Nunca te fíes de la apariencia.

Nunca te fíes de la apariencia.

D Carles ML

03/08/2017

– Allí va el inútil otra vez, seguro que a chuparle los calcetines al dueño. Me da asco que sea tan pusilánime.

– Sí, un arrastrado, pero como es el contable no se le puede decir nada.

– ¿Cuánto hace que está en la empresa?

– Creo que nació aquí, jajajaja. Al menos debe hacer unos 25 años.

– ¿Mucho no?

– Y lo suficiente como para ser el alcahuete de los jefes.

– ¿Está casado?

– Mira, en realidad nadie sabe nada de su vida, vive solo aparentemente. Claro tú eres nueva aquí, pero nosotros los viejos, hemos tratado de todas maneras de sacarle algo y nada, el tío es una tumba, no larga el rollo ni que lo estén matando.

– ¿Y?… por ser mala solo, ¿pero ninguna se le insinuó para ver qué pasa? Tal vez sea homosexual, digo, que no tengo nada contra la elección de vida… pero, no sé, habría que manosearlo un poco a ver si se empalma, jajajaja.

– ¿Y tú te animas a tocarlo? ¡Qué asco, por Dios! Lo pienso y se me anuda el estómago.

– ¡Mira! Una nueva dieta, toquetear a Bartolo, se te van las ganas de comer, jajajaja.

– ¡Mucha jarana por aquí! a ver si sacáis el trabajo en lugar de cotillear tanto.- el jefe de sección las pilló en plena tarea “no administrativa”

– No te pongas así Rodolfo, que estamos hablando de Bartolo.

– ¡Pobre tío! Déjenlo en paz, que con los números que tiene que sacar ya tiene suficiente. Y poneros a trabajar de una vez.

– Sí, jefecito. Ya lo dejamos.

No bien se alejó el jefe, se miraron y con eso bastó para que soltaran la carcajada pensando en la propuesta de la nueva.

Sí, Bartolo, como le llamaban porque su verdadero nombre era Bartolomé, era un tío esmirriado, piel y huesos, seco por fuera y por dentro. Más que un empleado, parecía parte del mobiliario de la empresa, vivía para trabajar. Rutinario, puntual, servicial con el dueño, de mala leche con sus compañeros, no cruzaba una palabra si no era para hablar de las nóminas o de los vencimientos, luego el mundo dejaba de ser objeto de su interés.

De las dos empleadas, María la más vieja, le quedó dando vueltas la idea de Josefina, la nueva, al fin salir un poco del tedio del día a día en una oficina en la que te pasas la vida, debe tener algún aliciente, aunque más no sea el de tener un momento de cachondeo gratuito.

Se preguntó a sí misma:

– ¿Qué hay de malo? Bartolo es un pringado que por más que sea el correveidile del dueño, no se atrevería a decir nada de un simple toqueteo, y en una de esas hasta tenía algo oculto entre las piernas que fuese una sorpresa.

Nunca debió hacerse esa pregunta con justificativo a una aparente travesura.

La abuela le dijo una vez: “Todos somos dueños de las situaciones y de las decisiones que tomamos, pero una vez que lo hayamos hecho, las consecuencias están fuera de nuestro control, por eso hijita piensa siempre en ellas, las consecuencias”. Paro ella, aunque amaba a su abuela, sus dichos y refranes eran cosa de otra época.

Cuando se puso de novia con el carnicero, le advirtió que era mala junta, y así fue que quedó embarazada y sin marido. Cuando dejó de estudiar farmacéutica, le avisó que sin estudios terminaría trabajando demasiadas horas por unas monedas, y así fue que estaba encerrada como administrativa con baja categoría. Cuando vendió su parte de la herencia paterna a sus primos, le dijo que era pésimo negocio, pero ella hizo caso omiso y malvendió lo que su padre le dejara. Siempre tratando de hacer oídos sordos y sin prestar atención a los que tenían más experiencia.

Para Josefina era su primer empleo. Separada después de 10 años de matrimonio, sometida a un hombre con pocos escrúpulos, celoso, dominante, la nueva etapa era la liberación de la fiera enjaulada. Todo era nuevo, todo era excitante, todo se debía permitir. Con 31 años quería recuperar el tiempo perdido y volver a tener 21, con las irresponsabilidades de cuando tenía 15.

