Varias veces me ha ocurrido a lo largo de mi vida.
Estoy caminado por una calle y al llegar a una esquina, escucho o presiento que me llaman, me doy vueltas y nada, quedo como la mujer de Lot, un manojo de sal esparcido al viento.
Hace poco más de un semana fue la última vez, salí a hacer una compra y al llegar a la siguiente calle, escucho mi nombre, claro y fuerte llamándome; me detengo, miro a los costados, no hay nadie, miro hacia atrás y otra vez lo mismo.
La anterior vez fue en el 2010, iba caminando por el paseo marítimo y escuché en medio de un viento fuerte, mi nombre voceado varias veces, me detuve instintivamente y miré hacia atrás, nuevamente la misma escena.
En el 2006 esperaba el avión para viajar a Barcelona, el aeropuerto lleno de gente que iba y venía, millones de voces hablando múltiples idiomas, inflexiones, gestos y onomatopeyas, pero pude distinguir que alguien me llamaba por mi apodo, de inmediato y pensando en alguien que me había reconocido, di media vuelta con la mejor sonrisa del encuentro casual, pero nada, el idéntico paisaje.
Recuerdo que una de las veces en que escuché mi nombre con total claridad fue en el ’98, el siglo pasado, salía de una clínica en pleno centro de la capital y casi al lado mío una voz me llamó, no tuve tiempo a reaccionar, ni a pensar, me di vuelta diciendo: “¿Sí?”, pero no había nadie que respondiera, solo la reiterada escena.
Una de las primeras veces en que fui consciente que ocurría, fue a mis 11 años, cuando emprendía un par de semanas de vacaciones; estaba sentado en un banco en la terminal de buses, cuando una voz familiar me llamó casi a los gritos, me levanté de un salto, como impulsado por un muelle y de pie respondí con el “¡Sí!”, pero nadie lo había hecho, por lo que volví a sentarme rojo de vergüenza.
Como esto ha seguido ocurriendo, en la visita al neurólogo que tuve la semana pasada, le conté del caso.
– Hay una pregunta que me gustaría hacerle doctor, no sé qué relación puede tener con los análisis que ha visto hoy.
– Dígame, que le preocupa.
– Escucho voces.
– ¿Es frecuente eso?
– Las he escuchado desde que era un niño, espaciadas y en muy diferentes sitios, una terminal de bus, un aeropuerto, en una esquina, en un banco, siempre esa voz, a veces a gritos, otras es un susurro al lado de mi oreja, pero pronunciando mi nombre o mi apodo.
– Me dice que las escucha cada tanto, ¿no es posible que se confunda con un ruido o que alguien llame a una persona con su nombre… o apodo?
– No puedo confundirme, tengo un excelente oído, no olvide que soy afinador de pianos, sin mi oído no tendría trabajo.
– Es posible que su agudeza auditiva le juegue malas pasadas.
– No doctor, no es así, sé muy bien cuando me llamaba mi mujer o ahora mis nietos, y cuando me llama esa voz, es la misma, siempre la misma, cambia solo el tono o el apuro por así decirlo, pero hay más…
– ¿Cómo que hay más? ¿Más voces?
– No, hay más además de la voz, es solo una voz, la puedo identificar perfectamente, ya le digo mi agudeza hace que la distinga por encima de las demás, por eso sé que es una voz que sale de una misma persona, pero no está, la persona que emite la voz no está… siempre me doy vuelta o salgo de mis pensamientos, y miro alrededor y nada, luego miro hacia atrás, y allí está.
– ¿Qué es lo que está? ¿La persona?
– No, la escena, veo entre una especie de niebla y por solo un par de segundos la misma escena, desde el principio la he visto y solo cambia el tiempo y los sucesos.
– Pero hombre, ¿qué ve?
– Veo el tiempo que ha pasado y que no aproveché.
– ¡Ah, bueno! Eso lo vemos todos, no hay quién no se ponga alguna vez a mirar hacia atrás en el tiempo y vea sus fracasos, sus decepciones, su tiempo perdido, en fin, todo eso, le recetaré un ansiolítico que tomará cada mañana y cada noche, eso lo relajará y no tendrá pesadillas ni visiones.
