Romance de la guerra por las Malvinas

Romance de la guerra por las Malvinas

Romance de la guerra de Malvinas 

1

El principio austral 

Viento y marea lo fue todo.
Voz y silencio en la oceánica soledad;
una hogaza de sal en la garganta
disecaba las lenguas. Labios tatuados,
dientes podridos, uñas partidas,
y espectros cruzando los mustios pellejos
sobre los quísticos músculos
y el áspero color de los mohosos huesos.
Artríticos de escalofríos,
la sangre glacial corría a gotas
y era materia oscura, negra y roja.
Todo fue frío. Es bueno que se sepa.
Los navegantes de harapo en harapo
balbucearon la dinastía hispana
y se agobiaron ateridos entre ratas y diarreas.

Fueron de tierras conocidas de esplendores
a las heladas espumas de los mares australes,
donde una sinfónica ballena
derribaba las olas con su cola,
y fueron los primeros bajo la blanca y despejada luna
de la fosfórica noche de la Antártida.

Navegantes primigenios
que dijeron de las magníficas olas,
de su altura propagada y su incesante manera
de embestir las naves de proa a popa
con un furor metálico,
golpe sin nombre apenas mencionado,
siempre en voz baja en las erráticas
cartas de los marineros, entre manchones
de tinta, grasa y vino agrio.

Casi a la deriva, a tientas
entre broncas y escorbutos que impusieron
su oscuro gobierno, su toque mortal,
nautas de apenas carnes y quebradizos huesos
vieron por primera vez sus costas,
y anotaron en un interminable cuaderno de bitácora
la lejana señal de su existencia entre la densa niebla.

2

Fue tal vez de Sanlúcar de Barrameda,
marismas del Guadalquivir,
con luz de ilmenita en la pupila
y el perfume de encinas, perfumando,
que Álvaro de Mesquita se dirigió a las Islas
del espejado azul en los confines de hielo
del salvaje Atlántico y desconocido.
Dijo Vespucio, primus inter pares
en el dominio de la antigua cartografía del coraje,
ir donde la tempestad es única y completa
para hallar la turbulencia huracanada
del mar enfurecido en el final del mundo.
El horizonte, los neblinados territorios insulares
que en el papiro austral del mapa nuevo,
De San Martín dibujó entusiasta la primera geografía
con el pomposo nombre de Las islas de Sanson,
sin puertos que arribar secretos
ni palabras posibles que dijeran hasta dónde
habían llegados aquellos desnutridos marineros.

O fue tal vez en la visión de un catalejo
de astronómica lupa solitaria,
que un pálido y hambriento marinero
anunció el avistamiento de las lejanas islas;
o fue la Incógnita expedicionaria
de Gutierre de Vargas Carvajal, Obispo de Plasencia,
del fantasioso Davis o del corsario Hawkins
que disputaron el primer avistamiento,
hasta que a la vista Sebald de Weert,
el holandés navegante, les dijo Sebaldinas
y entraron al mundo por la cartografía
de la rapiña europea. Luego de Utrech,
España alzó pendones de conquista,
dijo aquí y allá mares y tierras de mi soberanía
ante corsarios y filibusteros de Su Majestad,
la Reina, que mandó a los cuatro puntos cardinales
a surcar los mares de la piratería.

3

La oreja de Jenkins

Sucesos de los corsarios
a bordo de la Rebeca,
fue español escarmiento
divinamente,
cortó de cuajo
la oreja inglesa
que echó a la mar
a los hambrientos peces.
Era una oreja apenas,
la de Jenkins,
tanto incolora;
en pleno rostro
degüello
dejó la mueca
de lado a lado
donde la boca espesa
baba de ron,
de bacalao,
se mezcló
con sangre vieja.
Era una oreja apenas
la de Jenkins
en la Rebeca,
pero encendió
la guerra
sulfúrica
inescrupulosa
colérica
emblemática
y corsaria
que en poderosas
naves
la venganza
británica
zarpó pirata
contra
la España
de la navaja
que mutiltó
la oreja
de Robert
Jenkins
en la Rebeca.

Tras
la oreja
de Jenkins
Carlos,
tercero
mandó
pólvoras
hierros
espadas
y mortajas
en la Guipúzcoa
en la Hermiona
en la Esperanza
y la San Esteban
que al grito
rabioso
de un Pizarro
zarparon
jurando
ajustar
en nombre
de su rey
cuentas
con la oreja
y su guerra.

Fue un descalabro
de muertes y naufragios,
ninguna guerra,
ningún combate.
A la deriva de hambre
y marea estrepitosa,
hombre y tormenta
patíbulo de espumas,
tanto fracaso, tanto,
de ingleses y españoles
encarnizado andrajo
huesos sin pompa,
rogantes de la sangre

pútridos y ajenos
de victorias.

4

Malouines

Paz de Aquisgrán,
que ya te ha echado el ojo
Su Majestad, la Reina
y su almirantazgo de rufianes.
Islas de los confines
de multitud de mares
tocaban sus costas,
en la turba del mundo
y fríos sepulcrales.
De Saint Maló
partió el francés
pura osamenta
y hambre legendario.
Fragata L’Aigle,
águila hombre águila
póstumo lobo,
desterrados de Canadá
al fin del mundo
en calcetines
y hambre, donde poner
su Francia a toda costa.
Fragata Le Sphink,
la esfinge de madera
miró donde se arremolinaban
los últimos fríos
planetarios sin sonrisa,
bajo la vela austera
de los abandonados
a suerte. Arribados
a la Bahía de la Anunciación,
el lobo marino solitario
los recibió en la vorágine
de los mares helados.
Pioneros de miseria,
francesísimos alzaron
el fuerte de San Luis
entre incesantes vientos
y se echaron a rezar
la página primera de la Biblia.

5

Isla de PepysPuerto Egmont

Isla de Pepys, el inglés clamó
el espejismo a viva voz
del agua dulce y amables briznas,
de criaturas celestiales elevándose
entre deshiladas nubes agitadas
de sudores rosas como no fuera visto
en otros lados, nunca. Arquitectura
fantasmal de abundante yesca
dispuesta al primer ardor
cuando calor se pedía a la buena fogata.
Barcos meciéndose en el soñado puerto
mientras los peces dibujaban piruetas
de acróbatas marinos y aves misteriosas
hacían dorados nidos donde la paz
urdía una total cartografía de esperanzas.
Whisky de Ambrose Cowley
bebió en su Bachelor’s Delight,
whisky que corrió en las venas del delirante
bucanero solitario que imaginó
la costa de la estepa patagónica
al alcance del garfio del pirata.

Luego fue John Byron, foulweather
(su hazaña navegante), partió de Gran Bretaña
para la gran rapiña. Al ruido del tambor
cantó himnos de gloria Her Majesty’s Ship
Dolphin, Tamar, Florida y en la Gran Malvinas
plantaron la usurpación del puerto Egmont
para diseminar la guerra en las Malvinas.

Y a la posta del colonialismo llegó John Macbride,
alzó el fuerte “George” y partió a San Luis
con la guerra por todo equipaje. Le puso
fuego al fuego, pólvora a la pólvora
y se mostró arrogante. Ásperos días
en el frío polar de la gran isla,
los de San Luis alistaron sus fusiles
y cañones. Si irían a morir sería en combate.
Macbride en su nave furtiva
volvió por donde vino y eludió la lucha.

Así empezó la historia bélica.

6

Salió de Buenos Aires a poner a España
en el dominio. Del amplio estuario rioplatense
a los helados mares del fin del mundo,
Ruiz de Puente navegó sin pausa.
Llevó el estandarte de los conquistadores
y en nombre de su rey preparó la pólvora,
el puñal y las espadas.
Bougainville dejó San Luis
y volvió a Francia. Cargó martirios,
fríos, hierros, hambre y rindió a España
la modesta capitanía helada.
El viento se alzó en sombras blancas
y un silencio antártico siguió al murmullo
de los que partían y de los que llegaban.
Latitud del imperio entre los fríos,
suma del cielo helado en la extendida turba.

Tiempo después, apareció el inglés
huraño y aterido a reclamar derechos.
Salió de Egmont, la arrogancia al hombro
y su empobrecida alma de pirata
calada hasta los reumáticos huesos
conservados en whisky.
Dijo “aquí estoy” y pisoteó frenético
el suelo y a orillas de la guerra
desafió al español por el dominio.
Sones de guerra desde la esponjosa turba
hasta las tierras de reinos europeos,
establecieron un incógnita de matanzas.

7

Al inglés de garras y amenazas,
de las sajonas alevosías imperiales,
Bucarelli le anunció el filo de la espada
y el ardor de la pólvora incendiaria.
Allí partió Madaragia al mando de seis naves
que el viento de la ira empujó
a matar y matarse de ser preciso.
Llegó a Malvinas lista la cólera,
y los conquistadores quedaron cara a cara.
Cada uno invocó a su Dios, a su Biblia,
y luego de la eucaristía de la guerra
cuando se rezó a la rapiña, a la codicia
y a las razones de pendones imperiales,
sonó el clarín su ronco grito en el hemisferio
de las turbulentas aguas de Malvinas.

El inglés fue vencido y expulsado.
La helada y pequeña patria
surgió en los confines australes
como una brasa blanca ardiendo
a su manera en la turba para siempre.

8

La guerra imperial por las Malvinas
anunciaba la nueva carnicería de los pueblos.
La sangre hasta los codos puso sus condiciones
y Europa estaba lista para sus propios cuervos.
Monarcas en sus tronos pedían guerras.
Reyes de piel rosada, de labios finos
y manos impolutas, se amenazaban
rabiosos con la muerte de otros.
La guerra estaba allí, como la peste,
iba y venía en los papeles donde la guerra
es un acto sencillo por el que miles mueren sin saber las razones. Para entonces,
los hombres del pueblo repasaban sus hambres.
En todos los rincones hambre.
Hambres de hijo, de esposas, de hermanos,
hambre que prometía las sepulturas más hediondas.
Y en todos los rincones pestes.
Plenitud de la peste hasta los huesos.
Solo los matadores ansiando su momento
celebraban la tierra muerta de inmundicias.

Listas las armas para las matanzas
se apreciaban voraces, como siempre.
La Corte de Inglaterra llamó a sus verdugos,
capitanes de la carnicería repetida.
La de España no fue menos
y desde sus frías armaduras
recordó a los franceses el Pacto de Familia.
Francia, entonces, repasó la ciencia
de todos sus martirios pasados,
hizo inventario de garras y puñales,
y dejó guerras y muertes para más adelante.
España quedó sola. Reyes y príncipes
guardaron sus demonios en las penumbras
de la burocracia cortesana y escondieron
sus puñales y martirios para la próxima carnicería.

Habiendo quedado sola, España negoció con Inglaterra. El 22 de enero de 1771, se firmó un documento clave en la cuestión de la soberanía sobre las islas, la llamada Declaración de Masserano. España aceptó devolver Puerto Egmont a los ingleses, pero el documento dice textualmente: “El príncipe Masserano declara al mismo tiempo, en nombre del rey su señor, que la promesa de su dicha majestad católica de restituir a su majestad británica la posesión del puerto y fuerte llamado Egmont, no puede ni debe en modo alguno afectar la cuestión de derecho anterior de soberanía de las islas Malvinas, por otro nombre Falkland”. Ese mismo día los británicos por medio de Lord Rochford, aceptaron oficialmente la declaración de Masserano, es decir aceptaron la devolución de Puerto Egmont pero también reconocieron mediante un documento oficial la soberanía española sobre las islas. Por otro lado hay que señalar que el establecimiento británico se limitaba a Puerto Egmont, un fuerte ubicado en la Isla Saunders, es una isla situada entre la isla Candelaria y la isla Jorge en las islas Sandwich del Sur. Es decir que antes de 1833 nunca habían ocupado las islas que forman el conjunto de Malvinas sino una sola de ellas. El 22 de mayo de 1774 los británicos abandonaron Puerto Egmont, dejando una placa alegando que el puerto pertenecía a Gran Bretaña. Desde entonces y hasta 1833 no volverían a Malvinas.