María le guiñó un ojo a Josefina mientras se servían un café; la respuesta fue un sí con la cabeza. Quedaron a beber una cerveza a la salida del trabajo.

– ¿Qué pasa tía? ¿Te picó la idea?

– ¿Sabes que sí?- respondió María.

– Vale, pero tendremos que pensar que no se va a quedar quietecito. No en vano ha llegado a ser mano derecha del dueño.

– ¡Qué va! Bartolo no tendrá huevos de hacer nada, sabe bien que si decimos que nos quiso manosear, el que pierde es él. Una acusación de acoso laboral es motivo de despido y juicio. No va a querer comerse ese marrón.

– Vale, si lo planteas así, lo veo claro. Pero tendremos que poner a los demás en el pollo que montaremos. Así también nos divertimos todos.

– ¿Y tú crees que se sumarán a la jodita?

– Creo que la mayoría picará, y los que no, no abrirán la boca, te lo aseguro.

– No tanta seguridad, que tú recién empiezas aquí y no sabes con quién puedes estar hablando, un nido de víboras es más inocente que todos estos juntos.

– Vale… no tendré mucha experiencia, pero conozco a las personas y sé cuándo me traicionarán, o cuándo mienten.

– Vale, entonces ¿te tiras al Bartolo?

– Tirar, cómo tirar no, me animo a darle una arrimada y ver qué sucede, pero hasta allí no más, no es mi tipo.

– Jajajajaja… ¡Bueno sería si fuese tú tipo!

– Bueno, habrá a quién le guste acostarse con un saco de huesos, jajajaja.

– Eres mala, muy mala persona, jajajaja.

Quedaron que el sábado, cuando los jefes por lo general no van por la empresa, y mucho menos el dueño, le harían la broma al pobre de Bartolo.

En lo que faltaba para el día fijado, el resto de los empleados se fueron enterando de lo que pasaría, la gran mayoría estuvo de acuerdo, menos la chica que se encargaba de hacer de cadete; ella se opuso con una fuerza inaudita, por lo que supusieron que tal vez le gustase Bartolo y allí podrían tener un problema sí así era.

De todas maneras se preparó el escenario para la actuación, hubo quién llevó un par de cámaras espías, de esas que no son fáciles de ver, de modo de grabar toda la obra teatral.

El sábado por la mañana la oficina estuvo más pendiente de la hora fijada, que del trabajo en sí. El lugar elegido por unanimidad fue el despacho del mismo Bartolo. Josefina estaba lista para entrar en acción, la idea era que le fuera a pedir unos papeles de contabilidad y allí buscaría la oportunidad para acercarse y toquetearlo. Si se ponía cachondo re retiraba, si no pasaba nada, insistiría hasta que el tío explotara.

El reloj marcó las 11. Era la hora fijada. Josefina se puso en marcha hacia el despacho de Bartolo.

– Permiso… Señor Bartolomé sería usted tan amable de darme los expedientes del mes pasado, así los asiento en el rato que me queda.

– Señorita Josefina, con gusto se los daré, pero hay condiciones para eso. La empresa ha fijado un protocolo ¿Lo conoce usted?

– ¿Protocolo? Lo desconocía por completo. ¿Y cuál es?

– Venga, acérquese le mostraré en la pantalla lo que dice.

Josefina no entendía el cambio de carácter de Bartolo y no sabía realmente de la existencia de dicho protocolo. Confiada fue hasta quedar junto a él, al lado de su mullido sillón. Se inclinó para poder leer la letra en la pantalla del ordenador y Bartolo se un manotazo la bajó las bragas, metiendo su mano debajo de la falda amplia que llevaba.

– ¡Bartolo que hace!

– ¿Bartolo? Me llamo Bartolomé y no hago más que lo que quería que hiciese… ¿o no era esto lo que esperaba que hiciera?

– ¡No! ¿Qué piensa usted?

– No pienso señorita Josefina, no pienso, actúo de acuerdo a lo que planearon con su amiga María.

– Yo… yo no… yo, ¡Usted es un viejo asqueroso!

– ¿Sí? Pues dígaselo al señor Jaime, él está detrás de la puerta, en su despacho viendo todo este numerito de oficinistas de cuarta categoría. Y vino por unos expedientes, pues aquí está el suyo y el de su amiga con la liquidación hecha al día de hoy. ¿Me hará el favor de firmar la renuncia? ¿O quiere que todo lo que estaban planeando hacer lo llevemos a un juicio laboral?