– ¿Usted cree que es normal tener esas visiones?
– Sí, de vez en cuando el cerebro nos juega una trastada y vemos cosas, pero por suerte todo eso se soluciona, se trata de un estado ansioso, se lo explico, usted entra en ansiedad, ante un viaje en bus, uno en avión, una preocupación que tenga, la compra y si se dejó las llaves o si lleva el dinero, todo eso y mucho más hace que nos pongamos ansiosos, entonces el cerebro con el subconsciente actúa y no reprocha el tiempo perdido, pero en realidad no hay nada, solo sus ansias desmedidas a la que hay ponerle coto por medio de esta pastillita. ¿Vio que simple?
– Sí, ya veo, espero no tener que molestarle nuevamente con estas cosas.
Me fui con cierto sabor amargo pues no me creyó el médico un ápice de lo que le dije, pero obediente como me han criado, me encaminé a la farmacia y compré el ansiolítico.
Hace 4 días que tomo el ansiolítico y me siento más relajado, como que las cosas me resbalan un poco, ayer mi nieto menor vino a explicarme como se llamaba y cortaba la conversación de un móvil de última generación, el pobre a su media habla me fue diciendo que apretar y que no, no deja de asombrarme la rapidez que tienen para asimilar la tecnología, bien se ha dicho que aprendemos por asimilación e imitación, vemos, oímos, degustamos y tocamos para luego imitar lo que nos llamó la atención. El cerebro ha sabido adaptarse más rápidamente que el resto del organismo a los avances de las ciencias.
Hoy hace un mes que tomo el ansiolítico, la semana que viene tengo visita con el neurólogo y le voy a dar la razón, estoy mucho más tolerante, más relajado, duermo mejor y como con mesura, sin esas ansias que antes me atacaban.
Hoy es viernes, el martes tengo la visita con el médico y ha sucedido nuevamente, he salido hasta la ferretería y en mitad del camino, al llegar a la esquina, escucho la voz que a los gritos me llama, gracias al ansiolítico estoy más clamo y puedo razonar sin apuros, me detuve y esperé por si se repetía la voz con mi nombre, pero nada, no me giré, no quise mirar hacia atrás, no lo haría a menos que me llamara nuevamente… y ocurrió, mi nombre voceado a los cuatro vientos, asustado me di vuelta y miré en dirección de dónde provenía la voz, otra vez la niebla y la pregunta de cuánto tiempo he perdido.
Me olvidé de lo que iba a hacer y regresé a mi casa a tomarme otra pastilla, me recosté y no quise moverme de mi casa hasta el martes para ir a la consulta con el médico.
He llegado pronto para la visita, las ansias me pueden.
Al fin me toca el turno.
– Pase don Julio, ¿cómo está con el ansiolítico? ¿mejor, no?
– Mire doctor, me sentía mucho mejor hasta el viernes, estaba entusiasmado porque la relajación era completa y estaba viendo la vida de mejor color. Pero salí a la ferretería y apareció la voz dos veces, no quise volver a salir hasta verle a usted, me asusta ahora, porque he estado mirando en internet y el oír voces puede ser signo de esquizofrenia, algo de lo que no quiero sufrir, y sí llegase a ser, quiero que solo me lo diga a mí, a nadie de la familia.
– Bien Julio, veamos, cuénteme que hizo de diferente este viernes.
– Nada doctor, nada, solo salí por unos clavos a la ferretería de dos calles y me llamaron cuando había hecho solo una.
– ¿No habrá tomado alguna otra medicina?
– No doctor, solo las que están en la receta.
– ¿Se sintió mareado antes de que ocurriera, o sintió algún malestar?
– Nada fuera de lo normal doctor.
– ¿Le duele algo, alguna parte del cuerpo?
– No, más allá de la artritis de las manos. Esas me llevan mal, porque se me agarrotan los dedos y tengo que moverlos mucho para que vuelvan a la normalidad.
De pronto, en medio de la consulta, escucho la voz maldita:
– ¡Julio! ¡July!
– ¡Doctor acabo de escuchar la voz!