9

Jacinto Mariano del Carmen Altolaguirre
Primer gobernador criollo de las Islas Malvinas

¿Donde fue tu primer gobierno?
La pesca, el viento, el desamparo
en la turba, gota a gota el frío
del polo sobre tu cuero rodando
hasta las lágrimas.
Temblor en las orillas solitarias
donde el tiempo se reunió hasta la última
hora del estío salpicado de espumas.
Escalofrío en el coraje,
la mano en el cuchillo por si acaso
el extranjero volvía sobre sus pasos.
Viviente pálpito hispano
que tan larga fatiga dejó en la tierra
para siempre su herencia.
Donde fue tu primer gobierno criollo,
flameó celeste y blanca la patria
para siempre. Turba, turba madre,
allí descansa tu alma, extendida
raíz de lo que fue, es y será para siempre. 

10

Francisco Xavier de Viana y Alzaibar
Segundo gobernador criollo de las Islas Malvinas

Echa raíz, echa, a fondo,
hasta tocar la sabiduría
de los fondos australes. Echa raíz,
la patria en su dominio te lo pide,
a cada noche, a cada noche,
sublime sentido de los límites
de un fin del mundo deslumbrante.
Allende la arruga de la antártida
se inclina día y noche
a tu estrategia blanca.
Echa raíz, echa, Francisco,
de aguanieve invencible
tu increíble planeta
bajo el antiguo cielo de los hielos.
Nada se habrá perdido desde entonces,
aquí estamos, ¡aquí estamos!
Tras tus pasos donde tierras lluviosas
y vientos al galope en la luz blanca
la ráfaga del sol entre dos paños.
La sangre de mis muertos (de los tuyos)
es la unanimidad de la soberanía.

Una nueva y gloriosa nación

11

Revolución de Mayo 

La revolución triunfante dijo:
“lo que fue de España, ahora es mío”.
Y miró al norte donde la insurrección
se extendía en la hazaña
de los victoriosos de Suipacha.
Los archipiélagos australes
eran apenas un espejismo antártico,
la última patria imaginada.
Tierra silvestre de océanos y vientos
en la frontera de los perpetuos hielos.
Gauchos y pescadores de manos azuladas
custodiaron el paisaje de la turba helada
y el vendaval indomable de la Antártida.
No se rindieron. Su dominio fue el hambre
al galope del caballo huraño,
el rencoroso temporal de hielo
en la invernal noche malvinense,
el salvaje silencio de la total ausencia.

Ni una gota de Dios a pesar de los rezos;
a la intemperie, la soledad si impuso
y estableció el gobierno de los abandonados.

12

David Jewett 

El 6 de noviembre de 1820, David Jewett
iza la bandera argentina en Malvinas

Navegó la Heroína de la tormenta a la tormenta.
Donde el viento golpeaba la blanda espuma
en las crestas de las olas, su derrota fue puro
vendaval estremecido. El cielo en fragmentos
sobre la ruda cubierta se esparció a cada lado,
de babor a estribor, de proa a popa, y celeste
latió el patriota corazón marinero. Las Islas
esperaron largos años el arriba de la patria,
y Jewett llegó, noviembre entre fatigas,
e izó la bandera en la última frontera.

13

Luis Vernet 

Por el puente de Aviñón,
huyó tu familia de la dragonada,
sobrevivir fue la primer lección
sobre el puente de Aviñón.

Sobre el puente de Aviñón
pasó el hambre y la fatiga,
y esa fue la segunda lección
de la familia.

Lo que así se aprende no se olvida.
Desde el puente de Aviñón
hasta la lejana Hamburgo
donde de la congoja
creció el resurgimiento,
Jacques y María te acunaron.

Por el puente de Aviñón,
por los caminos de Hamburgo
y los mares tutelares,
Luis viajó a Filadelfia,
donde los Hijos de la libertad
y padres de la independencia
forjaron la patria nueva.
Allí, donde aprendió el comercio,
entendió el espíritu pionero.

Todos esos caminos
te condujeron a Malvinas.
Por el puente de Aviñón,
por la alemana Hamburgo
y la rebelde Filadelfia,
a la niebla desplegada
por los vientos antárticos
y la cruda llovizna
sobre la turba helada.

Contigo fueron caballos y lanares,
gauchos atrevidos de las pampas
y mujeres de coraje indestructible.
La patria se desplegó de la mejor manera.
Allí vistes las orillas erizadas de escarchas,
la alfombra de la turba crujir por el galope
de la caballada. Tu corazón se llenó
de la pureza de Malvinas.
Avistaste los lobos marinos
de magnitud inapelable
y encrespadas cabelleras,
y a los augustos pingüinos
de las aguas glaciares.
Con tu gobierno se extendió
la sabiduría de la pesca,
se reprodujo el ganado en la interminable
greda malvinera, se alzaron casas,
y por los turbulentos mares
del Atlántico surcaron barcos
hasta la nueva frontera de la patria.

14

10 de junio de 1829

Comandancia militar Malvinas

Torres de nubes en la intimidad marina,
la ola se coronó de espuma.
¿No es hermosa la patria en esa latitud salvaje?
Inmensa de vientos y mareas,
como una fortaleza frente a la Antártida
y a una tormenta de distancia de la Patagonia.
Tierra del guará entre líquenes y musgos
y donde la pálida doncella se umbelaba
en plácidos cojines verdiblancos.
Reino del pingüino de penacho amarillo,
de los tutelares albatros celestiales
y de los aguerridos elefantes marinos.
Comandancia del rumor del viento,
comandancia del agua congregada
en el silencio de la húmeda turba,
comandancia del rubor del frío
y de la voz huracanada del relámpago.
Toda la extensión austral de la Patria
en la custodia de la Comandancia
de Malvinas, desde la blanca masa
de las nieves y las aguas turbulentas de los mares,
hasta el Cabo de Hornos y la Tierra del Fuego.

15

Yanquis, go home

Fue Vernet y expulsó a los ladrones.
Rezo, juramento y osadía
para defender el templo de la patria.
El coraje austral fue suficiente.
Hombro a hombro con los suyos
surcó las aguas e hizo sonar el metal
de las espadas justicieras.
Naves de la piratera luciendo el nombre
y la bandera de los depredadores,
rendidas a los valientes criollos
sin más título que gaucho de las pampas.
Allí lucieron los peones rurales su coraje inaudito.

16
El ataque de la
Lexington

Llegó el nuevo
conquistador,
nuevo monarca,
dólar en ataúdes.
Velas al viento
desplegadas
de naves
construidas
con sangres
de inocentes.
El águila calva
ya mostraba
sus tenebrosas
garras.
Cazadora,
oportunista,
carroñera.

Al cielo fosfórico del fin del mundo
llegó el nuevo conquistador,
nuevo monarca, “América me pertenece”,
aulló la voz de mando del manco
e insolente Silas Duncan. Sus naves
se volvieron contra la patria nueva
emboscadas en la bandera de Francia.
En Bahía de la Anunciación desembarcaron
cazadores oportunistas, carroñeros.
Tripas y traición, mentira carnicera,
odiosos matones imperiales
que exhibieron guerreras impudicias
en el filo de sus frías bayonetas.
Desenvainaron la patética espada
al son del himno de la pirateria
y la tentación del fuego acabó con el pueblo
que los paisanos alzaron con esfuerzo.
Desde sus cañoneras, abatieron con furia
las orillas serenas de las Islas Malvinas
y vomitaron el océano con pólvoras.

El yanqui
ya mostraba
sus procesiones
de muerte
imperialista.
Glorias
construidas
con sangre
de inocentes,
en toda la planetaria
latitud
humana.

17

La usurpación

3 de enero 1833

Llegaron los usurpadores del rey Guillermo.
Inglaterra desembarcó su piratería
y echó a tierra sus pestes de modales europeos.
Llego para robar la pequeña patria
de la oscura turba y el viento de la Antártida.
Piojos y mocos a la inglesa asaltaron
el gobierno de las Islas Malvinas.

¡Ay prisionera!
Nuestras pequeñas islas, donde brilló la nieve
su breve lágrima de frío y tembló la turba
su helada hipotenusa antártica, cayó rendida
sin combate alguno. ¡Ay prisionera!
¡Ay prisionera del ancho mar
y el cielo sumergido entre los montes!
La procesión estoica de tus vientos helados
cesó su diagonal de lluvias y acertijos.

En puerto Soledad vio la paisanada
desplegarse la bandera del colonialismo.
De lado a lado el estandarte del Imperio
cruzado de cadenas, de grilletes con sangre.
Y vio también anclar de calabozos
donde miles de esclavos murieron azotados,
la espumosa geometría de la costa.
León leopardado de oro coronado de muertes,
de puñales goteando sangre a sangre
de cinco continentes, llegó para quedarse.
¡Ay prisionera!

***

El 10 de noviembre de 1832 el gobierno de Buenos Aires nombró como nuevo gobernador de las islas al mayor Esteban Francisco Mestiver, enviándolo junto con 25 soldados a bordo de la goleta Sarandí. A los pocos días se produjo una revuelta y Mestiver fue asesinado, siendo reemplazado interinamente por el teniente coronel de marina José María Pinedo. El 2 de enero de 1833 apareció frente a Puerto San Luis la corbeta inglesa HMS Clío. Pinedo, cumpliendo con las normas protocolares, mandó un oficial a la nave inglesa para recibirla e intercambiar los habituales saludos. Al abordar la Clío fue intimado por el capitán John James Onslow a desalojar las islas en nombre de la ¿soberanía inglesa? A las 9 la mañana del 3 de enero de 1833 el pabellón argentino fue arriado. Lamentablemente para el honor nacional Pinedo no presentó resistencia y se retiró a Buenos Aires a bordo de la Sarandí, dejando a algunos hombres en el poblado a cargo de Juan Simón a quien nombró Gobernador Político y Militar de las islas en su reemplazo. A los pocos días la Clío se marchó. No quedó autoridad inglesa alguna. Este hecho es clave para los futuros planteos argentinos. Gran Bretaña actuó de facto, de hecho, es decir por la fuerza. Desalojó una población nativa y comenzó a establecer una colonial. Es de gran trascendencia porque con frecuencia – sobre todo en la actualidad – frente a las reclamaciones argentinas los ingleses han argumentado que ellos respetan los deseos de los habitantes de las islas y que deben participar en la toma de decisiones. Esto no es así, pues Inglaterra obligó a la población local a retirarse por un acto de fuerza e impuso otra, luego plantea que estos nuevos habitantes y sus descendientes –población implantada por el usurpador –tiene derechos a decidir. Como veremos más adelante, incluso la ONU ha rechazado este argumento por considerar a los llamados kelpers como población colonial impuesta por un Estado usurpador.
Conocidas las noticias de la invasión inglesa, el gobierno de Buenos Aires –encargado de las relaciones exteriores y los negocios generales de la Confederación– a cargo de Juan Ramón Balcarce protestó ante las autoridades inglesas por medio del Ministro de Relaciones Exteriores Manuel Vicente Maza. El 17 de junio de 1833 el Ministro plenipotenciario argentino en Londres, Manuel Moreno, elevó un nuevo reclamo ante Gran Bretaña protestando por la usurpación y el insulto al pabellón nacional. Moreno afirmó el derecho español por descubrimiento, por poblamiento y por los sucesos de 1770 cuando los británicos reconocieron la soberanía española. Los invasores respondieron aludiendo que la Clío había actuado por órdenes del gobierno inglés y justificaron la usurpación.

