Un trepidar de hojas secas.
un revoloteo que concentra la atención …
un dulce rostro de niño
observa desde la ingenuidad de sus años
y el asombro se trepa a sus ojos.
Solo él percibe la anomalía,
oscuros seres, parecidos, pero gigantes
deambulan, van y vienen, rostros petrificados,
ojos que miran, pero no ven
más que la inmediatez bruta del aquí y ahora.
No ven la vida que se asoma,
en medio de aquel diminuto universo cerrado,
pero en sus pupilas, profundas como el océano,
resplandece la emoción y el niño absorto,
baja un instante del olimpo de sus sueños.
Que será lo que se esconde detrás
de aquella piel de escamas relucientes?
Un destello verde lo deslumbra,
una mirada antigua choca con la suya,
entre la espesura de esta jungla liliputiense.
Y así, en un instante como tantos otros,
se ha levantado un huracán imaginario
que lo perseguirá por el resto de la vida,
han despertado la inquietud y el asombro,
en aquel patio … en aquel patio.
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