A veces, una ardilla diminuta, puede con la nuez más grande. Y el gato que amabas vuelve a vuestro banco en el parque.

A veces, un pulpo gigante cae en tu red, mientras repican las olas por la muerte de un poeta.

A veces, una paloma cae en picado delante de ti y él te da la mano, para que no mires, pero cuando va a buscarla, vuelve con la sonrisa mellada.

A veces, una magdalena te saca del alma a una tía abuela.

A veces, miro al chico que contempla a las tortugas desde el puente, solo que no está mirando a las tortugas. Y le doy la mano, y él me la coge. Y siento la sangre al mando, diciéndome que hoy no es el día.

A veces, una limosna te recuerda un día azul y pequeño, con pantalones cortos y el arroz colándose por tus dedos.

A veces, retuerces una toalla y piensas en un viejo lleno de arrugas o te miras al espejo y te sorprendes porque ayer, ahí, había un niño.

A veces, tu amigo del alma, te quita un poco, para que no te pese, mientras una golondrina decide no volar más.

A veces, él también siente que ya ha tenido bastante y se va diluyendo entre tus brazos. Y te quedas con todo el amor que ha sobrado para guardarlo en el cajón de la ropa interior.

A veces, me subo a la montaña más alta para verme desde arriba. Y a veces, escucho ese pensamiento triste que se baila y me apetece ir a clases de tango, aunque sea tan torpe como un calamar. Y decido cambiar la bombilla por la del color de un bebé en la cuna.

O leo tu nombre en una sopa, o en los restos de una galleta mordidos por mi gata, y me siento cómplice más que culpable.

A veces me meto en colores salvajes, por ver si la vida me devuelve el secreto.

Y el amor, que me invade, se lo devuelvo a su dueño.

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