Pascual Medaigual, Payaso

Pascual Medaigual, Payaso

D Carles ML

29/07/2017

– Pascual Medaigual, ese el nombre por el que me conocen en la mayoría de los lugares dónde voy. No me llamo Pascual, sino Felix, tampoco Medaigual es mi apellido, sino Martínez Tauleta, ¿qué Felix Tauleta es divertido? no lo dudo, pero lo de Pascual me lo dieron en la Escuela Superior de Payasos y además de figurar en los registros nacionales, está impreso en el certificado que tengo enmarcado, colgado de la pared de mi habitación.

Allí está el recordatorio, justo a los pies de la cama, de manera que cuando me despierto, vea lo que soy y seré durante el día; solo el día. Las noches son otro mundo, en él tengo otro nombre y otro sexo, soy Feliza Killman (por lo de asesina de hombres), y cada vez que la oscuridad se apodera de la ciudad, me transformo en una peligrosa mujer que tiene en jaque a todo el cuerpo policial.

Tengo 44 años y soy Feliza Killman desde los 19, más de la mitad del tiempo vivido, lo he pasado siendo ella, la perseguida.

Hoy es mi cumpleaños y deseo confesar qué y por qué hice todo esto, ya sabes nada es casual.

Como payaso he sido uno más que se contratan en fiestas de mierda y te pagan con monedas, si es que tienes suerte de terminar antes el número, sí, ante que el hombre se ponga chulo y comience a mandar a todos a tomar por culo. Allí no cobras, al menos en dinero, porque algún guantazo te llevas puesto a tu casa.

Solo muy contadas veces me recibieron y me despidieron de la misma manera, bien, con aplausos… y no sabes cómo me gustó aquello.

Un par de palmas que hacen que toques el cielo, te sientes importante aunque en el bolsillo vuelvan a sonar las mismas monedas, pero estas han salido con vítores y no con un maldito macho alfa, que aporrea a la mujer y se acuesta con la cuñada.

Los veo venir antes que ellos me conozcan, les reconozco el paso, el modo de andar, de mirar y de poner a la mujer a un lado, pero bien a un lado. Desprecian todo, pero son los que pagan y te rindes por más que no quieras.

Dicen dando voces de todopoderoso al entrar en la pensión y pararse en el pasillo:

– ¡A ver! ¿Dónde está ese payaso que me va a hacer reír?- y lanzan una carcajada como si vomitaran la comida del mediodía.

Asco me producen, pero al hijo o la hija, les hace ilusión que el payaso les haga juegos con globos, se caiga luego de oler una flor, o no sepa caminar tropezando con todo lo que encuentra en su camino; el golpe, la torpeza, la inutilidad, la estupidez en los gestos, la cara de bobalicón o de gilipollas, causan risas, hilaridad en algunos, sonrisas a medias en otros, pero a todos les divierte que un idiota se caiga, se dé hostias una tras otra y sin sentido… jamás lo podré comprender, a pesar que es mi rutina, mi espectáculo.

En realidad en lugar de Pascual Medaigual, debería llamarme Pascual Elgilipollas, o Pascual Estupidizado, yo qué sé.

Y llegas a la casa o al piso, los adornos cuelgan pegados con cinta engomada, los globos fueron hinchados por los pulmones de la madre, la misma que ha hecho todo, desde los adornos hasta el bizcocho para ahorrar y pagar al payaso; mientras él está estirado en el sofá, viendo televisión con un vaso que ella debe llenar frecuentemente.

Los sé observar mientras espero que me abran la puerta, para hacer mi entrada triunfal; no les quito ojo de encima y me percato de cada uno de sus movimientos, más torpes que los que hago para caerme. Pero dominantes, sometedores, con cuatro gritos arreglan todo, el miedo corre por la piel de niños y adultos, porque él ha gritado.

Sí, así son ellos. Los empecé a odiar de adolescente, cuando vi por primera vez de qué manera maltrataba mi padre a mi madre.

