De tanto sostener aquel reloj de arena,

se me cansaron los brazos,

floreció en mi pecho un ramo de violetas,

palideció el retrato que me ofreció tu espejo,

encontré sobre mi cama un lecho de hojas muertas.

De tanto sostener aquel reloj de arena,

olvidé el aspecto de mis manos,

extrañé el olor de rosas nuevas

y olvidé que estabas aquí,

a mi lado,

esperando simplemente a que te quiera.

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