El 22 de agosto de 1833 se produjo un alzamiento en las islas encabezado por el famoso gaucho Antonio Rivero. El tema ha dado lugar a la polémica entre los historiadores. La realidad parece indicar que Rivero se rebeló reclamando el pago de sueldos atrasados y asesinó a la única autoridad argentina: Juan Simón y a cuatro personas más. Una de ellas era un hombre de apellido Dickson al cual Onslow le había encargado la tarea de izar el pabellón inglés todos los domingos. Los asesinatos generaron la dispersión de la escasa población existente. El 8 de enero de 1834 arribó la fragata HMS Challenger comandada por el capitán Seymour quien envió al teniente Henry Smith para que pusiera orden. Al carecer de leyes para juzgarlos decidió enviarlos a la única autoridad de referencia, es decir a Buenos Aires, lo que implicaba reconocer la soberanía argentina. Desde entonces no hubo autoridad argentina alguna hasta la recuperación del 2 de abril de 1982.
H. Smith se encargó de la administración de las islas y en 1838 renunció. La colonia quedó a cargo del teniente Robert Locway, sucediéndolo luego otros oficiales navales. La usurpación inglesa se consolidó a partir de 1841 cuando el 23 de agosto el Secretario de Colonias Lord John Rusell estableció el cargo de Teniente Gobernador de las Islas, intentando dar forma al gobierno. El primer gobernador inglés fue el teniente Richard Clement Moody. Durante su gestión de dispuso el traslado del poblado de Puerto Soledad o San Luis a un punto más al sur, hacia Puerto Williams o Groussac lugar donde está ubicada la actual capital malvinense.(www.lagaceta.com)

***

18

Los peones rurales
(Gaucho Rivero)

La pampa trascendente llevaste en tus alforjas.
De a potro cimarrón fue la arquitectura extensa
del momento del hombre en la llanura.
Sílaba y sílaba de luz fue tu morada
donde la tierra se extendía al cielo
en los verdes destellos de los altos pastizales.
El vellón de la oveja fue tu abrigo,
y con ese genuino abrigo de las auroras
de iridiscentes cristales gota a gota,
saliste rumbo al sur glacial de las remotas islas
a levantar con tus manos la nueva independencia.
La última patria se prometía
en la rudeza de tus manos gauchas.
¿Quién otro la palpitaría con ese amor profundo
del que eleva de la nada la extraordinaria soberanía
de la bandera de los combatientes tutelares?
De aquellos que humillaron al inglés
en las lodosas orillas del Río de la Plata,
de los que cruzaron los Andes y llegaron a Lima
y añadieron su sangre a la sangre milenaria.
Peones rurales, pumas desterrados
a la región austral de la esperanza.
Tu cama, paisano, fue la helada,
y a su vista el fogón la geología nueva,
desgranaba la noche con sus chispas
hasta la imposible frontera de los mares australes.
Tuya celeste y blanca era la breve patria
de piedra, de turba, de luna, de tormentas,
donde elevaste los ranchos, los corrales,
los despachos oficiales, la primera iglesia
y afirmaste el cañón amenazando
a toda otra potencia extranjera.
No tuviste paga, y, como en la pampa,
tu billete fue papel-promesa con destino de olvido.
Cuando Pinedo se fue por donde vino
el rabo entre las piernas, te alzaste en armas
contra los bandidos del imperio.
Hambre y helada fue la última morada.

Los reclamos

Segunda parte

1

Siglo y medio de reclamos

Asunto de piratas. Viscosa libra esterlina.
En la corbeta Clío, armada codiciosa,
arribó el piojoso ejército de los colonialistas.
Donde puso su garra John James Onslow,
se abrió un hondo surco de mentiras.
Allí chapaleó su infamia de recién llegado,
mugres de muchos siglos de rapiña,
y gritó a viva voz la falsa potestad
del rey inglés sobre el puro territorio de las Islas.
Entre la fauna nocturna de la materia helada
hacinó músculo y colmillo la tropa,
–leva de tumbas de lejanos continentes–,
y a pústula y gusanos por cada dentellada
ocupó la morada nueva de la pequeña patria.
Onslow izó, barro y sangre, el pendón
cuatrero de la libra esterlina.
El pabellón celeste y blanco de la patria
entre mordazas, recibió ultrajes imposibles.
¡Tanta sangre vertida en su defensa
reducida a gestos de un capitán pusilánime!
Pinedo no presentó combate.
A él la historia lo condena. Fue donde el amo
de los mercaderes, saludó cortés,
le besó sumiso los anillos mortuorios,
(de seguro bebió una taza de té negro),
soportó grasas y eructos de los marineros,
y a los usurpadores rindió las armas sin ningún pudor.
Fue un cobardón, un completo error de la soberanía.

Manuel Moreno fue el primero en la protesta.
Año tras años, reclamos sin destino,
con prolija caligrafía y pensados argumentos
padeció la burla de los rechonchos ministros
de largos dedos de venéreas cortesías,
condecorados con gotones de sangre
de cada pueblo esclavizado.

Manuel los soportó, estoico, largos años,
habló para no ser oído, esperó en la sombras
para no ser recibido porque no había urgencia.
La máquina de humillar, perfeccionada.
¡Ah los diplomáticos londinenses!
Con sus códigos de esclavos en los anaqueles
de los rancios burdeles de la capital del imperio.
Soberanas rameras de bífidas lenguas
explicaron los derechos imperiales
de acuerdo a las conveniencias de lores,
barones, duques y sanguinarios mercenarios.
Luego, por toda respuesta, se encogieron de hombros
y rieron ocultas tras las bayonetas imperiales.
En la pólvora resumieron todas las razones,
metalurgia de muerte de las conquistas coloniales,
alabadas en los periódicos por Su Majestad
mientras planificaba la próxima matanza.

Desde entonces se desfiló por el palacio de la piratería
con la diplomacia del fin del mundo a cuestas.
Año tras año cargando voluminosos expedientes,
compilando pensadas explicaciones
para los hipócritas ministros imperiales,
obesos conversadores de mentiras.
Tras los patibularios ministros civilizadores,
pálidos burócratas de la corte salían de sus nichos
en tropel solemne, portando a manos llenas
las apócrifas escrituras coloniales.

Así fue cada lustro. Así cada decenio.
Entre tanto, en las últimas agonías australes,
se organizó el rabioso odio de los kelpers
por mandato de “The Falkland Island Company”.
A su cobijo se citaron los bandidos
de rostros quemados por el frío.
Dividieron en pedazos las islas
y a The British Empire las ofrendaron
para que la devorara a carcajadas.

De este lado del extendido mar,
donde el río desemboca en alhajada espuma,
pensó Mitre su patraña de muerte,
y olvidados de la pequeña patria de Malvinas
marchamos a asesinar a los valientes paraguayos.
Al genocidio americano de la triple infamia
le siguió el exterminio originario.
Al norte hasta La Forestal, la de los cardenales
y la Liga Patriótica donde las masacres
agotaron la joven sangre de los explotados.
En el sur, rendidos al latifundio inglés,
se erigió en capitanía de la Patagonia la piratería.
George Chaworth Musters, primer adelantado
del Foreing Oficce y la Armada Real,
zarpó de Malvinas para trazar el mapa de los latifundios.

Leleque, fue un mojón de la nueva conquista
a impulso de la Argentine Southern Land Company.
Los virreyes del Remington acecharon
desde sus feudos esteparios la inocente patria
que aun sangraba por las repetidas heridas
de la guerra intestina. Donde campeó al latifundio
no tuvo el peón rural derecho a nada,
padeció el hambre como una gangrena blanca,
durmió a la intemperie en el fondo de la nieve
envuelto en el cuero de la oveja y murió
bajo la tétrica hoguera blanca de la luna.

Maquinchao, El Maitén, Pilcaniyeu,
Fitalancao, El Montaso, Maitén, Tecka,
fueron los nombres del oprobio
del dominio estepario del monárquico inglés,
a quien los invertebrados oligarcas argentinos
entre lisonjas rindieron pleitesías.

***

1914-1918

Estalló la muerte europea
como en ninguna otra guerra conocida.
El luto cubrió el mundo, fue su reino perfecto.
La Gran Guerra –así fue bautizada–,
empapó de lágrimas y vísceras
las interminables trincheras
en las que jóvenes e inocentes soldados
morían a manos de verdugos invisibles.
Gases de tonos amarillos y reflejos marrones
descendían en nubes fatales
sobre las frágiles humanidades juveniles;
las iracundas bombas machacaban la tierra,
y las furiosas bayonetas cortaban en pedazos
los sueños de esos niños puestos a soldados.
Por último, fuegos y metales se echaron
sobre los sobrevivientes por si acaso.
Las trincheras fueron brazos, bocas,
manos y algo de substancia humana
en la pasta brutal de las diarreas.
Luego las ratas hicieron de las suyas.
La geografía europea no fue suficiente
para tanta matanza preparada,
la guerra, entonces, salió de cacería;
propasó sus propios límites
y llegó a los confines de los mares australes.
Llegó en barcos repletos de muertes
a babor y estribor, de proa a popa.
Todos los martirios colmaron las bodegas
donde ratas con grado de almirante
lucían rabipeladas sus temerarios arpones
y agitaban las oscuras banderas de la muerte.
El Día de todos los Santos, frente a la delgada
y extendida costa de la patria chilena,
unos y otros se mataron a mansalva
con pólvora y metales. La metalurgia
de la guerra lució mil cicatrices
entre los hierros fundidos por la muerte.
De la bahía de Coronel en Chile,
donde batallaron, siguieron
el rumbo austral de la carnicería.
Esperaba Malvinas en el fin del mundo
la intransigencia de la guerra entre imperios.
Campeó la muerte entre las olas.
La guerra extrajo espumas rojas de los fondos marinos
donde los muertos iban al helado encuentro
de su última morada. Malvinas fue un mapa
de ardiente frío en la cruel matanza.
La guerra imperialista ofrendaba sus mortajas
en la latitud extrema del cautiverio pirata.

Cayeron los imperios como frutas podridas,
triunfó la revolución de los soviets y un viento rojo
cruzó el mundo que se llenó de esperanza.
Y nosotros aquí, preocupados
por nuestras propias matanzas,
afilaba la oligarquía sus bayonetas
para sofocar las huelgas
de los hambreados en la llanura,
en los ríos, en las húmeda barracas
de los proletarios.

***

“¿Esa es patria?” Preguntó el patrono.
Señaló en la penumbra de su contubernio
la breve geografía de las Islas.
Afloramiento de piedra hecho archipiélago:
decenas de islas se estremecen de cielo y frío
y atestiguan el canto de los vientos.
Las hermanas mayores centelleaban altivas,
Gran Malvinas y Soledad sus nombres.
Cruzaban las onduladas planicies de las islas
ríos de piedra en los que brotaba
el minúsculo glacial del agua dulce.
Musgos y pastos de pequeños esplendores,
eran el alivio de las arcaicas rocas
rodeadas de mares que custodiaban
el cautiverio pirata desde entonces.
Esa era la patria. Esa, es la patria.
Cada piedra. Todas las piedras, todas.
La turba bajo la nieve es patria.
Los vientos que amarran el frío
hasta la subterránea substancia malvinera
son la patria. El cielo sobre la greda helada.
La espuma blanca en las orillas.
Todo es patria, todo. Y el clamor:
“Hermanita perdida, vuelve a casa”.

Dijo el patrono desde su sillón de burócrata:
“No me interesa. Somos la perla
en la corona de Su Majestad Británica.
Ya llegará la hora en que, de rodillas,
besaremos el ano de barones, condes, duques,
y eunucos virreinales, si su Majestad nos lo permite”.
A la sombra de los mercaderes del Imperio,
el patrono, envilecido, razonaba su servidumbre.
Dio la espalda a la pequeña patria.
La despreciaba por lejana y altiva,
y con el traje de mayordomo puesto
la ofreció en bandeja a los piratas.
“Tomad y comed de ellas sus riquezas”
clamó izando la bandera de remate.
La dimensión prosaica de su odio
estaba en la Patagonia. Era la herencia de Roca,
el gran prostibulario. El verdugo de pueblos,
el que sangró la estepa a punta de su Remington.
De levita y uniforme desde su caverna
en Buenos Aires organizó la matanza
de mil quinientos obreros. Estrelló la patria
en el estiércol de la caballerizas y repartió el veneno
del latifundio como si fuera la hostia.
Arrió la bandera de Belgrano, acuñó medallas
para los fusiladores de los rebeldes esteparios
y rindió arrodillado su homenaje
a The Falkland Island Company.
¡God save the King!!

***

El hambre entró en todos los hogares,
llegó a los tiros en el mes de septiembre,
cuando un general fascista ametralló la patria
desde los balcones de El Molino.
No sólo trajo el hambre en su cartuchera,
trajo la infamia para toda una década.
Si, señor, trajo en su portafolio
la década de la infamia, el tirano,
alabado por el viejo poeta
creyó que había llegado para él
la hora de la espada “dueño y señor
de su noche de gloria”.
Fue un general y luego otro,
de uniformes zurcidos a gotones de sangre
y la pechera adornada de medallas de latón oxidado,
ellos se hicieron llamar presidente,
ministro, gobernador, generalísimos, rodeados
de leguleyos alcahuetes que hicieron fila
para ofrecer sus onerosos servicios
de vende patria al mejor pagador.
La muerte clandestina llegó también
a manos llenas, en el odio del tal Polo
que inauguró la eléctrica tortura
desde la punta de un enfermizo cobre.
Cárceles-calabozos-cárceles,
destierros-muertes-destierros,
asedio helado en los confines
de la patria continental de la Tierra del Fuego,
en los osarios del penal de Ushuaia
donde se tiritaba entre cenizas y pestilencias
hasta el último aliento sin la gracia divina.

