EL HOMBRE SIN ROSTRO

El hombre sin rostro miraba el suelo buscando sus pies pero no los veía.

Hacía tiempo que había dejado de luchar, estaba paralizado y aturdido. Aún así necesitaba encontrar su camino.

Por eso gritaba y gritaba todos las tardes con la esperanza de que algún eco lejano le devolviese la voz, su voz.

Sólo la diosa de la verdad sabía dónde se hallaba el tesoro del reino blanco.

Este se escondía justo debajo de su camisa gris, era una partícula minúscula capaz de resucitar todo lo que permanecía muerto.

Tan diminuto era este tesoro que solo se podía encontrar cuando dejaba de buscarse.

Eso era tarea ardua para un simple mortal tan acostumbrado a aferrarse a las huellas de la arena.

Aún así no perdió la fe, siguió sonriendo y cantó hasta el amanecer.

(Cuento triste y gris, homenaje a Tenneesse Williams)

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