Fue una tarde que supuestamente debería haber estado en el colegio, pero nos dieron permiso para regresar dos horas antes al hogar. En cuanto llegué, me escondí en mi cuarto para asustar a alguno de los dos, era una costumbre esto de asustarnos mutuamente, en los armarios, detrás de las puertas, en la caseta del perro, en el lavabo, todo lugar era propicio para gastarnos las bromas y ver quién se atemorizaba más y con mayor ruido o una caída oportuna, luego nos desternillábamos de risa los tres.

Me escondí en el armario, sabiendo que mi madre sería la iría a guardar la ropa que planchaba cuando llegué.

De pronto escuché unos gritos que venían de la cocina, agudicé el oído e identifiqué las voces, eran ellos discutiendo muy fuerte por algo que no comprendía. La palabra adulterio no estaba en mi diccionario.

Pasados unos minutos de insultos y palabras en voz alta, el sonido de un cachetazo terminó con todo el batifondo. Entonces supe que mi madre lloraba.

No fue necesario ver la escena, con los gritos y la mano de mi padre sobre ella, fue suficiente.

Odié ser hombre, porque sí así debía comportarme, no quería crecer como tal.

Fue cuando decidí estar disfrazado y en cuanto pude, me apunté a clases de circo y luego a la escuela de payasos.

A los 19 años, hallé a mi madre en grave estado por una paliza que recibiera de mi padre; la llevé al hospital y quedó ingresada. Por la noche vino él a ver cómo estaba. Me llamó aparte y trató de explicarme lo sucedido, no le escuché, dije que sí a todo y me callé. Por dentro comenzaba a gestarse un huracán de ira.

Al darle el alta a ella, mis abuelos me dijeron que ellos se separaban y que iría a vivir con mi madre, si así lo deseaba, ya que era mayor de edad.

Decidí buscar un trabajo y aunque estuve un tiempo con ellos, me fui a vivir solo y trabajar de payaso.

Antes de cumplir los 20, tenía el plan orquestado y los elementos que necesitaba guardados en un agujero que hice en el suelo de la habitación. Por completo disimulado, hasta yo mismo a veces no sabía dónde estaban exactamente.

No me hizo falta saber de sus horarios y costumbres, las conocía de memoria.

En el momento en que regresaba de trabajar, solía pasar por entre unos árboles añosos que crecían en la acera, frente a una vieja mansión casi deshabitada. El trecho era de unos 50 metros. Me escondí entre la copa de uno de los árboles y tendí la cuerda de violín con el aro hecho.

Él venía despreocupado y la calle estaba solitaria, no se veía a nadie en ella ni en los portales de los edificios. Sus pasos cansados me decían de un día agotador; en otro tiempo hubiese corrido a sus brazos y le hubiese llenado de besos, hoy era mi enemigo. Ningún recuerdo podía tapar, disimular sus hechos.

Pasó debajo de dónde estaba y el aro cayó sobre su cabeza hasta el cuello. Tiré de la cuerda y dejé que el peso en la otra punta hiciera el resto. Prácticamente no sufrió, el fino alambre se incrustó en la piel del cuello casi seccionando la cabeza, la sangre salía por las arterias como lo hace el agua que es expulsada por una bomba, a chorros discontinuos.

Me sentí liberado, el monstruo en que se convirtiera, ya no existía, mi madre podría dormir tranquila que él no la acosaría nunca más.

Bajé con sigilo, le saqué la cartera y me fui cobijado por las sombras; atrás quedaba un bulto al lado del tronco del centenario árbol.

La policía no halló ninguna prueba del asesino, solo una tarjeta en el bolsillo de la americana que tenía dibujada una garra de pantera. No pudieron identificar el origen, pues era demasiado común el cartón y la impresión era casera. Imposible rastrearme, ni una sola huella, mi primer crimen quedaría como un caso abierto sin resolver; hasta hoy.

Sí, confieso que el asesinato de mi padre lo hice yo.

Los demás… bueno, el primero es el importante para mí; fue el que me abrió el camino a ejercer una justicia sana, libraba a las familias y a las personas buenas, de seres despreciables, no hacía más que eso, una quirúrgica selección de tumores sociales.