Década de la infamia oligarca,
todo fue apenas pan duro en pleno invierno,
el agua hasta el cogote en las orillas,
bajo la helada invernal de las ciudades.
Tiempos perdidos en galpones roñosos
donde crotos hambrientos apilaban
su atadillo de miserias al hombro,
de aquí para allá de obrero golondrina
sin otro destino que la muerte temprana.
Donde el conventillo citadino
hacinó la miseria codo a codo
al calor de las fogatas o los branmetales,
y sonámbulas legiones proletarias
iban y venían en carros y tranvías
para vender su fuerza de trabajo
a los amos de la libra esterlina.
Una hogaza de helado pan,
una papa en el agua hirviendo,
una tripa en el tacho de basura,
fue la comida del día y a dormir
hasta la próxima desgracia en la mañana.
¡Insaciables! Los frigoríficos eran
legítimos mercados de la carne humana
a medio congelar entre berridos
de capataces y gerentes que reptaban
de un lado al otro como genuinas víboras.
Y a las sublevaciones obreras, la metralla.
Las balas silbaron de ese modo la peor melodía.

Aristocracia con olor a bosta. Señorones
de levita negra y rostros charolados de champaña,
que pasaban su vida viendo como pare una vaca,
tirando manteca al techo y acariciando
los escuálidos glúteos de unas polacas enfermizas.
Los encumbrados de la década infame
fueron de prostíbulo en prostíbulo
a fimar los Roca-Runciman que su rey
les exigía. En los patios de esos burdeles
sacaron sus pasajes a la venérea city
y viajaron Londres, idiotizados.
Tropel de cortesanos ansiosos y ridículos,
que ofrecieron a cambio de sus vicios
el néctar de la plusvalía proletaria.

¿Malvinas? Ni siquiera una palabra olvidada.
La soberanía para ellos no resultaba más
que un caprichoso asunto de la cartografía.
Una confusión en la geografía austral
donde la implacable geología de la nieve,
resultaba la espléndida conquista
del invulnerable hielo de la Antártida.
Malvinas, ni barro, ni turba, ni escarcha,
ni un puño, ni un gaucho rebelado,
ni el sueño fatigado de Vernet,
ni el recuerdo del cobarde Pinedo,
ni el sabor del agua singular al caer
por la noche en los espacios de la piedra.
Nunca la mutilación del territorio patrio.
Una exageración sentimental del patriotismo.

***

La República Española
fue apenas un suspiro;
se llenaron de sangre
las rías y bahías españolas,
la guadaña del fascismo
sesgó a una muchedumbre
combatiente y de paso
a sus hijos,
a sus padres,
a sus novias,
a sus hermanos
y a sus hermanas.
Franco mató a España
por la espalda.
Y hasta el último
lloró a Lorca
cuando el fascismo
asesinó a la poesía.
Muerta España,
Japón sembró de tumbas
los purpurinos pedregales
de la hambreada China.
La guerra repitió
su magnitud planetaria,
en los ríos de sangres
en que nadó el gusano
bebió la Gestapo
su néctar venenoso
y tomó por asalto
a las naciones.
Deshizo las antiguas
sacristías
y los sacerdotes
de la muerte calzaron
los coágulos
de sus zapatos rojos
luciendo la estola
sanguinaria
de los genocidios.
A la misa del domingo
fueron los muertos
portando sus cabezas
repartidas
en los campos
de exterminio
y el aire sudando sangres
se hizo espeso.
Se repartió el suplicio
en una hostia muerta
y ordenaron
¡Comed de este escalofrío!
Grandes
y pequeños Hitler
salieron de sus madrigueras
a sembrar los continentes
de cámaras de gas
para acabar
con la humanidad
definitivamente.
¡Muere judío!
Gritaron
carniceros.
¡Muere gitano!
Gritaron
sanguinarios.
¡Muerte!
¡Muerte!
¡Muerte!
Fueron con su leche
negra de amargura
en todas direcciones.
¡Maten
al monstruo
comunista!
fue el grito
de guerra al son
de marchas alemanas
en dirección al este,
a la helada
planicie siberiana.
Pero de la profundidad
de los escombros
llegó Stalingrado,
y de la sangre
y del fusil creció
la guerra roja
que se trepó
a la victoria
en la cúspide
del Reichstag.

***

Cuando fueron vencidos los amos de la muerte
y descansaron los guerreros libertarios,
surgieron los espectros de los campos de matanzas.
Huesos, aullidos, montañas de cenizas,
nombres sin fin en mudas procesiones
por entre los escombros de la muerte europea.
Ahí estaba Samuel, ahí David, ahí Rebeca.
Estaban todos reclamando Justicia.
Pero la Justicia fue apenas una astucia
de un Little Boy de un terrible color rojo,
una pura turbulencia gris violácea.

***

Vencidos los amos de la muerte,
la libertad quiso abrirse paso
para completar su reclamado destino.
Entonces volvieron nuestros ojos
a la aspereza de tu pequeña geografía,
al territorio de tus brumas glaciares.
En los suburbios australes, ola a ola,
adquirió tu presencia la forma del relámpago,
el bullicio azul de los vientos helados
y el correr subterráneo de los ríos ateridos de fríos.
Fue tu forma perfecta, la más amorosa morada
de la lejana patria cautiva del pirata.
Desde la profunda plataforma submarina,
la espumosa maraña de ultramar que te sabía presa,
reclamaba tu estirpe brumosa de retorno
al hogar común de Suramérica.

Por eso volvió tu nombre a pronunciarse
a fuerza de peñascos, a repetirse Malvinas
en idioma argentino, de manera precisa.
También las turbas repentinas dijeron Malvinas,
y hasta la propia noche, que en noctámbulos hilos
tendió su manto para darte amparo,
esperó que la poderosa geología de tus piedras
hablara por sí misma, del deseo
del retorno a la patria verdadera.

Pasaron los meses y los años, pasaron
por Londres y por Washington,
pasaron por Buenos Aires, por la turba malvinera,
neblinado galope del viento tempestuoso;
pasaron bajo el sol de octubre,
y el de marzo y el de julio de tantas inclemencias.
Pasaron las palabras y las ligeras promesas.
Montañas de mentiras hicieron del lenguaje
de la monarquía una jerigonza colonial
repetida desde las extendidas ruinas londinenses.

El colonialismo intransigente repitió
sus colmillos, sentencia de crimen hablado
en lenguas muertas de rabia, de odio,
de esclavizadores al son de un gaita resecada,
inflada de escalofríos centenarios
de los degollados de todas las naciones.
Los esclavos en las sentinas inmundas
de las bodegas de los barcos negreros
recordaron tus matanzas, tus intrigas,
la satrapía de la diplomacia de la libra esterlina.
Siempre tú, Inglaterra, “vieja raposa avarienta,
que tiene parada la Historia de Occidente hace
más de tres siglos”. Siempre tú, vieja raposa.

***

Se sucedieron las revoluciones, cayeron
las colonias en vastas latitudes planetarias;
los pueblos rompieron sus cadenas
y la independencia entró sacando pecho.
La moneda cambio de traje y se hizo dólar;
las profecías del Plan Marshall
resultaron para los pueblos
una contienda de filibusteros,
una manera posbélica de la rapiña.
Y tú, hermanita perdida,
no volviste a casa. La canalla británica
te mantuvo cautiva. ¿Cómo devolverte entonces
al continente de pampas, estepas y montañas?
Esa fue la pregunta. ¿Cómo quitarte
el cepo colonial que desde 1833 te atormentaba?
Pasaron los discursos y las Resoluciones,
las Naciones Unidas condecoraban militares
(rufianes de uniforme), y a abogados de ridículas pelucas
y aristocráticas togas de embusteros.
Pero tú, hermanita perdida, no volviste a casa.

***

2

Operativo Cóndor

Volaron los cóndores, dimensión de la Patria atormentada,
por encima de las nubes esmeraldas fueron en ciclón azul
a su amada morada. Cóndores en el dominio de los vientos,
alcanzaron las tempestades del Atlántico y tocaron la tierra prometida.
Se amarraron a su sueño en la substancia de la turba
y en los duros ríos de piedra reposaron de su vuelo milagroso
amparados por siete banderas prodigiosas. Así ocurrió,
siete centellas celestes y blancas flamearon en la turbulenta
geografía del coraje criollo. Fue justo y necesario.
Los archipiélagos se encendieron repentinos
y estuvieron como nunca tan cerca de la patria verdadera.

3

La “misión” Shackleton

Lores de álgido corazón
lleno de espantos,
navegando al filo
de la última geografía
para ensayar nuevos martirios
a los pueblos de los confines
del mundo, donde América
no calló nunca
el criminal despojo.

No fuiste bienvenido
lord Shackleton;
como en enero de 1833,
los invasores imperiales
no fueron bienvenidos.
En la vastedad atlántica
del sur de los espejos,
la piratería de tu viaje
se disfrazó de ciencia;
ratificación perversa
del ultraje y el pillaje
llevado a cabo
de siglo en siglo
impunemente.
Fuiste el Lord
del inventario
del robo colonial
en los mares australes
y en las tierras enfriadas
por el sudor helado
de la próxima Antártida.
Contigo, lord,
doctores en la ciencia
de mil matanzas
a punta de fusiles
y feroces bayonetas,
en nombre
de su majestad
la sanguinaria
reina de la piratería,
viajaron a los confines
suramericanos a despostar
los territorios ultramarinos
para diseñar los latrocinios
de sus vírgenes riquezas.
En el eminente mar
de la abundante pesca,
del orgánico krill,
de los antiguos témpanos
del agua más pura
y más dulce de la tierra,
del ansiado petróleo,
de los preciosos
metales sumergidos,
de su maravillosa
geología, memoria
de rocas cristalinas
de Gondwana.

Buenos negocios,
lord Shackleton,
licencias coloniales
de la vieja raposa
a sangre y fuego,
martirizando
con la libra esterlina
la oferta de pan,
de una simple
hogaza de pan
para los millones
de hambrientos
que marcharon
crucificados
por el mundo
de los despojados
desde el comienzo
de tu imperio.

Lord de los verdugos
de inocentes naciones,
con la toga y la peluca
y el discurso, sangrando
los verbos de la rapiña
a puro pistoletazos
hasta la última muerte.

4

Maldito Martínez de Hoz

Martínez de Hoz, ladero de Videla, el genocida,
encumbrados lamedales, desangradores de la patria.
Pronunciar tu nombre, Martínez de Hoz,
es maldecir como en agosto de 1806,
cuando tu apellido fue rúbrica e indecente gesto
del perduelis. Oligarca perduélico,
vende patria a sangre y fuego,
prisiones, campos de exterminio y osarios
llevaste en tus viajes a la capital del reino.
Allí te hincaste y reíste satisfecho como en 1806,
(cuando tu ancestro se enriqueció en la traición
del contrabando y el comercio de esclavos),
ofreciendo pedazos de humanidad del pueblo
extraídos en el ritual de los atormentados
para satisfacción de su majestad la Reina de Inglaterra.

Martínez de Hoz, ladero de Videla, el genocida,
casta de prisiones y malditas torturas,
regimientos de sangres y estiércoles te secundaron
mientras vaciabas la nación al mejor postor.
Fuiste el administrador de los generales de la carnicería,
vestido de librea atendiste la voracidad imperialista
y serviste en bandeja de muerte a las Islas Malvinas.
Dijiste “tomad y devorad de estas cuánto quieran,
porque nada de estas Islas nos interesa”
.
Nuestras haciendas importan,
nuestro comercio hacia el este,
el endeudamiento externo hasta el último aliento,
la fuga de dólares a punta de pistola.
Repetiste “tomad y devorad de estas cuánto quieran,
porque nada de estas Islas nos interesa”
.
Luego besaste las pútridos labios de los usurpadores,
beso de Judas cuando la traición al Cristo. 

