El olor se percibía desde el descansillo. La tía Marisa tenía preparada la merienda, como cada jueves. Era algo especial para mí, merendar en casa de la madrina de mi madre que había sido actriz en su juventud. Su casa era como un museo o un almacén de cosas fantásticas porque yo con cinco años no sabía lo que era un Museo.

Pero los jueves por la tarde me gustaba merendar en casa de mi tía. Quizás porque me daban ese café tan delicioso con unas rosquillas riquísimas que hacía la buena de Nieves sin dejar de fumar su ducados. Mi tia le decía que lo apagase pero ella lo llevaba en la comisura de sus labios como Popeye, apagado y todo. Nieves era una mujer casi obesa pero mis hermanos y yo recibiamos todo el cariño que cabía en ese enorme cuerpo. Sus abrazos eran cálidos y reconfortantes.

Mi tía Marisa también nos besaba muy sonoramente y nos dejaba la huella de su carmín, no paraba de hablar un segundo pero nosotros veíamos la Bruja Averia, mojando rosquillas en ese delicioso café.

Me pregunto si no era una merienda muy saludable pero en la actualidad los tres somos altos y delgados. Los jueves mi tía nos hacia reír con sus ocurrencias y los recuerdos de su pasado como actriz.

Y lo mejor de todo era ver a mi madre reir relajada y sentirse querida por esas dos buenas mujeres. Los jueves mi madre estaba tan guapa. Se arreglaba mejor, se estiraba su melena negra con el secador, se ponía tacones y se pintaba los ojos. Esos ojos verdes tan tristes que nosotros amabámos a pesar de su dolor.

Los jueves mamá volvía a tener nuestra edad y merendar con la tía Marisa café de puchero y mojar rosquillas oyendo historias antiguas. Los jueves mamá reía hasta que se le corría el rimmel. Sus ojos se ennegrecían pero no por ojeras como otras veces. Era bonito ver a mamá feliz, con la gente de su vida anterior, con nosotros y verla sin alarma, sin miedo, sin dolor.

El resto de la semana las llaves de mi padre en la cerradura era como un tañido de campanas a duelo, era el principio de algo terrible que nos hacía taparnos nos oídos e intentar no oír, cerrar los ojos y dormir con los corazoncitos encongidos.

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