Ninguno a lo largo de estos años, fue con la misma técnica, en cada uno usé un sistema original y que no repetí, algo así como los vestidos de boda, no te pondrías el mismo en diferentes casamientos, por lo tanto mis ejecuciones fueron todas únicas y a medida que pasaba el tiempo se fueron sofisticando. La cuerda de violín no volví a utilizarla nunca más. Excepto con le sexto.

En total fueron 56 ejecuciones con total éxito en todas, no dejé huellas ni pruebas a pesar de dejar la tarjeta con la garra. De ellas hice 100 en el primer momento y tengo las restantes guardadas, no están contaminadas con nada que lleve a pensar quién es el autor o autora del crimen.

Que a decir verdades, no es un crimen deshacerte de un ser vil, despreciable, repudiado por todos, un desecho de la especie, mucho menos que una basura.

Estas “personas”, que hay que llamarles así por el bien de ser identificadas, no cumplían ninguna labor de importancia en la sociedad, por el contrario eran un impedimento para que familias enteras pudiesen disfrutar de una vida tranquila.

De las 56, las 6 iniciales estuvieron relacionadas entre sí, pues tenían lazos que les unían. Si la policía hubiese encontrado el hilo conductor hubiese estado perdida.

Sí, a veces me trato como Pascual y otras como Feliza, es que ya he perdido el límite entre ambas, son dos o tres, o mil, o 56 una por cada uno de los que murieron por sus insolencias y tratos inadecuados.

¿Sabés? Considero que es mucho más feliz un chico que le cuentan que su padre fue asesinado, que otro que ha visto como maltrata a su madre y a toda mujer. Al fin, el chico que le mataron el padre, llega a idealizarlo, resaltarán en su memoria los recuerdos buenos y será un santo de su devoción; no tendrá el vacío que tenemos los que hemos pasado por este martirio innecesario.

Si me hubiesen pillado en las 6 primeras, me hubiese escapado y cumplido con la meta que tenía… que no eran 56, sino 100. La cifra la elegí al azar, no tiene ninguna connotación en mi vida o la de Pascual.

Recuerdo que el segundo era uno que frecuentaba el bar dónde mi tío y mi padre, ambos hermanos, solían ir a beberse unas cervezas, nunca más de dos o tres, porque jamás lo vi borracho o alegre, siempre sobrio y ejemplar, de caminar recto como si tuviese un palo en el culo, peinado a la gomina, perfumado aunque fuera a la fábrica, con los calzoncillos y las camisetas blancas, con las camisas almidonadas, un tío que lo veías e inmediatamente te gustaba; lástima que el envase era muy lindo, pero dentro había tanta mierda…

Como decía, el segundo era del mismo bar. Lo vi una tarde que salía de la escuela de payasos. Él iba tomando a la mujer del codo y ella estaba casi en el aire. A pasos largos, mucho más que los de su mujer, con la cabeza en alto, bien vestido y calzado, llevaba a esa pobre como gallina de un ala. Los seguí.

Caminaron solo una calle y media, se metieron en una tienda de ropa femenina y él estalló en insultos hacia todos. Sus argumentos eran que no había autorizado a su mujer que comprara ropa a sus hijos… me quedé helada escuchando. Gritó, pataleó, tiró la ropa que llevaba en una bolsa y salió dando los mismos pasos de metro y medio dejando a su esposa llorando en la tienda.

Me subió una furia interna que lo hubiese matado allí mismo, pero no, esperé a tener todo listo.

Al cabo de 2 meses ya le estaba encima. Conocía cada uno de los actos que hacía y este murió por una sobrecarga eléctrica al pisar un cable de alta tensión, que casualmente estaba en su senda. Solo me involucra el que tuviese en un bolsillo, la tarjeta con la garra de pantera.

No era que deseaba que me atrapasen, sino que quería que supieran que había una mujer que estaba haciendo justicia, la que los hombres encargados de hacerla, no lo hacían. Por eso la señal. Y la garra porque me dijeron que la pantera es más asesina que otro felino, y además es un bicho que adoro, lástima que ya no vaya a tener oportunidad de tener una.