Tercera parte 

Reconquista y defensa
de las Islas Malvinas 

El 2 de abril de 1982 fueron recuperadas para la soberanía nacional las islas Malvinas, Georgias y Sandwich del Sur. La bárbara agresión del imperialismo inglés, posterior a este acto, impuso a la Argentina una guerra nacional que duró hasta el 14 de junio. La guerra de Malvinas conmovió profundamente a la sociedad argentina, a todo el pueblo. Todo lo que se ha hecho después para que se olvide la guerra, para desmalvinizar, tiene que ver con la profundidad de los sentimientos que se removieron con motivo del desembarco argentino en las islas, de la agresión inglesa posterior y de la lucha contra esa agresión. Nunca como entonces apareció tan claro para las masas que la Argentina es un país dependiente que tiene una parte de su territorio sometido a dominio colonial. Y que es un país disputado por las grandes potencias. Porque en ese momento nos encontramos frente a la agresión británica y el boicot económico de los países de la Comunidad Europea. Los yanquis, después del juego hipócrita de supuesto árbitro de su secretario de Estado, Haigh, ayudaron a preparar fríamente el ataque inglés. Los rusos, que no vetaron en las Naciones Unidas la propuesta inglesa, suspendieron luego la compra de nuestros productos agropecuarios presionando descaradamente por concesiones a cambio de una hipotética ayuda, que nunca existió, y además nunca reconocieron nuestra soberanía en las Malvinas. También China se abstuvo en el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas, con la diferencia de que posteriormente apoyó la soberanía argentina sobre Malvinas. En ese momento sólo contamos con el apoyo de los países del Tercer Mundo y de América Latina, en particular Perú, Cuba y Venezuela. La guerra por el dominio y la soberanía sobre las Malvinas, Georgias y Sandwich del Sur produjo un cambio sustancial en la política nacional. Fue una guerra justa desde el punto de vista nacional; desde el punto de vista de la contradicción del mundo moderno entre los países imperialistas, opresores, y los países dependientes, oprimidos. La Argentina, un país de un olvidado rincón del mundo, se atrevió a empuñar las armas para recuperar un pedazo de su territorio en manos del imperialismo inglés y enfrentar su agresión. El poder estaba en manos de una dictadura prooligárquica y proimperialista, pero, al igual que en 1806 y 1807 con las invasiones inglesas –cuando vivíamos oprimidos por el virreinato colonial español–, el pueblo supo ubicar a su enemigo principal, por encima del carácter tiránico del gobierno y las pretensiones de la dictadura militar de utilizar la guerra para tapar sus crímenes e intentar perpetuarse en el poder.
(…)
Miles de jóvenes combatientes (soldados, suboficiales y algunos oficiales patriotas) enfrentaron con las armas en la mano la agresión del imperialismo inglés: 649 patriotas dieron su vida regando con su sangre nuestras islas y mares adyacentes. Las masas protagonizaron la mayor movilización de este siglo. Masas que tomaron conciencia, abruptamente, de la realidad de la Argentina como un país oprimido y débil; un país que interesa a las potencias imperialistas fundamentalmente por su posición estratégica en el Atlántico Sur; un país que tiene como amigos verdaderos a los países de América Latina, Asia y África, a sus pueblos y a la clase obrera mundial, que fueron los que nos apoyaron, incondicionalmente, en la ocasión.

1

2 de abril de 1982

Y él, soldado y estandarte,
zarpó bajo una luna atlántica
hacia el misterio marino de las islas.
Las altas olas coronaron el gesto sublime
del retorno a la magnitud isleña de la turba,
de los ríos de piedra, apenas hilos
de la antigua geología torrencial
cuando surgieron bajo el cielo purísimo
sobre los recintos de la pequeña patria.
Una misión sublime fue la sucesión de sueños
bajo el nombre “Rosario”, repetido rosario
en las bodegas entre murmullos y rezos
mientras las olas magníficas azotaban los barcos
para poner a prueba el coraje perfecto
ante el imperio colonial y sus matanzas.
La majestad del día fue la visible victoria.
Y él, soldado y estandarte,
estampó su nombre desde la espuma
en las ríspidas orillas a los redondos montes
tierra adentro. Gritó ¡patria!, y cayó
en los archipiélagos el último muro
del colonialismo. La sangre derramada
empapó la turba y se volvió raíz de patria
para todos los tiempos venideros.

2

Elegía a la muerte de Giachino

Sangre en la turba
y en la turba, sangre.
Tú estás,
músculo y piedra,
indomable
en las profundidades
de la anteúltima patria.
Eres el eslabón humano
entre los archipiélagos
y el vasto continente
donde la tierra
adquiere la magnitud
de la Patria Grande,
la soñada
desde Tupac
hasta Tumusla.
Estás en la roca
primigenia
de los sagrados
archipiélagos
australes.
Héroe
en lo profundo
de la piedra,
en la propia
entraña de la roca,
tutelando
las formas
más pura
de la patria,
cruzada por vientos
y perfumes
ideales.
Unánime bandera
de la reconquista,
soldado, cicatriz,
lágrima, voz,
sonido, gloria.

3

Islas San Pedro

3 de abril de 1982

“Hermanos, aquí están ellas”, dijo el soldado.
Así se hizo justicia. Por la cordillera submarina
desde el continente, la patria surge de los mares australes
en la cordillera de San Telmo. El alma de los navegantes,
entre líquenes y musgos y tempestuosos vientos,
repite eterna la voz argentina heredada de España.
Ruda y oceánica es tu anatomía, fiordos y glaciares,
y más allá las breves llanuras de tusacs y brezales
donde anidan petreles azulados que cantan,
enérgicos, los himnos del fin del mundo
bajo la helada luna de la Antártida.

Mario Almonacid
Primer caído en San Pedro

En los breves
musgos
de la helada
corteza
está tu corazón
latiendo eterno
.

Tú, sangre soberana,
continuarás la tierra,
serás bandera alta y pura,
establecida
bandera
formidable
y esperanza
en la ruda
geografía
de las islas.
Mano a mano
la gloria,
inolvidable
tu nombre,
¡tu nombre
es reconquista!
a la orilla del mar,
y en el viento
que lleva
indestructible
tu primera
y tu última
palabra
¡Patria!
al borde de la luz
y de la piedra
donde estás
para siempre,
custodiando.

Jorge Néstor Águila

En Paso Aguerre, Picún Leufú,
donde galopa el viento
la interminable Patagonia,
nació el instante más puro del coraje.
Secretos en las piedras saben
del tiempo de tu primera infancia.
Moncho. Monchito. Moncho coraje.
¿Quién olvidará tu nombre,
héroe neuquino y de la patria toda?
Gota de luz de intensa luna
ardiendo para siempre,
guiarás el futuro a la victoria.

Patricio Guanca

Fulgor de Salta, la siempre heroica,
recibe a tu hijo, carne y sangre de la patria,
tumulto de coraje inagotable hasta el suspiro.
Reúne tus bermejos ponchos para cobijarlo
en la extensión güemesina de los combatientes,
y al sonar la vigilia de las broncíneas campanadas
se dirá de la magnitud de su nombre. ¡Gloria!
¡Gloria a ti, tormenta en la tormenta,
en el confín azul de los breves archipiélagos!
Una manera del ciclón antártico te honra
y vuelve a la patria en el huracanada viento de la estepa.

4

Task Force

Apenas Argentina reconquistó sus Islas,
los conquistadores vomitaron su venganza,
llenaron los palcos de palabras voraces
y los lores y sirs –hooligans de bocas llenas
de viejas arengan imperiales–, proclamaron
los puñales listos para la matanza.
Vendrían por las Islas, a liquidar la libertad
los falsos profetas de la democracia.
¡Ellos! los herederos de los antiguos carniceros
armados del viejo odio colonial, carnívoros,
y para la nueva guerra colmillos repetidos,
crimen y saqueo en su armada mortal.
Garras voraces y británicos puñales,
así prometieron fuegos y martirios
para los temerarios argentinos
que se atrevieron a recuperar los que les fue robado
en los suburbios helados del fin del mundo
hacia ya casi ciento cincuenta años.
¡La estatura de la muerte sería colosal!
Esto prometieron al son del viejo himno imperialista
salido del odre reseco de una gaita sangrienta.

¡Oh, Señor! Pálido dios de los tiranos,
tiñe de sangre inocente hasta tus codos,

dispersa a nuestros enemigos,
cegad a los defensores de su patria,
confunde sus políticas,

frustra sus ardides y trucos,
haz que caigan vencidos, de rodillas.

Asiste a nuestro pillaje alegremente
y disfruta del festín de los impíos.
En ti ponemos nuestras esperanzas,

Pálido dios de los tiranos, (Haig mediante),
¡salva al último bastión colonialista!

Paso del hierro, la pólvora y la química
entre los huesos y venas, músculos ardiendo,
impacto del látigo brutal, azote del señor
de los esclavos de repetidas muertes
en las hediondas sentinas de sus barcos negreros.
Sangre y fósforo, pólvora y ceniza,
piedra empapada en sangre joven,
ese sería el escarmiento sobre la turba fría,
por entre la gélida bocanada de piedras ancestrales
y bajo los sorprendidos cielos neblinados.

5

Alexander Judas Haig

El traidor norteamericano dijo “vengo en paz”,
pero en su valija de crímenes internacionales
trajo la jauría de asesores y espías que
esperaba el momento para soltar las desgracias
pergeñadas en el Departamento de Estado.
El traidor norteamericano, salido de la cueva
del viejo vaquero hollywoodense,
viajó de Londres a Buenos Aires trayendo mentiras
a nuestra sufrida latitud americana.
En los salones del Palacio San Martín
ministros y alcahuetes extranjeros estrecharon
sus manos, repartieron afectuosos abrazos
arrugando sus resplandecientes
trajes y uniformes, bebieron tés y whiskys
y el dictador, ¡oh el señor dictador majestuoso!,
esperaba a cambio de su crimen centroamericano
un favor del tamaño del TIAR. Pero el TIAR
era un papel podrido, pulpa de sangres vertidas
a cada lado de la cordillera, estiércol
de la diplomacia de rabipeladas ratas de smoking
o frac, de acuerdo a la ocasión solemne, repitiendo
¡Yes!, ¡Yes!, ¡No!, ¡No!, mintiendo en conferencias
del tamaño de un crimen premeditado.
Wall Street saludaba la traición del viejo cowboy
quien sonreía a su amiga de Hierro que parloteaba
del futuro promisorio de The Commonwealth of Nations
y lo invitaba a estrujar los pueblos para beber
el néctar de la plusvalía en la calavera de los oprimidos.
Tiempos de mentiras que anunciaban martirios,
y el Judas norteamericano alentando a los verdugos
de la Task Force de nombre victoriosos.
¡Invencible!
¡Hermes!

¡Sheffield
¡Antrim!
¡Glamorgan!
¡Coventry!
La muerte navegando desde su dinastía colonial
a la pequeña patria que esperaba agazapada.

El traidor norteamericano, siempre a tiempo,
siempre puntual con su mentira nueva,
con su rostro de ratón caído del intestino del cielo,
hablando de la dimensión occidental y cristiana
de la catástrofe geopolítica que nuestra pequeña
y empobrecida nación del fin del mundo
podía provocar con su osadía. Y alzaba su dedo
invocando los nombres de la muerte navegando
con sus Rolls-Royce Olympus a veinte nudos por hora
desde la capital del reino de la piratería.

6

Zona de exclusión

12 de abril de 1982

¿Quién nos impondrá
hasta dónde puede llegar
el amor por nuestra tierra?

SUR
Malvinas hacia el sur es turbulencia,
sinfín azul en la secreta fragancia de las aguas
y substancia de misterios gota a gota.
En las profundidades, los fondos marinos,
(escondido brillo del mineral de espejo),
hacen un suceso iridiscente de cristales. Sur.
Sur de viento y tempestad y del último océano
a la deriva atroz del golpe de las olas.
Última Beauchene de piedras y aguanieve
en el extremo de un remolino de espuma,
deja a la vista sus albatros en los márgenes
de ese desquiciado paraíso helado.
A lo lejos, muy lejos, tras las salpicaduras
blancas de las Shetland, la Antártida
y su blanca magnitud fosfórica,
despedazando en témpanos las costas,
derrocha su manantial de frío legendario.

