Grises

Acá, te matan por un celular, por un par de zapatillas y por ir a la cancha con otra camiseta. Acá, te quitan la vida en un segundo, sin pensarlo demasiado como si la vida para los asesinos, no valiese nada.

Acá, te matan por guardar un secreto de Estado, por no estar de acuerdo con el partido político vigente. Acá, te matan por no querer tener sexo, o por tenerlo demasiado. Por luchar por tus derechos y por caminar Sola y de noche.

Lo peor de todo es que después de muerto te siguen matando… te hacen creer todos esos motivos; como si la culpa fuese del muerto y no del asesino.

Acá, no tan sólo te matan quitándote la vida, hay adolescentes muertos en los colegios por las carcajadas de sus compañeros, por no llevar la ropa de moda y por no consumir droga.

Acá, te matan por miedo y también con la indiferencia. Acá, te matan por pensar distinto, por no creer en la Iglesia.

Pareciera que en Argentina todo es exceso, que hay que entrar en el sistema para ser aceptado. Aunque sea el mismo sistema quién te termine matando.

Pareciera que si no hacés mucho, haces poco, que si no es un extremo, es el otro, que las matices del gris ya no existen… Y ni hablar de los demás colores.



Por un alcohólico

La botella que conmigo traigo, se evapora. El tiempo, deshoja los manzanares en una tarde de Luna. Tu figura traslúcida reposa a unos metros de mí.

Maldigo al tiempo. Maldigo aquella hora y aquel momento. En cada exilio del minutero el gotero aniquila tu recuerdo. Pero si, olvidarte es lo que no quiero, aunque recordarte desarma.

Y el sol, maldigo al sol que se cuela por la catedral, escabulléndose de las sombras. Maldigo el destino de encontrarte y la sobriedad que me hizo amarte. Maldigo la botella que te borra en cada trago.

Aunque, si algún Dios existiera bendita sea tu sonrisa. Bendita sea tu mirada y las noches que rodabas por la habitación. Ya no vivo en casa. No dejaba de alucinarte en los rincones: el jardín, la cocina, frente al espejo.

Sólo el tiempo deja desiertos en su andar, te despoja de las penas y las glorias. Y ahora… ¿Cómo haré para vivir con tu recuerdo?

El mundo se vuelve cenizas. El aire comienza a pesar. Y al final, mi único abrigo se hace parte de mí en cada sorbo. Y así estoy… amortiguado de alcohol. Mi compañero, mi fiel testigo.



Margarita

Me quiere, me quiere cuando toma mi mano y paseamos por un jardín repleto de flores, de rosas y de aroma a madre selvas.

Yo siento que las rosas se hacen parte de mi piel. Me siento una rosa de su mano, una frágil rosa de pétalos colorados. Es entonces cuando sé cuánto me quiere.

Me quiere, me quiere cuidar me lleva y me trae del trabajo, de la farmacia y del banco; del cumpleaños de Estela, de Graciela y de Carla. Me dice que la calle es peligrosa, que es mejor que no salga sola. Entonces yo sé cuánto me quiere.

Me quiere mucho… Él levantó la voz, me insultó y me fui, caminé lo más rápido que pude: una, dos, tres, cuatro cuadras. Ese iba a ser el final de la historia; pero apareció, apareció a la vuelta de la esquina. Me trajo flores, él sabe que me gustan las flores. Eso bastó para saber cuánto me quiere.

Me quiere poco… Conversaba con Carla, agarró mi celular y leyó mis mensajes. Mis amigas no me quieren me dijo, y yo le creo porque yo sé que él sí me quiere. Entonces me alejé de Graciela y de Carla y puse fin a la temporada de tortas, regalos y carcajadas.

Pasó el tiempo… ya no salgo. A mí me gustaba ir hasta la parada, subirme al colectivo, bajarme en la plaza. Caminar cuatro cuadras y sentir el viento en mi cara. Mirar las vidrieras aunque no comprara nada. Pero desde que él me quiere, ya no puedo caminar sola por la plaza.

Y luego se sumaron los: ―¡Margarita, no vales nada! ¡Mirame cuando te hablo Margarita! ¿Quién te crees que sos Margarita? ―No me alces la voz Margarita, ¿ves cómo me haces poner? ―. No basta mucho para pensar que en realidad no me quiere nada.



Almuerzo familiar

Si la mesa está puesta, si la silla está corrida, si la mesa y la silla están en su lugar la comida está demasiado salada.

Si la mesa, la silla, la comida están perfectas, el televisor no está encendido. Y si el televisor está encendido, es porque no está en la novela de las 15.

Si la mesa, la silla, la comida, el televisor y el canal están como la señorita manda, el volumen está demasiado alto; o en su defecto, demasiado bajo.

Cuando mamá escuchaba nuestras quejas, decía: el que quiera opinar, siempre encontrará un porqué; el que quiera disfrutar… ayudará a poner la mesa.

Tu puntuación:

URL de esta publicación:

OPINIONES Y COMENTARIOS