El abanico blanco

Llegamos a este mundo a tí abrazados. Desde lo mas hondo, y mientras la vida está en nosotros, nos das aliento a la ignorancia que portamos.


Después, en mitad de las cenizas, ahí donde habita el olvido, te buscamos, sin saber que lo hacemos, en este infinito arenal como quien anhela el oasis perdido.

Miramos en el roto de la piedra, en el humo del volcán, en la marea que no baja, debajo de los puentes rotos, encima del rayo que brama; en los disturbios sofocantes, en los renglones torcidos, en los pulpitos de la ignorancia y en los discursos vacíos.

Ahora, pasado ya un tiempo, sé que habitas en el escurridizo arroyuelo, en el planeo del águila, en la risa del infante, en el olor de la rosa, en el caminar de una mujer hermosa y hasta en la sonrisa falsa de los vendedores de humo.

Aún así, te me escurres y me enredo en un laberinto cruel, mugriento y desalmado. Tanto me olvido de tí que me creo lo que no soy y dejo que el abrazo ridículo de la desidia, el rencor y la miseria respiren en mis pulmones, dando codazos conmigo mismo y en mitad de las entrañas.

En este peregrinar de dar tumbos sin rumbo fijo, me mal enseñaron a dar palos de ciego a diestro y siniestro; es por eso que ahora solo quiero aprender rimas que empiezen en valor, calor y amor.

A veces me entretengo, duermo despierto, miro las telarañas de los sueños perdidos o canto sin prisa bajo la atenta mirada de un pasado que no calla.

Aún así y poco a poco, olvido las penas y el luto y en el lienzo del amanecer amable bailo callado. Es en el canto del poeta o en el fulgor de los amantes cuando despierto tierno. Y es en la risa y en el beso que me aclaro la voz.

Algún día recordaré que eres el aliento del navío y la esperanza que no para. Algún día abrazaré tu cara y descubriré el susurro que todo lo calma.

Cuando llegue ese día, el día del fin de los tiempos, te veré ¡por fin y hasta el fin! en el reposo del anciano, en la risa del bebé, en la mano amiga y en los corazones de los hombres buenos. Te veré en el desierto y en la mueca, en el horror y en el amor.

Porque tu eres la música que sujeta este mundo repleto de ruido. Tu eres lo invisible que sustenta el tiempo, tú eres el maestro del alma, la poesía del viento. . .
Tú eres eso que llamamos. . .
SILENCIO,
ese abanico blanco en mitad de este camino desierto.

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