La puerta blanca era la Frontera entre dos mundos diametralmente opuestos, el mundo de aquí y el de allí.
Yo llevaba instalado en andanzas mundanas desde hacía ya demasiado tiempo.
De ahí que el pequeño diamante que anidaba en mi corazon me impulsara, diariamente, a cruzar esa frontera.
Una tarde, y casi sin venir a cuento, como a hurtadillas, me deslicé a través de la puerta blanca y logré colarme en el más allá.
Mi cuerpo se volvió dorado, mi mente se hizo transparente y calmada como el remanso de un estanque, todo empezó a brillar delante de mí y un nuevo amanecer sacudió mis pies.
Desde entonces cruzo la frontera a diario, yo diría que vivo tanto aquí como allí.
Por eso ya no soy de ningún sitio y mi alma es blanca al igual que mi puerta blanca.
Así que intentaré mantenerme fresco y dispuesto para poder estar en los dos mundos y trataré de contaros todo aquello que vean mis ojos.
Ojalá los dioses me permitan estar a la altura y yo sepa narrar mis aventuras de una manera bella y seductora.
«El pequeño aprendiz de las puertas blancas».
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