La puerta de un lateral se abrió y apareció el señor Jaime, el dueño de la empresa. La miró con sus ojitos pequeños en una cara muy grande para ellos.

– Bartolomé, seguro que la señorita Josefina lo firmará, no lo dude.

Josefina salió del despacho, enrojecida y con las lágrimas a punto de soltarse como una lluvia de verano. María estaba sentada con las manos tapándose la boca y el primer llanto comenzaba su concierto. El resto de los empleados, de pie, no podían dar crédito a lo que había sucedido.

Por la puerta del despacho de Bartolo salió él y el señor Jaime.

– Señora María, señor Arquímedes, señor Luciano y señora Lucia, quedan despedidos por habérseles encontrado en actitudes que van en contra de la moral.

– ¿Conducta moral? Pero… ¿qué es esto?- se quejó Arquímedes.

– Usted sabe bien a qué me refiero, que usted tenga sus relaciones sexuales con la señora María llenó el vaso, que se preste a esta broma lo rebasó, de igual manera para ustedes Luciano y Lucía. El señor Jaime sabe perdonar algunas cosas en la empresa, pero esto se fue de las manos. Firmen aquí sus renuncias y nadie más sabrá de nada de lo sucedido. Será un pacto de caballeros. Y de damas también.- Bartolo sonreía por muchos años que no lo hacía.

Con los legajos en las manos y las renuncias firmadas, el personal de seguridad fue por los cuatro y los acompañaron a la puerta de entrada de la empresa.

La desolación les dejó de un momento a otro, sin trabajo, sin remuneración por despido y sin la fiesta que iban a montar.

Josefina salió primero, luego los dos hombres y Lucía que iba abrazada a María en un llanto sin consuelo.

A los 20 metros de la puerta, Josefina se dio vuelta y les dijo:

– Chicas, esto hay que celebrarlo. ¡Vamos por unas copas!

– ¡Estás loca Jose! ¿No te has dado cuenta que nos acaban de despedir? ¿Dónde consigo un empleo hoy, con mi cara y mis años?…- María se unió al llanto de Lucia.

– ¡Pero eso es lo bueno! ¡Estamos libres de esos opresores!

En la oficina el silencio reinante era una cosa sólida y compacta. Bartolo hacía los llamados necesarios para las plazas de los nuevos empleados. El dueño, don Jaime sonríe satisfecho, se ha quitado de encima a cuatro personas problemáticas con un coste ínfimo; aprieta un botón y llama:

– Bartolomé, venga a mi despacho por favor.

– Sí señor, ya mismo.- responde por el interfono.

– Bartolomé, has hecho un buen trabajo, y hay una recompensa por ello.

– Señor, ni falta que hace, es mi trabajo.

– Sí, eso sin dudas, pero tus métodos siempre son efectivos y de eso mismo se trata. Toma este sobre, es tu parte.

– Muy agradecido señor.

– Ahora toca ver los otros asuntos, pero cómo no hay urgencia, lo dejamos para reunirnos esta tarde, como siempre, después que todos se hayan ido.

– Sí señor. Tendré la documentación lista.

– Perfecto. Nos reunimos entonces.

– Si señor y gracias nuevamente.

– Te lo mereces.

La salida del personal fue como si hubiesen asistido a un duelo; serios y con rostros que demostraban sus preocupaciones. Uno de ellos, Francisco, a unos metros de la puerta, llamó al resto.

– Vengan, hay algunas cocas que me gustaría conversar, vamos al bar.

Todos aceptaron la invitación y se acomodaron en un par de mesas en el interior del local.

– Lo de hoy me anima a hablar de algo que me tiene jodido el sueño.- dijo Francisco.

– ¿Qué? ¿qué te preocupa?- preguntó Álvaro.

– Entre la documentación que pasa por mis manos he descubierto que don Jaime tiene una especie de empresa fantasma.

– ¿Y eso? ¿Cómo lo sabes? Y por cierto, ¿cómo has corroborado que es así?

– Hubo una equivocación en el número de dos cuentas bancarias, se lo dije a Bartolo…

– Bartolomé.- apunto Sergio.

