dolor, ¡ah! pero ella no dejaba de lado sus obligaciones. ¡Asómate a su cocina!, tan solo de mirar lo que ahí ocurría, verás, había ollas repletas de comida, por si venía su hijos Gaby, o su hijo Quique o el Roge, habría que guardarles para cuando llegarán, aunque no siempre llegaban. Los guisos, las sopas, los frijolitos, las frutas, el pan, las tortillas y el agua, todo cabía en una pequeña cocina de cuatro por cinco metros, la mesa tan redonda como su figura misma, una mesa blanca que ya tenía dispuestos los platos, las cucharas, tenedores, cuchillos para cada lugar, ¿manteles? No que va, eso es para ocasiones especiales, realmente especiales y se utilizan sólo en el comedor.

Ella, Carmen, nunca dejo un sólo día de estar pendiente de su familia, ni de su amada radio, su fiel compañera desde su niñez, donde escuchaba tangos del famoso Gardel, o de canciones más populares con su Lupita Palomera, y de tantos artistas que en su juventud le regalaban sueños e ilusiones y le daban el valor de entonar con su desentonada voz, las canciones más hermosas que habría escuchado en mi corta vida, no por lo que decían, sino por el como lo interpretaba ella, a veces con una emoción que te envolvía aún y cuando no comprendiera ni una sola idea de lo que significaba; pero verla, escucharla, sus ademanes, su actuación su entrega a esa melodía, definitivamente te movía tu ser, te contagiaba, te podía hacer llorar tan sólo de verle llorar y desgarrar su alma y voz con esas canciones. Y sin embargo, un ojo en la comida, otro en sus nietos y de pronto el grito de ¡¿Ya hiciste tus deberes?!, debes ser un hombre de bien y debes estudiar, ¿no quieres ser alguien en la vida?.

¡Ja! ya soy alguien, acaso no ve mis ciudades, todas en orden, con policías, doctores, escuelas, parques, autos, árboles, personas, animales, tanques de guerra, aviones de guerra, ejércitos listos para iniciar una invasión al país vecino, a menos que claro nos entreguen el territorio que lleva al mar.

Por supuesto que eso es más importante que mis deberes, o mis tareas o mis estudios, incluso que la televisión que además de que nunca sintoniza mi canal favorito, esta en blanco y negro y tarda eternidades en encender, con su típico sonido de zumbido, creo que me entretenía más en ver como se encendía y en como se apagaba hasta ver el último puntito de luz de la pantalla, así re-pegando el ojo en el cristal para ver hasta cuando dejaba de brillar esa luz que se hacía cada vez más tenue y mas pequeña.

Así que, sí tenía cosas más importantes que hacer y que pensar, ya más tarde habría tiempo para hacer una tarea o platicar sobre lo que la escuela me habría enseñado en el día. De hecho lo aplicaba en mis muy bien organizadas ciudades y sus guerras, todo lo aprendido lo plasmaba en ellas, lo mejoraba cada día, lo que nunca mejore fueron las relaciones con la familia, ya sabes, llegaba el Abuelo y todos nos dábamos cuenta que era él, su auto un chevrolet 79 color café con palanca al volante, luciendo como nuevo, sin un rayón, impecable, siempre limpio, lo raro es que no recuerdo cuándo y cómo lo limpiaba, bueno ya recordé, lo hacía por las mañanas, antes de llevarnos a la escuela y luego de dejar al Quique en el transporte público.

De pronto ese claxon, tan diferente al todos los autos, a más de uno le molestaba, pero a mi me daba miedo, terror, él si que podía agarrar a todos mis ejércitos y mandarlos a la caja, máxime si venía de malas, y que raro siempre venía de malas y se ponía peor si alguien estaba estorbando la puerta de entrada a la cochera. Era un claxon que no era típico claxon, era más bien una melodía digna del general lee, si ese de la serie americana, los Duckes de Hazzard. Algo parecido, más no igual, y con ese claxon empezaba el stress de ella y de paso el mio, la radio se apagaba, la comida se servía, y todo tenía que estar listo para recibir y dar de comer al abuelo.

A pesar de parecer que se trataba de un hombre violento, inhumano, salvaje, ogro, malévolo, debo decirles y aclararles que él era un artista plástico, eso debió enamorar a ella, su sensibilidad hacia el arte, su educada mano y su imaginación para crear arte, además en sus años de juventud, fue futbolista, boxeador y cantante, así que sobraban talentos para haber enamorado a su esposa, se decía que él había quedado huérfano de madre a los seis años, su hermana la mayor, se encargo de todos los hijos, lo hizo bien, les educo, les dio escuela, les hizo profesionistas, excepto a uno, que prefirió viajar y conocer el mundo, los demás fueron capitán de barco, licenciado en Derecho, Artista plástico y ama de casa. Eran otros tiempos.

Una vez comiendo, hablaba de su trabajo con ella, conmigo, era además sumamente protector, de mente sagaz, alegre, inteligente y también viajo por el mundo, crítico de la política pero siempre cuidando de sus hijos, sus hijas, su esposa y hasta su nieto, yo.

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