NORTE
Islas Los Salvajes, pánico del hielo sin descanso,
tu breve geografía, al este y al oeste, la lámina del mar
por donde el viento asoma la cicatriz de cielo,
corre azul de orilla a orilla a saltos por las rocas.
Los Salvajes custodian cada Rasa a cada lado,
pequeños martirios de la primera geología,
y sobre cada una de ellas brilla una estrella
de patria firme y rocallosa que contornea
sus breves dimensiones insulares.
Surgen de las olas también las breves Llaves,
que emergen entre espumas de sus propios horizontes
bajo la agónica luna de las tempestades.
Lágrimas de archipiélagos, gotas de roca,
cada una de ellas algo de hielo y olvidados rezos,
clamor que cruza al continente hacia la estepa
de la Patagonia, y espera la bandera de Belgrano
para cobijarse definitivamente.

ESTE
Uranie, acerba roca,
reunión de mares australes;
en tus estribaciones
azul rodó el cielo
en el espejismo
de las aguas
hasta el arenoso
fondo de los mares.
Uranie en el extremo
de la furia del viento,
suave de sol naciente y rojo eco
del antiguo reinado de pangea.
De la lisura de tu húmedo lomo,
majestuosos cormoranes
vuelan tu misterio
hasta el azulino rumor
del océano Índico.

OESTE
Roca Mintay,
Roca Mintay,
piedra y rumores,
hasta el hogar común
sal y silencios,
la implacable
tormenta se sucede.
Olas tras olas
traen tu cercanía
a gotas, la derramada
en la orilla de la patria
y se hace bandera
en la brumosa
cordillera de raíces.
Allí palpitas
tu propia tempestad,
dolor y de furia,
y esperás en la raíz del mundo
tu último y definitivo retorno
del cautiverio inglés
a sangre y fuego.

7

El imperialismo inglés
reocupa las Islas San Pedro

25 de abril de 1982

/ Poema en paralelo: Ángel de la Muerte /

¡Grytviken! ¡Grytviken!

A bordo del León llegó tu nombre;
el día fijado para tu avistamiento
luciste tu esplendor al límite del mundo
entre vientos hostiles y noches diamantinas.
Luego, caldero helado, ¡Grytviken! ¡Grytviken!,
racimos de hierro hundido en los amaneceres
de una caleta bajo el dominio de los vientos,
donde la convergencia antártica
fue del potente mar al terrón blanco de la helada perenne,
y aprendió la geografía del vuelo de petrel nocturno
de ajedrezado plumaje alborotado.
Luna de hielo ultramarino en los fiordos costeros
de la lacónica patria de la cordillera de San Telmo,
donde hundieron sus bayonetas los conquistadores
que arribaron a bordo del odio del colonialismo.
Mataron la patria helada porque esa fue la orden
y arrasaron el vuelo de las aves,
fue muerto el relámpago, el agua dulce
fue agriada y la greda desdichada
colmó de fatigas los perfumes,
(por eso fue legítima la venganza del glaciar Fortuna).
Los invasores victoriosos mutilaron la historia
nuevamente porque ese es su repetido destino,
cólera y furia de los dignatarios reales,
muerte Imperial contra la patria mía,
que espera sigilosa a sus próximos libertadores.

8

Félix Artuso

No hay inclemencia que destierre tu nombre

Tu cuerpo en la tierra prometida
es centinela indoblegable, atento,
que en colinas y montañas existe
azul y blanco para siempre. Vigilas
incansable de argentino amor
por las riberas palpables de San Pedro. Vigilas
en la venturosa constelación de las estrellas
del tempestuoso cielo del Atlántico. Flameas
tu coraje y de ese modo, sostienes
el gesto heroico de la Patria extrema.
En la dimensión de témpanos y fiordos
se perpetúa tu heroísmo inolvidable.

Guarda San Pedro tu corazón coraje,
que tu eterno desvelo guía
el retorno definitivo de la Patria.

9

El imperialismo desata la guerra

Ataque a Puerto Argentino

1 de mayo de 1982

Llegaron con todas sus matanzas a cuestas,
crímenes y tormentos, sangres de pueblos
que fueron sometidos en cada continente
a punta de fusiles y filos de puñales,
las manos muertas de todas libertades.
Desde su vieja guarida imperialista,
navegaron doce mil kilómetros de muerte
y a mano heridas y látigo imperial,
enarbolaron en sus mástiles los odios
más antiguos, atávicas maneras de la estirpe
de los matarifes. De escalofríos en escalofrío
corrió la sangre americana en la húmeda greda,
pura materia humana del despojo.
Furia imperialista de bombas y metrallas,
sobre la breve capital de las Malvinas
expandió el fuego su metalurgia ardiendo
donde el músculo a la intemperie debatía
su lucha en medio de la escarcha.
Nubes y ruidos cubrieron los cielos de Malvinas,
el día se hizo noche, de repente. La guerra imperialista
describió su patética cáscara de pústula e infierno
sobre la silenciosa soberanía de la turba.
Así llegó el momento de la lucha
palpitando en silencio la patria esplendorosa,
el sueño belgraniano, inconmovible
de ser libre sin que otra cosa importe
de todo dominio de la extranjería.

10

Crucero General Belgrano

Elegía

2 de mayo de 1982

Quiero llegar inesperado huésped

hasta tu ingeniería en el fondo arenoso de los mares

a tu ultramarina silueta gris de combatiente

donde reposa inmensa tu corroída metalurgia 

quiero en la latitud anticolonialista de la guerra patria

en la sumergida furia del majestuoso oleaje

padecer extenuado tu último fuego vesicante

y la herrería ardiente del torpedo asesino 

sordo a las inquisiciones del Imperio británico

tiesos los labios de incontenible bronca

y la pulpa casi ardiente de los párpados

donde la espuma última fluye entre las piedras

y reposa la combatiente substancia del coraje 

quiero llegar a cada marinero en nombre y apellido

abrazados al Rosario cuenta a cuenta de Cristo y de María

y palpar en el hondo relicario marino las voces juveniles

en la profundidad de sus iridiscentes espumas abismales 

quiero llegar donde nuestros heroicos marineros

son indestructible roca atenta y poderosa

de la extensión soberana de la patria 

permanecer en vigilia eterna junto a ellos

reconocer la ternura de su existencia humana

sus recuerdos de hijos con las dolientes madres

de las aljofaradas palabras para los tiernos hijos 

quiero llorar argentina hasta la última lágrima

sumergirme con ellas en el profundo abismo

bajo las enfurecidas olas del Atlántico

quiero llorar en ti por esta amada patria

11

Ara Sobral

3 de mayo de 1982

Piélago azul bate sus olas
al tope de la pluma la bandera de guerra
en el rudo brazo de la grúa en popa,
¿no dice eso de todo aquello que es coraje?
La oportuna honra de la patria
surge en cada nombre de cada uno de sus hijos.
Convoco en el grito a esos hermanos
en el idioma del pueblo, el que mejor digo,
y de ese modo perpetúo su heroísmo
en su portentosa manera azul y blanca:

Tu, Sergio Raúl Gómez Roca,
metal inextinguible del arrojo,

Tu, Claudio Olivieri
pura semilla tu nombre en la península,

Tu, Mario Alancay,
el güemesino acero en la encendida piedra,

Tu, Daniel Tonina,
la afortunada condición heroica,

Tu, Sergio Medina,
acierto invencible de la ráfaga,

Tu, Ernesto del Monte,
eternidad de la titánica esperanza,

Tu, Héctor Dufrechou,
agitación del mar interminable,

tu, Roberto D’errico.
Turbulencia de la luz marina,

Todos, reunión de la esperanza de la Patria
cuando vuelva la tierra prometida.

12

HMS Shefield

4 de mayo de 1982

Esa fue la venganza ardiendo-quebrando
tu coraza ardiendo hasta los tuétanos
tu sicaria maquinaria imperialista muerta

Apenas retorcido muñón de hierro
centelleante trozos de tu traición al aire
añicos de metal y vidrio y músculos
y tiránica jerigonza naufragada

Inútil herramienta de la muerte del Imperio chacal
hecha polvo de fuego en todas direcciones

Un cementerio al mar de bruces
cruces de amianto y tumbas de papel-promesa
que nunca se cumplirían luego del empellón
mortal del vértice rojo-rojo de un misil
girando-girando directo al corazón
del invasor hasta el escalofrío de la sulfúrica
hoguera vengativa ardiendo
en el gélido sonido del incendio marino

Esa fue la venganza caudalosa-espesa
implacable cometa incandescente
aullido impredecible viento rojo que llegaba
desde el cielo y trocaba en tempestad
de fuego su silbido de acero contra el atlántico viento

Justicia del navío sumergido
-del herido-del ojo-del anillo marital
-del verbo-de la mano-de la víscera
-del náufrago-del Rosario-de la breve esquela
-de las profundidades-de la última navegación sin puerto

13

Hundimiento del Narwal

9 de mayo de 1982

Omar Rupp

Llega tu nombre en la marea,
crece en la arquitectura de la ola majestuosa
tu precisa bandera de marino mercante,
sigues la lucha a tu manera, en la agitación
del viento, en la prédica titánica de la tormenta,
en los hilos de luz sobre la greda helada
o en los oscuros suburbios de la húmeda turba
de la agobiada geografía de Malvinas.
Desde el límite de los horizontes
llega tu figura en el emblema del sincero coraje,
y en la congregación de voces marineras
se repite tu historia inolvidable, bajo la atenta custodia
de la gloriosa bandera de Belgrano.

14

Islas de los Estados

10 de mayo de 1982

En la noche del 10 de Mayo de 1982, cerca de Puerto Howard, en una de las tantas misiones de transporte, fue atacado por la fragata británica HMS «Alacrity», cuyos cañonazos dieron en la carga de combustibles y municiones que llevaba. El «Isla de los Estados» explotó y desapareció junto con casi toda su tripulación en pocos minutos.
El hundimiento de este buque fue un suceso emblemático, ya que operaban en él hombres de las tres Fuerzas Armadas, de la Prefectura y de la Marina Mercante.
TRIPULACIÓN DEL «ISLA DE LOS ESTADOS» MUERTA EN COMBATE.
Personal de la Marina Mercante: Capitán de Ultramar Tulio Néstor Panigadi; 1º Oficial Capitán de Ultramar Jorge Esteban Bottaro; 2º Oficial Piloto de Ultramar Jorge Nicolás Politis; Jefe de Máquinas Maquinista Naval Miguel Aguirre; 1º Maquinista Maquinista Naval Alejandro Omar Cuevas; Contramaestre Benito Horacio Ibáñez; Cabo de Marina Jorge Alfredo Bollero; Marinero Manuel Olveira; Marinero Antonio Máximo Cayo; Marinero Antonio Manuel Lima; 1º Pedro Antonio Mendieta; 1º Mecánico Enrique Joaquín Hudephol; 1º Cabo Omar Héctor Mina; 1º Cocinero Rafael Luzardo; Mayordomo Héctor Omar Sandoval. Personal de Ejército: Capitán Marcelo Sergio Novoa; Sgto. Ayudante Víctor Jesús Benzo. De la Armada Argentina: Cabo Ppal. Rubén Torres; Cabo Enfermero Orlando Cruz; Cabo 2º OscarJosé Mesler. De Fuerza Aérea: Cabo 1º Héctor Hugo Varas. De Prefectura Naval: Marinero Jorge Eduardo López.

En la umbría noche, la Prontitud echó el fuego
que en la masa de hierro sembró la muerte
como un relámpago rojo. Ardió el destino
aplastado en hierros retorcidos, y taciturnas las sangres
de los combatientes encontraron en las cenizas
su postrer alivio en el fondo ultramarino.
Los palpitantes nombres de los dieciocho hijos
se resumieron en uno: patria, por la que vivieron
y por la que murieron. La Prontitud en silencio
se refugió asesina en el suplicio de la noche extranjera,
y sus esbirros bebieron el luto en la botella de whisky
que aguardaba la celebración del crimen del colonialismo.