– Sí, cierto, el señor Bartolomé. Se lo dije y lo corrigió enseguida, pero los números quedaron anotados en el ordenador, por lo que fui a investigar desde mi casa y saltó la perdiz. Realmente no había equivocación, pertenecen a don Jaime y una de ellas es en conjunto con Bartolo, perdón, Bartolomé. Los ingresos son del quíntuple de lo que factura la empresa en un trimestre, y además se hacen desde un banco de Bruselas y son semanales.

– ¿Y sabes quién lo ingresa?

– Sí y no lo creerán; lo hace la Agencia Europea de Seguridad y Servicios Externos.

– ¿Y eso qué es?

– No aparece ninguna agencia en los organigramas que revisé, pero entré en Wikileaks y en unos documentos descalificados aparece la cuenta y la agencia relacionados entre sí, pero además hay un párrafo sobre esta y dice que es una organización manejada por el Estado Europeo en los servicios de espionaje y contraespionaje en todo el mundo, ellos tienen abiertas las puertas donde vayan, son prácticamente inmunes a cualquier ley de los países que están dentro de un acuerdo, que ahora no recuerdo las siglas, pero está desde Sudamérica hasta Rusia.

– ¿A los panchitos también se les espía?

– No boludees che.

– Ya saltó el argentino, son pura espuma ustedes, algo les roza y ya está la urticaria, jajajaja.

– Esto es serio, no jodan sobre esto o me lo guardo. La información es de buena fuente y la he contrastado, es verdadera.

– A ver, el viejo Jaime tiene un curro que no es hacer trofeos, sino… ¿espiar? ¡Qué me dices!

– Eso parece a primera vista, pero no sabemos que son las naves que compraron en el ’98 y que jamás se usaron. Recuerdo que tanto don Jaime como Bartolín andaban detrás de eso todo el día, pero como éramos nuevos, no preguntamos ni averiguamos.

– ¿Y recuerdas dónde estaban las naves?

– Sí, en Menorca.

– Mmm…. Buen lugar ese para una fábrica de espías.

– Jajajaja, eso es bueno, el viejo fabricando espías a medida.

– Che, ¿no será que el jovie está prendido en alguna mafia internacional, que es un capomafia? Pinta tiene.

– ¿El qué? ¿Qué es jovie?

– Jovie, viejo al revés, no saben hablar con los argentinos y quieres hablar inglés.

– No jodas panchito, que te volvemos a poner la cinta y la pluma.

– Vale, vale, no nos vayamos por las ramas. El caso es que le viejo quiere tenernos agarrados de los cojones, y nosotros somos los que le tenemos a él bien atado, con esta documentación. No puede volver a hacer lo que hizo hoy, y creo que deberíamos armar bien todo lo que podamos encontrar y vomitarle en plena cara, podemos llegar a pedir lo que se nos plazca.

– ¡Claro, como que el viejo nació ayer! Es un pillo, un tío que está delante de nosotros, que somos unos perejiles. No se va a dejar atrapar.

– Eso lo veremos…

En el despacho de don Jaime, él y Bartolomé se han reunido.

– ¿Alguna idea Bartolomé?

– Sí, ya sabes que siempre tengo alguna. Podríamos dejar que se engolosinen con lo que creen haber descubierto, ya los escuchaste y están comenzando a excitarse con la idea. Las naves desde el 2011 que fueron desarmadas, no pueden hallar nada allí. El error ha sido mío y es un descuido imperdonable, ya sabrás qué medida tomar, a eso no le tengo miedo; lo harás y serás justo. La documentación se la podemos secuestrar y destruir; si hay en los ordenadores algo, ya estoy indicando que se limpie por completo. Hackear los ordenadores de ellos no es problema, y menos destruir los discos duros; si hay pen drive o disco externos, habrá que limpiar sus casas. Y para finalizar, les mantenemos en nuestro círculo presionados y sometidos. Personalmente no despediría a ninguno.

– Por lo que decía el que lleva la voz, se ha metido en las redes oscuras, o eso me pareció entender entre líneas, que si bien no lo dijo, algo insinuó.

– ¿Quieres que escuchemos nuevamente la escucha?

– No, en tal caso analízala tú y luego me informas, lo dejo en tus manos, sabrás qué hacer, a mí solo un informe y te apruebo las medidas que necesites.