– Es que…- el médico estaba con los ojos abiertos como platos.- es que yo también la he escuchado.
– ¿Cómo dice? ¿Me está tomando el pelo doctor?
– No don Julio, le digo que también la escuché, bien claro, dijo: Julio y luego July, se entendió perfectamente.
– Entonces me cree ahora, no estoy loco.
– A ver don Julio, espere que todo en la vida tiene explicaciones, póngase de pie y colóquese la chaqueta.
Hice lo que me pidió y me paré firme como cuando hice la mili. Comenzó a mirarme y luego pasó las manos por mi pecho hasta debajo de los brazos; se retiró un poco y con una sonrisa me dijo:
– Don Julio, dígame la verdad, desde cuando escucha estas voces. Pero que sea la verdad.
– Bueno… eh, este, usted sabe doctor que siempre se ha dicho que si uno no se queja con algo de exageración, los médicos no le dan importancia…
– Don Julio, ¿desde cuándo?
– Desde el 2010, ese año comencé a escucharlas.
– ¿Hace 7 años?
– Sí doctor no le miento.
– ¿Y las anteriores?
– Solo fue para exagerar y que me prestara atención, pero usted mismo ha oído la voz llamándome.
– Le perdono lo de las mentiras de los años anteriores, espero que no lo vuelva a hacer. Ahora veamos qué es lo que le ocurre.- se acercó y metiendo la mano en el bolsillo interno de arriba a la derecha, de la chaqueta, sacó el teléfono móvil. Me lo mostró con su lucecita verde encendida.- don Julio, veamos ahora, voy a hacer un experimento.
– Usted dirá doctor, estoy en sus manos.
– Espere y oiga.- apretó un botón y habló.- ¿Hola?
Del otro lado le contestaron:
– ¿Julio?-
– No, soy el doctor de don Julio, ¿quién habla?
– Su hermana, el muy tonto desde que le regalamos el teléfono, cuando me llama para saber cómo estoy, esto desde el 2010 más o menos, lo deja encendido y no corta la llamada, luego con el paso del tiempo, se corta sola, mientras yo le llamo a los gritos y él ni me escucha; a ver si le da unas gotas para la sordera y de paso lo manda al oculista, porque dice que de lejos ve bien y son mentiras, en realidad no ve un burro con tres baturros. ¡Mire que le he gritado de veces! pero nunca lo apaga y cuando yo hablo con él, me olvido de decirle, cosas de viejos doctor… ¿Y usted de qué lo trata a mi hermano?
– De nada señora, de nada, solo un chequeo rutinario, él está muy bien y oye perfectamente, solo se tiene que acostumbrar a apagar el móvil. Que tenga buenos días señora.
– Hasta la próxima vez que se quede con el teléfono conectado, doctor, fue un placer.
– Bien don Julio, el asunto de las voces está arreglado, pero le voy a mandar a hacer algunas pruebas, nada difícil, solo un test que se lo hará la doctora Medina, yo mismo le avisaré cuando tiene que verla. Hágale caso a su hermana y a su nieto, apague el móvil una vez que haya terminado la conversación.
– Doctor… y lo que veo ¿qué es?
– ¡Ah sí, me olvidaba! Tome. Cortesía de la seguridad social, jejejeje, una caja de toallitas para limpiarse las gafas que usa para salir, no le vendrá mal limpiarlas una vez al día, si quiere le hago una receta, jajajaja.
Me fui dolorido en mi orgullo, jamás había pasado por una humillación tan grande, yo que me creía el que estaba en la última novedad… habrase visto pedazo de ignorante que resulté ser…
– ¡Julio! ¡July!
– ¿Qué? ¿Y ahora quién es? ¡Me cachindiez!
– Jajajajajaja, soy yo abuelo, estoy detrás de ti, la tía nos llamó y nos contó todo, no podemos parar de reírnos.
Al fin, ya ves, no era la parca la que llamaba, ni eras tú desde el otro lado, era el maldito móvil y esos botoncitos tan pequeños que parecen haber sido hechos para enanos.
Pero aquí y entre nosotros, yo sé lo que oí, cuando lo oí y lo que vi, pero es mejor callarse cuando se llega a viejo.
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