Bueno, lo digo porque después de esta confesión me espera la cárcel de por vida, lo tengo muy asumido; tanto que he hecho un programa de actividades que llevaré a cabo adentro, porque no soy mala persona, solo me cargué a los indeseables… ¿acaso son malos y delincuentes los que recogen la basura? Yo hago ese trabajo con las miserables almas podridas que andan sueltas, Las recojo y me las cargo.

Le esperé en una esquina como Pascual Medaigual, hice que tropezaba con él y le metí en el bolsillo un sobre con algunas cositas. Se disculpó a pesar de no haber sido él, sino yo el que le atropellara. Muy amable y educado, otro ejemplar de macho.

Ese murió por ingesta de barbitúricos que llevaba encima, en una cita con una mujer que lo sedujo. Nunca se supo quién era ella, le dejó tirado en la discoteca, en un cono de sombras, completamente drogado y a punto de fallecer. La mujer se retiró y antes de salir, dio media vuelta para ver si se desplomaba o no. y sí que lo hizo, cayó como una bolsa de patatas, bien muerto por sobre dosis.

Hace poco, hará un año, me contrataron para animar una fiesta de despedida de solteros. El agasajado no quería un strep tease y pidió un payaso que le hiciera reír, muy original. Fui con un repertorio de cuentos para adultos y la pasamos pipa. Al final de la actuación el chico me dice:

– Gracias Pascual, me has dado una gran alegría. Mi mejor recuerdo era el de mi padre dándome la sorpresa de traer un payaso a casa el día de mi cumpleaños, por eso, por lo que él fue, quise que esta noche tuviese uno de los tuyos, animándome.

– ¿Tú padre murió hace mucho?

– Lo asesinaron, pero no se sabe quién fue. Había ido a un bar y le dieron de beber una bebida con drogas y murió por sobre dosis.

– ¿Hace… mucho de esto?

– Unos 19 años o 20. Estoy un poco mareado y no pienso bien, jejejeje

Me quedé de piedra, era el hijo de mi segunda ejecución. Y tal como he dicho, el chico creció con la historia de un padre asesinado y mártir por unos drogadictos. Solo recordaba lo bueno que era, y no que no permitía que su madre comprara ropa a ellos. Buen hijo de putas era, recibió el calambrazo de su vida, y ya fue.

Es que cuando pruebas que no te atrapan, todo se vuelve mucho más emocionante, vas comprendiendo que esa es la misión de tu vida, la de cercenar existencias inoportunas en el desarrollo del hombre. Y para beneplácito personal, tú ego te va pidiendo cada vez más, y más acción. Cómo los animales carnívoros que cuando prueban la sangre ya no tienen regreso a ser domésticos y sometidos, desde ese momento te vuelves sanguinario, salvaje, te gusta el primitivismo; está tan lejos de la rutina diaria, de la domesticación a la que te ves presionada, que sacar a ventilar ese instinto, es fascinante.

No, en realidad no había una sed imposible de controlar, solo se daba cuando veía personalmente la agresión; por ejemplo viendo televisión e informándome de las atrocidades diarias, la sangre se calienta, pero eso le ocurre a todos en una u otra medida; solo que cuando tienes a tu frente, un inescrupuloso que avasalla a una mujer por el solo hecho de ser macho, la sangre sale de su madre y se cambia por dentro. Me transformo y soy la cazadora en busca de la presa que olió. No lo dejo hasta ver sus propias tripas dispersas, segura que no se juntaran para formar otro ser inmundo como ese.

Allí sí te digo que pierdo los papeles. Se me va la olla o la encuentro, no sé qué decirte, porque es posible que estemos todos un poco adormecidos y que lo que debería imperar en más la ley de la selva que las leyes que todo te prohíben. No es justo que se apalee a una persona por creerla inferior… las mujeres no son inferiores, el hombre tiene ese maldito complejo que les hace ver la paja en el ojo ajeno, y no en el propio.

