La timidez de rayitos dorados se hacia evidente.
Las salidas al parque en familia tenía un raro encanto, Marel y su mamá creaban ese momento romántico a la hora de arreglar el vestido que lucirían en campo abierto con árboles y prados, fieles en las caminatas dominicales.
Ella forjaba el mismo entorno que su madre, siempre para no desentonar.
Claro está!
Las personas no eran su interés, pero las fuentes, los verdes lugares que veía, acuñaban una luz de alegría en cada salida.
Compartir esos momentos con su hermano de pocos meses nacido, se hacia divertido, pero a la hora de divisar el panorama el chico no formaba parte del proceso, se mostraba indiferente para que los mayores se hicieran cargo de él.
Amaba los vestidos claros y los lucía bastante bien. La edad de tres o cuatro años se hacía más fuerte a la hora de escoger los trajes cuando salían de compras.
No necesitaba del llanto o la euforia, su mirada llegaba a fijarse en el preferido momento de seleccionar su vestido, así sus padres daban el -sí- a la compra.
Su hermanito lucía el gusto de sus progenitores, tenían más criterio para lo relacionado con traje de hombres.
Lucir bien no era lujo, simplemente el logro del trabajo en exhibición.
Los juegos a solas con su hermanito se llamaba descubrir, él se interesaba por todo cuanto lo rodeaba y con sus manos transformaba el contenido en otra cosa, hasta encontrar su interior. Tenía la habilidad de palpar los detalles más internos de las cosas a su modo y cruzar el umbral a lo desconocido. Mecánico innato desde sus orígenes.
Crecía la familia y Marel ganaba destellos al escribir el alfabeto. Su madre le dejaba en un cuaderno varias planas, lo compró por el interés al observarla repasar una y otra vez el estante de la papelería y dio un punto de referencia para tenerla ocupada.
Marel tenía ya una hermanita con la que compartía sus momentos de glamour y la igualdad en el vestir, ya acogidas flores, cuadros o un sólo fondo en la prenda, siempre creaba el hambiente propició para el tono claro.
Fue creando el crudo tú y yo cuando del cuaderno se trataba, su hermanito no fue problema, las ruedas, los carros y todo cuanto rodaba lo mantenía ocupado.
Ella ya sabía que otro bebé venía en camino y deseaba que fuera hombre, un varón compañía de su hermano, su hermanita era suficiente para alejarla de sus colores y lapices.
Fue pasando el tiempo y su están se llenaba de útiles escolares.
Algunos implementos eran: el libro o cartilla que enseñaba a leer, la caja de acuarelas y la regla de madera, todo lo utilizaría el siguiente año en la escuela del mismo sector.
Solía pasar ratos a solas observando los dibujos que se relacionaban con cada letra o mirando las revistas de su mamá.
En alguna ocasión quiso usar las acuarelas, para hacer las significativas nuves de un paisaje.
Oh! -Sorpresa- las pinturas no estaban, las buscó de lugar en lugar y no las encontró. Llorando pasó por el lado de su hermanita buscando a su mamá, allí sus verdes ojos se clavaron en el lienzo lleno de colores, que unas horas antes fue vestido.
Su hermanita creaba arte en su propia ropa y Marel no le había dado su multicolor cajita.
Cómo había llegado a sus manos?
El talento desbordaba hasta el cabello y un -mami mira esto- calmó el fantasma de la tristeza y el llanto.
Su mamá acudió y sorprendida recogió la caja, mostraba agujeros en el polvo compacto de colores vivos y esparcidos por todo el lugar.
Apareció su hermano con una llanta de carro en la mano y sólo atinó a decir -ya no lloró- pero el alma de Marel quedó como sus acuatelas.
Su mamá ya mostraba volumen materno y Marel la miró diciendo, Cuándo tengas al bebé, no va a llorar verdad?
Su inocencia conmovió a su madre, llevándole unas pinturas nuevas.
El mayor conflicto para Marel era enfermar, sentía que su vida terminaba, que sus esfuerzos diarios se agotaban y la ida al médico confirmaba su derrota. Siempre su rostro mostraba descontento, complicados momentos para su mamá e incluso para ella, se perdía el color rosa de la vida, se perdía el brillo de esos ojos elocuentes, se perdía el llanto y las risas, se perdía ese encanto del hoy y el ahora, solo su mamá filtraba esos momentos con decir -te vas a mejorar- ó – la toma de exámenes no demora nada- para culminar en la heladería con un cono gigante.
La tierra siguió girando y la vida de Marel se fue formando, la comunión selló un ciclo y abrió otro dónde las cosas se veían de otro color, los anhelos de ser una y otra cosa en el transcurrir de la vida florecieron.
El festejo por ese momento cuantificó puertas a un futuro de ideales blancos, como el traje que llevaba para su ceremonia y eucaristía.
Las ideas fluían y los consejos de un nuevo entorno escolar y familiar cristalizó encuentros que los unían.
Las salidas a los parques continuaron y los trajes modernizaron, pero el amor lejos o cerca se transformó en semilla, FIN.
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