15

Río Carcarañá

16 de mayo de 1982

Su estirpe de acero yugoslavo,
azul substancia del mineral croata,
con rumbo 105 se echó a la mar cargado del coraje
de criollos reunidos alrededor de la enseña de la patria.
Marcharon donde la guerra adquirió la magnitud
de la invasión del enemigo histórico,
conquistador ultramarino que, desde hacía siglos,
repartía la mercancía de la muerte en los cinco continentes.
Allí fueron los marinos mercantes,
hijos dispersos que unieron sus trabajos rudos
para la precisa travesía malvinera,
atentos de la guerra que seguía su estela submarina
en el espanto sigiloso de un torpedo asesino.
Surcaron la turbulencia azul de las mareas,
la espuma crepuscular del viento errante,
y recalaron ola a ola en el Cabo Belgrano,
en las estribaciones precámbricas de la Gran Malvina.
La transparencia matutina dejó a los hombres
ver la tierra prometida, en el húmedo viento
esparcido en las orillas, humos taciturnos, invisibles,
dirigían atentos la fragancia de la turba nueva
y así reconocieron el perfume extremo de la patria.
Un ruido de piedra llegó desde su madrigueras
y hubo hasta carcajadas entre los compatriotas.

Contemplaron sombras y esplendores los alijes,
los hombres hicieron su trabajo a conciencia,
llevando a destino vituallas y corajes y esperanzas,
la necesaria materia para una lucha justa.
Luego, cuando la usina del viento silbó su melodía,
el frío azul soltó amarras y descubrió los preparativos
del enemigo que alistaba la metalurgia de sus escalofríos,
ungía bombas del tamaño del relámpago,
sílabas de balas en brutal incandescencia
y furia en la dimensión del aguijón de las esquirlas.
Contra la orgullosa argentinidad marina la destrucción
llegó de los intrusos en el compacto vuelo de la muerte,
la artillería del odio imperialista regó la espesa lumbre
de la tumba donde los náufragos eran apenas temblor y fuego
que rosario en mano, llegaron a tierra y vieron
desaparecer su nave en el marasmo de la noche de San Carlos.

16

Desembarco británico

Estrecho de San Carlos

21 de mayo de 1982

Imperio de raposos,
trust de mercaderes,
reyes y reinas buenos
para las matanzas,
gurkas de occidente.
Crueles invasores…

Así llegaron, en máquinas de esclavitud
feroces y malditas. El estrecho de San Carlos,
con sus vertiginosas aguas y solitarias orillas,
fue testigo del arribo de los incendiarios,
de los desangradores de los pueblos,
falsos civilizadores montados en la furia
y la barbarie del crimen del colonialismo.
Libra por libra de carne, dólar por dólar de sangre,
la crueldad en la lengua del perverso Edgar,
el auspicio de los caníbales del Foreing Office
y las ratas accionistas de Wall Street,
arribaron a la pequeña patria austral de las Malvinas
desde los implacables crímenes imperialistas.
Allí lucieron los viejos coágulos rojiazules
de la unión jack, y entonaron borrachos los patéticos
himnos del imperio como siglos atrás en el Río de la Plata.
Despiadados hurgaron los bolsillos de los muertos
para robarles el último momento de su condición humana.

Latitud de la muerte en los repetidos féretros
del viejo ejército de conquistadores y verdugos,
sus mercenarios cargando sobre sus espaldas las antiguas
carnicerías imperiales. Una desquiciada multitud
de soldados salieron de los buques invasores
y mezclaron en los mares sangres y aniquilamientos
en su empeño mortuorio de balas y fusiles.

Tras ellos, aviones en devastador planeo de saqueos,
atormentaron la reciente e incruenta reconquista
con explosivos de lunático berrido. Golpearon las piedras,
la húmeda turba sintió el fosfórico fuego de la pólvora,
y hasta la membranosa luz del día se hizo añicos
en el metal caliente de las bombas.

La breve patria a pura fortaleza
bajo el nombre de Güemes
sacó pecho y en la rugosa orilla
de San Carlos presentó combate.
El viento desató sus hebras
grises y el mar se espumó
en su diagonal azul al horizonte
marinero mientras caían
las negras agonías de los helicópteros.
Sea King, ¡rey del mar!
Al golpe trágico de la fusilería
tu reinado se hundió
en la encrucijada de las olas
del estrecho. Y tus aspas
implacables, fueron apenas
láminas inútiles al coraje
güemesino de soldados y oficiales.
Tras tu frenética caída, hélices muertas,
el cerrojo de la patria estableció
en las atlánticas y heladas aguas
del Río San Carlos, la geometría
de las sepulturas de otras naves
de siniestras metalurgias,
y echaron a pique los sueños
de esos soldados invasores.

….

….

Halcones de la patria, no ha rozado el olvido
la hazaña de sus vuelos a ras del mar, del litoral
de la patria altiva al cielo en el azul y blanco de su gloria.
No hubo martirio al que no asistieran raudamente,
vuelo frenético en el momento trágico de la guerra invasora,
golpe de muerte y hierro en el solitario escalofrío
donde el coraje latía del corazón al alma del piloto.
Sus arrojos tienen nombre, salieron de la extendida patria
hacia el frío corredor donde la muerte amanecía
a cada lado del implacable estrecho.
Ardent, Argonaut, Brilliant, Antrim, Broadsword, Alacrity,
supieron de sus vertiginosas furias, y no es difícil
suponer de qué modo quedó estampada la patriada
en la metálica coraza de los buques invasores.

17

HMS Coventry

HMS Atlantic Conveyor

25 de mayo de 1982

Cisneros, en su último momento de tirano,
corrió por los pasillos del Cabildo
implorando a una tropa que ya no respondía.
Siglos de devoradores, de furias sanguinarias
tocaban a fin en las riberas del Río de la Plata.
Fue después de Chuquisaca (de allí llegó Moreno
y también llegó Castelli), la de la Junta Tuitiva
y el relámpago de pólvora y espada
en la proclama del mulato Monteagudo.
La bella Chuquisaca de tantas agonías
la patria asesinada un año antes.
En el Cabildo de los revoltosos rioplatenses,
Belgrano levantó su mano blanca y agitó el pañuelo
blanco de la insurrección plebeya. Los chisperos asistieron
con su rabia al nacimiento de la nueva patria.
Algo más lejos, en los cuarteles de Patricios,
las tropas de Saavedra, vencedoras del inglés,
asamblearon la libertad a viva voz y viva esperanza.
Allí nació todo, el criollo palpitó sus sueños libertarios,
el esclavo negro se quitó el colmillo de la carne
y los originarios ofrecieron sus armas para la aventura
de la nueva independencia. El sol del veinticinco
iluminó al soldado nuevo desde el estuario rioplatense,
y el soldado predijo el himno con el que cientos
marcharon a todas las batallas. Luego Belgrano,
siempre Belgrano, izó el ritual de la bandera
y creo el primordial emblema de la Patria.
El mismo himno se escuchó ese día
y la misma bandera flameó antes del combate.
Desde los pabellones de los cielos patagónicos
dejaron los aviones los territorios argentinos
para ajustar cuentas con los matarifes imperiales.
Los descubrieron, las proas en sangre de la patria,
y lanzaron su explosiones hasta los oscuros navíos imperiales.
Un arsenal de hierros encendidos golpeó
a los invasores en la soberbia de sus navegantes,
y una avalancha de patria estampó a estribor y babor
el lado oscuro de la guerra. La Cruz de Clavos,
donde el Imperio crucifica a los pueblos sometidos,
se hundió entre los desventurados marineros
y tocó el fondo marino como un madero muerto.

18

Pradera del Ganso

27 y 28 de mayo de 1982

Elegía a la muerte de Roberto Estévez

Llegó el soldado en madrugada, era la forma dura de la patria,
el gesto decidido del guerrero. Puños sin descanso
al intruso enemigo, grito a grito, bala a bala, puñal a puñal,
frenesí de la encendida metralla en el torrencial horizonte del Atlántico.
Era trinchera piedra y agua, turba endurecida ardiendo
en el unánime combate por la patria invadida del Imperio.
Tuya Malvinas, soldado, tuyo el terruño perdido,
patria de mar, de piedra, patria en perfume a noche
y mineral y al despiadado viento de la Antártida.
Tuyo el rumor a gauchos olvidados, al ruidoso galope
del atrevido Antonio Rivero cosiendo los fragmentos de banderas
de cuando Vernet sembró de patria el anegado suelo malvinense.
Tuya la furia, soldado. Tuyo el aullido blanco y celeste
ante la luna pendiendo en la crucial atmósfera del fin del mundo.
Tuyo el arrullo de las sombras, ruidos y centella en el ocaso.
Tuya la gloria de tu muerte al norte de las estrellas sobre un glacial de plata.
Y tuya la cólera del invasor inglés que bajó iracundo de sus navíos
con su bagaje de brutas sepulturas entre las manos,
muerte del Imperio de cientos de matanzas. Gloria a ti, invencible
soldado entre todos los soldados, última sangre irrenunciable.

19

Ataque al HMS Invencible

30 de mayo de 1982

¿Quién dijo de tu invencible condición guerrera?
Metal de luto en tu apaleada materia marinera.
Se oyó tu grito ciego hasta en el salobre viento
derramarse de un golpe en el helado oleaje del atlántico.
Nada más invencible que esta patria nuestra.

20

Bahía Agradable

RFA Sir Galahad

RFA Tristam

8 de junio de 1982

Pequeña patria, en tu turba la sangre
del patriota echó raíz de piedra. A ti acudieron
magníficos Halcones en inesperado vendaval de guerra.
Volaron entre las marañas de las nubes,
y atravesando el baluarte de los arcos iris
lanzaron sus relámpagos contra los navíos invasores.
Temible metal fue el golpe de la Patria
sobre la espuma roja, donde encendió el abismo
de un infierno ciego. Bluff Cove fue la oceánica
emboscada, espesa cólera y sangre repartida
en el moribundo oleaje de los náufragos,
cuando murieron a la deriva las ambiciones coloniales
lejos de las rocosas orillas de los archipiélagos.
Sobre Sir Galahad, la guerra en la metálica lluvia de la muerte;
sobre Sir Tristam, nimbar de fuego en la corona
calcinada del imperio de los usurpadores.
Todo, desesperada ceniza a la intemperie.

Primer teniente Danilo R. Bolzán

Eres diamante, materia pura de la tierra entrerriana,
memorable substancia de la mesopotamia.
En la verde congregación de árboles y pastos
se repite tu hazaña, y en las sonámbulas intrigas
de las lunáticas riberas de los ríos se te nombra.
Héroe del litoral de los secretos, donde replican las lámparas
la luz de los sonidos del extremo coraje, vuelves al vuelo audaz
todos los días, ardiendo en un amor celeste y blanco por tu patria.

Teniente Juan J. Arrarás

Quiero que vuelvas un día del recuerdo
eléctrico y azul tu vuelo extraordinario
sobre la nave memorable de los enemigos.
Quédate así, eterno combatiente, brillando atlántico
en las tinieblas donde los fríos archipiélagos
esperan el definitivo retorno de la Patria genuina.

21

Monte Longdon

11 y 12 de junio de 1982

Es el soldado, que es decir la patria,
el que espera contando sus raíces.
Piensa en los días familiares, en un aroma,
una voz conocida, una palabra oída tantas veces,
un calor suburbano en las veredas angostas,
la reunión de la primavera entre los árboles.
El amor de la madre, siempre transparente,
el beso de la amada, la sonrisa del niño,
el abrazo del padre, el bullicio del pueblo,
todos esperando su regreso del frente de batalla.
¿Qué otra cosa esperaría su vuelta sino esa manera
humana de la patria cotidiana? Mira hacia un lado
y hacia otro, donde también esperan los otros combatientes,
y el golpe de la helada los tirita de espera codo a codo.
Noche llena de frío. La lágrima es ese instante necesario
justo antes del nervio, del sudor instantáneo,
del rezo que pasa de un hombre a otro como la eucaristía
que queda en la garganta como un consuelo breve.
Allí están el alumno, el maestro, el peón, el albañil,
el sastre, el aprendiz, el oficial, el hermano vivo
y el hermano muerto, la muchas formas que la patria
ejerce para hacerse ver y hacerse oír desde la pequeña
geografía malvinera al borde del agitado Atlántico.
Si hubiera luna en el espeso silencio, haría una corola
de plata a cada uno, o quedaría en el pecho del soldado
en un solemne toque del escaso abrigo al alma.
El corazón late hasta las raíces y el coraje
es un fuego desmedido que surge hasta de la última molécula.

