Me llamaste, Desde mi ventana
en una tarde de abril, bajo el árbol
que una vez sembramos juntos en nuestro jardín.
Me llamaste, Cuando aún mis pensamientos
no se habían ajustado a la pérdida de tu presencia.
Me llamaste, mientras escribía esto para ti,
mientras aprendía a través de tus recuerdos
lo que es la poesía.
Trate de encontrar versos sonoros que cumplieran
a cabalidad con el propósito real de un poema.
Trate de escribir algo que le guste a la audiencia.
Que generará pensamientos de fama y gloria.
Pero me llamaste, y solo vi tu rostro,
tu mirada agresiva, encima de mi voluntad pasiva.
Me llamaste, y mi concepto de poesía cambio.
Me llamaste, y los versos dejaron de ser versos,
para convertirse en pedazos de tu piel.
Entendí que la poesía, en mi mundo,
es el conjunto de mi amor, sujeto a medida, ritmo y rima
de tu indiferencia.
Me llamaste, y no estabas en mi ventana
ni era una tarde de abril, no existe ningún árbol
ni historia de amor juntos.
Me llamaste, producto de mi alucinación.
Memoria y recuerdo de lo que nunca pasó.
OPINIONES Y COMENTARIOS