De tanto recorrer esta tierra de contrastes,
atrapando el perfume de su atardecer,
en las erizadas flores de los cactus,
de tanto amanecer por los caminos
envuelto en la sensual luz de su agria geografía,
mezcla de historia natural,
con siglos de codicia y orgía,
de tanta luna mágica recortada sobre su silueta,
ya no sé cuál es mi origen,
ni cuál es mi destino.

¿Me preguntas de qué me ha servido?
pues he aprendido,
he aprendido de soledades y nostalgias,
de los secretos de la errante jornada,
de aquellos indescifrables desconocidos,
que se mueven por la misma ruta en horas de sueño
he aprendido de lugares remotos y despedidas,
de abrazos sexuales, ebrios de regreso,
de aquellos otros donde esperan al viajero,
talvez, caricias y besos furtivos.

¿No es acaso la vida un eterno devenir,
desde el frenético mundo de la partícula elemental,
hasta el impredecible transcurrir de la comunidad ampliada,
aquella donde pululan los seres, la vida
y nuestra cibernética presencia?
Una vez expulsados del paraíso primordial,
de aquel al que concurríamos como un solo pulso
palpitando en la gran sinfonía de las existencias,
una vez excluidos de aquella historia, sin historia aún,
erigimos este otro universo donde conviven valores y miserias.

Y aquí voy, medio siglo después
de ese despertar de la nada,
confuso, cansado de reyertas vanas,
de reconstruirme y reconstruir la historia,
intentando asirme de algún punto
que ponga orden entre tanto caos y desesperanza,
tratando de entender de qué se trata esto de estar vivo,
y aquí voy, en esta noche que,
con sus silencios y sus miles de sutiles voces
me llama y me convoca, como un cebo mortal,
a la cacofonía de mis tiempos.

URL de esta publicación:

OPINIONES Y COMENTARIOS