– ¿Pasarás esto al siguiente nivel?

– Ni hace falta, esto lo cocinamos en casa y en casa lo comemos.

– Muy bien, te informaré.

– La reunión terminó y Bartolomé se quedó haciendo una serie de llamados y concertando citas para desarticular el motín a bordo que tenían, por un descuido suyo.

Desde el bar donde estuvieron los empleados, Bartolo recibió una llamada como de costumbre.

– Señor Bartolomé, ¿ha estado todo bien?

– Sí, ha estado perfecto, buen sonido y completo.

– Quedo disponible.

– Habrá otras reuniones, siga con el procedimiento.

Las manos y oídos de Bartolo eran extensas y desconocidas para la gran mayoría, incluso Jaime no sabía dónde terminaban y eso a veces le hacía crecer una duda: ¿Quién conducía realmente las manipulaciones? ¿No habría dejado demasiado en manos de su apéndice ejecutivo?

Fuera como fuera, no había dudas de su eficiencia y dedicación, por lo que ante alguien que acumulaba poder, mejor tenerle a su lado, que en el bando contrario.

Josefina fue a casa de María y con un café de por medio le comentó lo que le dijeran sus excompañeros de oficina.

– ¡Tía! ¡La que se está armando!

– ¿Qué se está armando, con quién?

– Después de lo nuestro, los chicos se reunieron y Paquito, Francisco, vomitó sobre ellos una de informaciones que tenía guardada vaya a saber por qué.

– ¿Qué dijo?

– Bueno, que tiene documentación que dice que la empresa es una tapadera.

– ¿Una tapadera? ¿Qué tapan si hacen trofeos?

– Tú ya sabes lo que se ha dicho en varias ocasiones, no es trigo limpio este don Jaime y su muñequito Bartolo. Parece que se les escapó los números de algunas cuentas bancarias y pertenecen a una empresa que no existe. Aparecen en los documentos de la Wikileaks y están enredados con algo de espionaje y yo qué sé más.

– ¿Qué dices? ¿espías? ¡Ay por Dios! Al final si nos despidieron nos han hecho un favor…

– Y creo que sí, o no y estamos todos en el mismo lío, seríamos cómplices o algo así. No sé bien que nos puede caer, me estoy cagando toda por lo que me contaron.

– Pero ¿Está seguro Paquito?

– Sí, él dice que muy seguro, que va a formar una carpeta con toda la documentación y nos va a dar una copia a cada uno.

– ¡Ah no! ¡A mí que no me meta en líos de esos, yo no quiero saber nada, pero nada! Mira si ahora me veo metida en un lío internacional, para eso no estoy. Que no me dé nada. Y si lo hace, no se lo acepto y punto.

– Es que por más que no queramos estamos en el ajo, tía. De esta ya no nos salvamos. Es muy complicado el asunto. Me dijo que hay unas naves en Menorca que se compraron en el ’98 y que allí podría comenzar a desentrañar el hilo de la cosa. Está metidísimo en averiguar qué hay detrás. A mí me da un poco de miedito, pero qué voy a hacer.

– Ya te digo, conmigo no cuenten. Yo me abro, ya comencé a tirar curriculum y veré de meterme en otro empleo tranquila, aunque tenga que ir a limpiar casas, pero no quiero saber nada.

Las amigas siguieron conversando sobre el caso, pero la posición de María era irreductible, no iba a transar en tener documentación que podía volverse en su contra.

Bartolomé salió de la oficina cuando ya era noche. Cómo siempre con su andar cansino y en aparente soledad con sus pensamientos; a unas calles le interceptó Francisco.

– Buenas noches Bartolomé, tarde y ¿recién sale de trabajar?

– Así es Francisco, hay mucho por hacer, la contabilidad es así, no tiene horario.

– Claro, y sobre todo cuando se tratan aspectos de orden internacional.

– Sí, eso usted ya lo sabe.

– Quería hacerle una pregunta Bartolomé. He estado revisando…

Dos hombres corpulentos salieron de las sombras donde parecía haber estado en todo momento. Sin mediar palabra empujaron a Francisco hacia la pared y uno de ellos esgrimiendo una navaja, le dijo:

– Chico, esto no es una advertencia, esto es una amenaza, ni una pregunta ni nada que tengas que conversar con el señor. Sigue tu camino y que no se te ocurra cruzarte de acera. ¿Entendido?