Vale, me caliento, como mujer y como hombre, tanto de un lado o del otro, no tolero esta injusticia gratuita.

Y caliente me agarró el sexto, ese sí que me sacó por completo.

Fui a animar una fiestita de bautismo de una familia pentecostés. No discrimino por género, imagina que no lo hago por religión. Me planté con mi número en el patio todo adornado por flores de papel y guirnaldas que habían hechos los miembros de la iglesia. El padre de la criatura era un Pastor de su comunidad. Hombre que se supone debe ser ejemplo de todos los de su grey… se supone.

En medio de la actuación, todos estaban pendientes de un pequeño acto de magia en que desaparecía en una nube de humo y aparecía en la cocina. Pero para llegar a esta debía atravesar un pasillo que daba a los dormitorios.

Ya te digo, estaban todos embobados con la magia y no sabían por dónde regresaría, así que las madres y padres de los niños, les incitaban a que pensaran por qué lugar haría mi aparición; me escabullo por entre el humo, cruzo el pasillo y allí lo veo al hijo de puta, follando como un conejo poseído a una de las madres. No hice nada, solo seguí con la actuación. Salgo por la ventana de la cocina y veo que la mujer del Pastor enfila para dentro de la vivienda. Los gritos de una manada de elefantes fueron poco y tras eso el sonido de dos tremendos cachetazos. A los dos minutos salió él muy horondo y después la madre con la que follaba, como si nada. Uno de los presentes se animó a preguntar por los gritos, y él con total desparpajo dijo que su mujer se había caído al tropezar con la cama, que pedía que se hiciera una oración entre todos, para que se recuperara del golpe.

De no creer, como mansa ovejas agacharon las cabezas y oraron por la maltratada. La sangre hirvió dentro.

Lo visité como Feliza y llorando como un Magdalena le pedí una entrevista de confesión a solas. El muy idiota, babeando me citó un miércoles a las 8 de la noche y me dijo que cómo era una confesión, no había que decirlo a nadie para que se guardara el secreto confesional. A la 8 estuve allí, lo seduje y cuando se bajó los pantalones, le até los testículos con la cuerda de violín y la punta la amarré al ventilador de techo. Le di la mínima velocidad después de amordazarlo y sedarlo con una pequeña hipodérmica, que prácticamente no deja marca. Poco a poco el ventilador fue tirando de sus asquerosos huevos y lo castró, desangrándose a los minutos. No dijo nada, ni una queja.

La policía al llegar caratuló el caso como práctica sadomasoquista que le llevó a una experiencia mortal, no hallaron huellas, ni pruebas del asesinato, solo una tarjeta de cartulina con una garra de pantera. Ya en ese entonces fui catalogada como una criminal asesina serial desconocida. Sé que se montó una oficina para investigar los casos que siguieron apareciendo hasta el este año, con el número 56 impreso al lado de la garra.

Sí, el 56 fue el último. La policía tuvo a la asesina en sus narices y no hicieron nada, no se dieron cuenta que el payaso que sirvió como testigo, era la asesina. Ni lo olieron.

Y ahora estoy cansado, con 44 años debo cambiar de rumbo. Mi parte creo que la hice, limpié una parte de la mierda que hay, pero queda mucha, tanta que ni un ejército de Felizas lo solucionaría.

Ya está, ya sabes quién soy, qué hice, por qué lo hice, cuándo lo hice y los detalles que puedo dar todavía.

– Esta es mi confesión, mi último acto ante el público lo haré en el estrado del juicio que me tocará. No habrá aplausos, pero sé que íntimamente muchos me agradecerán lo que he hecho. Ya está. Alea Jacta Est, creo que se dice así, la suerte está echada. Sabrás lo que debes hacer.

– Vale, pero es que en realidad el motivo de la cita era otro.

– ¿Cuál que no fuera que confesase?

– Odio a mi padre, lo odio con toda mi alma desde que abusó de mí y mi hermana. ¿Me comprendes que necesito?

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