Patria llena de rocas, en la escarpada noche
la guerra desemboca con su carga de furia,
zumban las bengalas hasta la subterránea piedra
y trituran las trazadoras la oscuridad del monte.
Horas de fuego siguen unas a otras bajo el umbrío cielo
y en los estrechos senderos los soldados luchan sin descanso.
Hasta el último hombre se ha vuelto bandera de Belgrano
y aún las manos rotas no cesan en la lucha. La sangre
se ha transformado en piedra roja, en titánica turba,
y establece la soberanía de lo indestructible.
Desde entonces, soldados del pueblo mío custodian
el porvenir desde las Islas; son nombres tutelares,
esplendores de piedra, de agua, de viento, héroes
desde el encrespado mar, desde el impulso terrenal
de los amados archipiélagos. Permanencia de la patria,
del material de la gloria bien ganada. Sueño indomable,
indestructible, del próximo retorno a la tierra usurpada.

Teniente Juan Domingo Baldini

Junto a tu cuerpo, la piedra, sal
de ceniza en el espacio de los corredores
donde aún retumba el grito de la patria.
Tu endurecida e indomable sangre, es raíz
aferrada a la pura geografía de los archipiélagos.
Inolvidable ejercicio del coraje. ¿Quién olvidaría
la porción temblorosa de turba donde reposas
libre de preguntas y respuestas, simple
como el laurel del heroísmo que te envuelve?
A ti, soldado, baluarte del honor,
eterno refugio de los estandarte nuestros,
vamos hermanados en plenitud de patria,
que condecora con tu nombre sus mejores glorias.

22

Dos Hermanas

11 y 12 de junio de 1982

Sargento Mario Cisneros

A puro pecho, la batalla,
bajo la copa de la noche oscura
entre las erizadas piedras,
la lámpara de la patria
echando luz desde tu enorme coraje
hasta el hogar común del continente.

Alta bandera a tu estatura heroica
besa tu sangre prodigiosa
y de ella surge la renovada fortaleza
del que combate por la causa de la patria.
Inscribe en las rocas el hierro de tu verbo,
la implacable promesa combatiente
¡Volveremos!

Mayor Jorge Manuel Vizoso Posse

La eternidad hizo su armadura
desde la corona del rosario,
las cinco llagas de Cristo
contra tu hombruna espalda
en el disparo del fusil artero.
Jueves de misterio luminoso,
tan celestial y milagroso
quiso que tu heroísmo
permaneciera intacto
e iracundo y combatiente.
Latió tu fusil la guerra justa
y ardiendo en el fuego de la patria
derribó a los capitanes del imperio.

La Batalla

Entre los decisivos fuegos, nocturnos vientos de piedra.
En la salvaje noche endurecida esquirla a esquirla,
–toba volcánica bajo la antorcha calcárea de la luna–,
sonó atroz la guerra desde las cisternas de la muerte
y a empellones la patria luchó en todas direcciones.
Los crímenes agrupados a lo largo de la historia del Imperio
revolcaron sus espectrales tropas bajo los estandartes
de los conquistadores. Rendirse no fue palabras conocida,
y de los sanguinarios instantes de batalla surgió tanto coraje
que elevó hasta la gloria la condición humana del guerrero argentino.
Quien dejó allí su sangre, se fundió en la pulpa de las piedras,
en la molécula más preciada de la patria genuina. Indestructible
semilla del irrevocable regreso en el momento justo,
cuando la patria hecha un hombre nuevo, desembarque
nueva y extática para la libertad definitiva.

Soldado Oscar Ismael Poltronieri

Oscar creció en Mercedes, a campo y caballo, el sol de frente.
Fue de puro cielo su paso campesino, donde el golpe del viento
era extenso sonido que cascaba entre las arboledas su música
de gauchos a la entrada de la venturosa pampa. En Santa Catalina
fue paisano, y tuvo a mano el galope del caballo de un horizonte
al otro, entre la celeste aurora y la estrellada noche mercedeña.
En Pampa Chica se hizo al trabajo desde donde pensó su porvenir
y partió ya listo para la cosecha. Peón rural, en el maizal trabajó
en las rústicas madrugadas bonaerenses a escarcha, mate,
y viento, donde supo de las buenas conversaciones entre paisanos.
De “La Virga”, de atardeceres rojizos entre pálidas lumbres,
y la arboleda implacable de «La Biznaga» a la Estancia “La Peregrina”
a rienda suelta la fraternal docencia para un niño jinete.
Hombre de caminos, siguió su andar hasta el borde magnífico
del mar atlántico y predijo en su oleaje su destino de patria.
Fue soldado, hombre de acero en la lucha desigual
contra el invasor colonialista, puro osadía en Dos Hermanas
y ruda presencia en la corajeada guerrera del Monte Tumbledown.

23

Monte Harriet

11, 12 y 13 de junio de 1982

Firmes en la batalla, firmes entre las rudas piedras
de los montes que defendieron sin descanso. Firmes.
Puso el coraje argentino a prueba el metal de los morteros,
de las metrallas, de la brutal artillería inglesa,
crujiendo la noche su cruel oscuridad a cada fuego
como una lluvia ardiente sobre sus cabezas.
Un relámpago extendido por los desmoronamientos
de los sorprendidos montes entre las llamas,
un estremecimiento salido de la conciencia pura
de la patria, un arrebato celeste y blanco
sin fatigas, un paisaje arrojado en todas direcciones,
el perfume colérico del frente de batalla.
El combate de los hombre fue a destajo, sin reproches,
en cada necesaria trinchera la tropa combatiente
se hizo heroica. Una bandera en cada hombre,
cada uno un baluarte a pasos de la muerte.

Cabo Roberto Basilio Baruzzo

Inesperado hombre, hazaña en la guerra atlántica,
pura sustancia humana de Riachuelo,
donde tierra y rumores paranaenses de raíz en raíz,
van hasta la paz del crepúsculo del río.

¿Quien describiera tu coraje a toda prueba?
No sólo la palabra es pobre para saber decirlo,
sino que incluso ante tu hazaña no resulta verdadera.
Los que suenan los chamamés sí saben cantarte,
ellos vendrán con sus guitarras y sus acordeones
a sincopar un himno vibrante a tu homenaje.
Dirán en todas partes que luego del fusil,
del mineral del pólvora, surgió el puñal
del milagroso metal de patria donde fue forjado,
y el último combate a todo nada fue del puño,
el argentino puño de batalla, gesto final
del que no aprendió nunca la palabra rendirse.
Te dijo Echeverría ¡Tantas veces gracias!
Y también “hermano”, la misma sangre
sobre la misma turba, sobre la misma piedra ¡hermano!
Casi un golpe de Dios ante los invasores.

24

Tumbledown

13 de junio de 1982

Subteniente Oscar Augusto Silva

Hermano, (y en este singular los nombro a todos)
has reunido todos los corajes. Allí llegaste, el Rosario
al cuello, rodeando tu alma poderosa como una dulce caricia
para despedirte sin meditar el modo, aferrado a tu arma,
sin resignarte nunca como te pidieron los comandantes
cuando te encomendaron la guerra como un último servicio.
Aún muerto eres tan poderoso como un árbol nuevo,
un árbol luminoso, un árbol que no cesa porque no sabe cómo,
un árbol de piedra, de fuego, germinando en el cráter surgido
al azar de las granadas, echando tu raíz tan vigorosa de esperanza
entre el lunático tronar del bombardeo sobre Tumbledown.
Bajo el fuego de los propios morteros ¡y tú como si nada!,
como si apenas se tratara del vuelo azul del emplumado albatros,
o el deshoje de una música rodando desde las alturas celestiales.
Ya todos los saben, propios e invasores, si se ha de hablar
que se hable de bravura si te nombran, si te rezan no te lloren,
te recuerden como al momento fecundo de los trigos maduros,
como a la dulce luz del sol del mediodía, como a la ronca voz
del zonda desde los arenales esenciales de los Andes. 

25

Siete Colinas
Wireless Ridge

13 y 14 de junio de 1982

Soldados: cada colina fue testigo del metal en llamas.
En Wireless Ridge, con su cresta al cielo en roca viva,
sonó un reguero de guerra mientras la tempestad de la batalla
sacudía la tierra hasta el martirio. Lucieron las agonías
como luces de bengala por toda la última noche
de la reconquista. Bajo los pies la patria encenizada,
y la sangre evaporando su perfume amargo por las bocas
de los que caían pero se levantaban para seguir la lucha.
Al final, el fusil cayó roto sobre el ignoto lodo de la turba
y ya no pudo el soldado alzarse hasta la última proeza.
La patria agredida sangró por su corteza lastimada.
Luego, los invasores insaciables, con sus resecos cantos
vomitando las larvas nauseabundas del imperio,
llegaron izando el viejo pendón colonialista.
Rieron por la pústula de sus colmillos rojos
y celebraron sus crímenes hasta la próxima guerra.

26

Puerto Argentino
¡Volveremos!

14 de junio de 1982

¿Recuerdan la bandera flameando el 2 de abril?
La gran bandera celeste y blanca surgida en los combates
por la independencia, cuando Belgrano la izó a orillas
del Paraná. Poema al viento en el Puerto Argentino,
hizo oír en su ondear las miles de gargantas
que decían su nombre en medio del tráfago citadino.
Fue el momento en que el mapa de la patria se completó
de turba, de ríos de piedras que irrumpieron de la corteza
de la antigua pangea, de los aires antárticos, de la fría latitud
de los crepúsculos purpúreos de los archipiélagos.
Ríos y montañas y llanuras y estepas fueron conmovidos
cuando la ante última patria salió del cautiverio
al que estaba sometida desde el siglo pasado.
Fue el momento de la victoria, cuando todo lo pasado
cayó en el transcurso de ese día en un instante
extraño, permanente, ante la admiración del mundo
que supo de aquella osadía que interrumpió más de cien años
de usurpación colonialista. ¿Recuerdan ese momento
más allá del asombro y de las lágrimas vertidas horas antes,
cuando fuimos apaleados? Nuestros hermanos hicieron eso,
desvelados en viaje extraordinario llegaron a la helada mañana
de la reconquista empapados en sal augusta, en la secreta sal
del mar definitivo que llega indomable hasta la Antártida,
y tomaron las costas palpitando de patria ese justo momento,
bajo un cielo distinto, un cielo derramado como no había ocurrido
hasta que cada soldado golpeó las puertas de la gloria.
La sangre fue vertida y el dueño de esa sangre tuvo nombre
y de su muerte noble nació una piedra nueva, roja, sí, roja
de luz como encendida, de luz nueva y vigorosa, y echó raíz
más allá de la primera turba, de la napa profunda,
del arrebato áspero de rocas subterráneas a las que sobrevino
la renovada esperanza de la misión cumplida. Sobre la tierra
lejana hubo fiesta, hubo música, se visitó de canciones
cada rincón de patria y en todas las latitudes salieron estrellas
de todas las tinieblas. La geografía añorada salió de entre los libros
y se hizo voz y presencia hasta las últimas fronteras.

Luego fueron todos los combates. La patria fue atacada
por mar, por aire, desde los cerros infernales, fue invadida
como lo fue en otros tiempos, los mismos enemigos conocidos,
de cacería por los suburbios del mundo, con sus estiércoles
a cuestas, sus inmundicias de códigos reales,
de actas de navegación de hostiles reglamentos coloniales.
Mastines y ladrones, viejos y nuevos mercenarios,
amarrados a sus antiguos crímenes cometidos en nombre
de su Majestad la Reina. Allí murieron muchos,
y bajo la blanda turba permanecen, aguardan, custodian,
y aquí, de manera solemne, repetimos sus nombres con orgullo,
uno a uno los recitamos como dulces poemas
que fueron escritos con el metal de la batalla.
Lo que quedó en Malvinas es la materia pura de la patria,
indestructible, inolvidable, es una arenga invencible
que viaja a través de vientos y mareas y vuelve
una y otra vez y vuelve y grita ¡Volveremos!
Todos oímos ese grito. Es el prodigio de la voz del pueblo
echa soldado donde la coraza de la piedra los protege
a la espera del definitivo retorno.

Coro

¡Volveremos!
Una y otra vez
¡Volveremos!
Suena un clamor
incorruptible,
como un trueno,
como una llama de piedra,
como un indómito océano,
como un irisado cielo,
un unánime grito…
¡Es la propia bandera
la que ordena!
¡Volveremos!

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