Francisco palideció, jamás pensaría que Bartolo podría tener custodia y menos que le amenazaran de esa manera. No le quedó otra que irse dejando a Bartolomé seguir su camino “solitario”.

En su piso, Francisco reflexionó si seguir adelante con su investigación o abandonar el caso y hacer cómo si no pasara nada.

Al día siguiente les pidió a sus compañeros que se volvieran a reunir en el bar.

En la invitación también fueron avisadas Josefina y María, como Luciano y Lucía. De los cuatro, solo María no fue.

– He estado pensando si es to nos compete a nosotros o si debemos dejarlo como está y seguir con nuestras vidas de ignorantes de lo que hagan.

– ¡Hombre! Puestos como estamos creo que deberíamos protegernos por cualquier eventualidad.- terció Álvaro.- ¿qué pueden hacer ellos? Si se han enterado que estamos tras sus pasos, más que despedirnos ¿qué más?

– Bueno…- Francisco dudó sobre si contar o no lo sucedido la noche anterior.- es que esta gente tiene poder y de eso no debemos dudar, son capaces de amenazar, por ejemplo, y no sabemos hasta dónde pueden llegar.

– Eso es cierto, pero ¿qué amenazas pueden hacer?- preguntó Sergio.

– No sé, pero no me gustaría que nos pegasen una paliza o nos hicieran daño de alguna manera, no sé si vale la pena.

– Te veo dubitativo, ¿te ha pasado algo?- inquirió Álvaro mirándole fijamente.

– Bueno, vale… sí, anoche me amenazaron dos tíos que parecían armarios con traje.

– ¿Qué dices?- Álvaro cambió su semblante.

– Sí, eso, que me pegaron un rapapolvo, me dijeron que no le preguntara nada a Bartolo, que me fuera y siguiera mi vida normal.

– ¿Pero tú le preguntaste algo?

– En realidad sí, lo abordé en la calle y le quise preguntar, pero me interrumpieron estos dos que salieron de vaya a saber de dónde, y me amenazaron.

– ¡Ah! Siendo así, mejor dejamos las cosas como están.- dijo asustado Sergio.

– Sí, esto es serio.- aportó Álvaro.

– No veo por qué achicarse, si nos asustan ellos ganan.- la interrupción de Josefina les llenó de dudas.

– Claro, tú ya estás afuera, como Luciano o Lucía, hay poco que perder y no creo que vayan por ustedes, sino por los que quedamos adentro.

– Yo opino que esto se debe destapar. No hay que quedarse con la duda, sino estarás siempre a merced de ellos y serán mucho más opresores.- dijo Luciano.

– Votemos y que se haga lo que diga la mayoría, ¿les parece?- sugirió Francisco.

Se hizo la votación y la gran mayoría estuvo de acuerdo con que se dejarían las cosas como estaban, preferían pasar por tontos y asustadizos, que perder el empleo y verse amenazados por gente sin escrúpulos.

– Jaime, se han echado atrás. No molestarán por el momento, están amedrentados y se les subió el miedo encima. Caso cerrado por ahora.

– Muy bien Bartolomé. Sabía que manejarías esto con eficacia. Pero sin embargo hay una directiva de nuestros superiores, debemos liquidar la empresa y cerrarla. Abriremos otra en un lugar de España que nos han asignado. Allí hay tarea para rato que tenemos que desarrollar y no será fácil. Desde ya te lo adelanto.

– ¿Qué nos han asignado?

– Cataluña.

– ¿Por los movimientos de independencia?

– Sí, intervendremos en escuchas y actuaremos con un grupo que intentará sembrar el terror entre los partidarios del referéndum y la independencia.

– Muy bien, ¿cuándo quieres comenzar a liquidar la empresa?

– Ya mismo, organiza para que a fin de mes estemos quebrados y sin un duro. Despide a todo el personal y contrata eventuales para la labor de inventarios y demás. Tú ya sabrás cómo hacerlo.

– Está hecho. ¿Tú estarás para el cierre?

– No, me voy a nuestro próximo destino y te espero allí a principios de setiembre. Que tengas mucha suerte. Parto dentro de 2 horas. Lo siento si es apresurado, pero ya sabes cómo es esto. No puedes comunicarte por nada, actúa solo y cierra todo, el bufete tiene los poderes que necesitas.

– Muy bien, así se hará.

Bartolomé, un hombrecito esmirriado, seco de piel y huesos, de pocas palabras y sin vida que se conozca, comenzó llamando al bufete de abogados y haciéndose del poder de liquidador. No se fabricarían más trofeos en adelante.

El primero que recibió la noticia fue Francisco. Bartolo lo llamó a su despacho.

– Francisco, tengo una mala noticia que darle. La empresa está entrando en número rojos y el señor Jaime no quiere poner más dinero de su bolsillo para sostenerla, por lo que se ha instrumentado un ERE de extinción. Como sabrá en los últimos trimestres se tuvieron que retirar de los capitales de la empresa, dinero para el pago de nóminas, pero ya no es seguir haciéndolo. La fábrica cesará sus funciones el 31 de agosto y se liquidarán todos los salarios y lo que corresponda en cada caso, durante los meses de setiembre y octubre. No hay otro camino y el señor Jaime ha dado todos los pasos necesarios para efectuar el cierre. Lo siento mucho pero debería firmar conforme le he informado a usted.

Pocas veces le había visto hablar tanto a Bartolo, Francisco sintió que la sangre le subía a la cabeza.

– ¡Cómo es posible que hagan esto! ¿Tiene algo que ver lo de la otra noche? ¿Eh, dígame?

– No Francisco, no se confunda, la noche a que hace referencia no sucedió nada. No sé ni recuerdo que pasó.

– ¡Bien que lo sabes! ¡Bien que lo sabes! Esto es un atropello, llevaré todo a la justicia, ya verás tú y…- le sonó el móvil a Francisco, era su mujer con un alto grado de desesperación que le llamaba.

– Francisco, tranquilícese y no haga cosas que puedan poner en riesgo lo que debe cobrar.

Francisco no le escuchó, solo oía a su mujer contarle que habían entrado ladrones a su casa, que revolvieron todo y se llevaron sus ordenadores, algunos aparatos electrónicos y los pen drives que él guardaba en una caja en la cocina.

– ¡Mira Bartolo!- gritó Francisco a un inmutable Bartolomé.- ¡esto ha ido muy lejos, no sé qué es lo qué pasa, pero si llego a sospechar que tú estás detrás de esto, me conocerás!

– Francisco, vaya a su casa y ayude a su mujer, que seguro no es nada grave.

– ¡Lo sabes! ¡Bien que lo sabes! ¡Sabes que ha ocurrido, porque han sido tus matones! ¡No queda así Bartolín, no queda así!- se fue dando un portazo y partió hacia su casa.

Bartolomé fue llamando uno a uno los empleados dándoles las noticias de sus respectivos despidos. La desolación acampó en la oficina. Algunos lloraban, otros se dejaron derrumbar en sus sillones, y hubo quién quiso ir a por Bartolo pero lo detuvieron antes que llegara a la oficina, su guardia pretoriana. El final estaba en marcha y ya nada lo detendría.

Francisco reunió la poca información que le quedaba en algunos papeles y recomenzó la captura de la que había perdido; se pueden destruir discos duros y quemar papeles, pero lo que se guarda en la memoria, solo eliminando a la persona se puede también destruir lo que piensa y sus ideales.

Pasaron 6 meses de arduo trabajo de investigación y al fin Francisco, actuando en solitario, llegó a contactar a un fiscal anticorrupción que le quiso escuchar.

Le relato la historia acompañando cada palabra con un documento impreso, previamente había guardado dos copias en lugares insospechados, y esta vez estaba seguro que no lo hallarían.

En Barcelona, una empresa de marketing se instaló en los primeros días de setiembre. Al frente estaba don Jaime Urrutia Velázquez y su segundo como administrador figuraba Bartolomé Suarez Sánchez, un hombre gris, tranquilo y nada destacado, no tenía vida social y en la ciudad condal no se le conocía por ningún antecedente.

Las oficinas de la empresa estaban ubicadas en pleno centro de la ciudad, en un edificio nuevo de la Avinguda Aragó. En el ala este, el despacho de don Jaime relucía ante el ventanal que daba a la vista de la urbe catalana.

Don Jaime pulsó un botón. Pasado un minuto abrió la puerta Bartolomé.

– ¿Ya sabes la denuncia que hay en la fiscalía?

– Me acabo de enterar. ¿Ordeno algo?- quién preguntaba como siempre, esperando el gesto de don Jaime, era Bartolomé.

– Lo dejo en tus manos.

– No te preocupes. Este ha sido un fallo del que me encargo personalmente.

– Que todo parezca un accidente.

– Es una buena sugerencia, ¿te sirvo algo?

– Lo de siempre, me he puesto algo cabreado, porque nos quita movilidad y tiempo, de lo que no tenemos mucho para hacer lo que debemos.

– Sí, lo entiendo.- Bartolomé le sirvió una copa de bourbon con hielo.

– Me iré a la agencia en unos minutos, regreso en 2 días. Luego me contarás el resultado.

– Sí, no lo dudes.

Don Jaime salió del edificio en su coche camino al aeropuerto del Prat. Tomó la avenida Aragó y luego entró en la Gran Vía de les Corts Catalanes. En el intercambiador de la C-31 con la B-10, un tráiler que se incorporaba en la dirección del aeropuerto desde la derecha, le tomó por sorpresa y prácticamente aplastó el Audi de don Jaime, su muerte fue inmediata.

Al llegar los primeros auxilios, el chófer del tráiler había escapado y poco después se supo que el camión cargado había sido robado minutos antes en una gasolinera, en Travessia Industrial mientras repostaba.

Por la mañana del día siguiente Bartolomé Suarez Sánchez era nombrado administrador general de la empresa de marketing y todo quedaba bajo su poder, incluso las operaciones para lo que se había montado la tapadera.

Al cabo de 3 días de la muerte de Jaime Urrutia Velázquez, en un barrio de Madrid, al caer la tarde, un grupo de 6 individuos identificados como una rama de los Latin King, robaron y mataron a un transeúnte que pasó cerca de donde ellos estaban reunidos. Francisco Nieves González murió por 4 puñaladas en el abdomen cuando regresaba a su casa después de haber ido a una cita en la Fiscalía General. Los asesinos de Francisco no pudieron ser debidamente identificados y el caso quedó abierto.

En su Seat color blanco, Bartolomé salió del parking de las oficinas de la Avinguda Aragó rumbo a su piso en Montjuic. Aparcó en el garaje del edificio y antes de subir a su piso, fue hasta una tienda de comestibles.

– Buenas noches, ¿Qué necesita?- la dependiente ya le conocía, todos los días iba por casi lo mismo.

– Buenas noches, una tarrina de raviolis y otra de ensalada mixta.

– ¿Llevará el vino se siempre?

– Sí, gracias, ya lo cojo yo mismo.

– Usted no come variado, debería probar algunos otros platos que tenemos. Ya sabe, son caseros, los hace mi madre.

– Gracias por su interés, pero es que me agradan mucho los raviolis como están hechos. Dele mis saludos a su madre.

– Serán dados, gracias.

Con su paso cansino, la bolsa con la cena y sin ningún vicio aparente, salió como todas las noches hacia el edificio de su piso.

La dependiente se quedó mirando como cruzaba la acera, lo hizo con mucho cuidado y mirando a ambos lados, pensó: “este hombre es un solitario empedernido; parece una buena persona, humilde, trabajador, sin familia y con gustos poco extravagantes. Se parece a mi abuelo, un hombre bueno de esos que pasan por la vida sin hacer el mal a nadie, de poco hablar y que hacen en silencio, sin molestar. Un alma buena que va a cenar solo, me da pena.”

En la entrada del edificio dos hombres robustos fumaban displicentes al pasar Bartolomé a su lado, le miraron y uno de ellos hizo un mínimo gesto de aprobación, estaba todo bien y cuidado, con la mirada le aseguró al hombrecito gris, que ellos estaban para lo que él necesitase. Subió a la planta séptima y al llegar al pasillo, la puerta del otro piso se abrió.

– Bartolomé, ¿no quieres cenar conmigo?

– Hola Josefina, no hoy no, te lo agradezco. Tal vez mañana, si te gustan los raviolis, compro una ración para ti.

– No, te los hago yo misma. Mi madre me enseñó a cocinar muy bien.

– Sí, lo sé, lo sé. Vale, mañana cenamos juntos, hasta mañana Josefina.

– Hasta mañana Bartolomé.

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