En el castizo barrio de Prosperidad, donde de pequeña jugaba en los solares sin construir y las mujeres iban con los rulos puestos en la cabeza a hacer la compra.
Su calle de apenas 40 números tenía todo tipo de negocios. Su piso tenía mucha luz, y dos terrazas, una de ellas solía estar llena de flores dándole un aire especial al decorado de fondo que eran unas inmensas máquinas de aire acondicionado. La otra, un patio lo suficientemente grande como para tener varias jardineras, una mesa y cuatro sillas. Preparó en su nueva casa una cena interrumpida por la música que golpeaba las paredes. Las voces de la gente le hicieron pensar que algún vecino estaba haciendo una fiesta. Enseguida supo que el sonido provenía del local de intercambio de parejas de abajo. Al día siguiente salió a la terraza a tomarse el café y los golpes del taller de chapa y pintura no cesaban, se metió para dentro, cerró la puerta y se alegró de haber cambiado las ventanas que aislaban del ruido exterior.
Sin duda la habían engañado cuando compró el piso, llamó a los dueños, ellos negaron haber sufrido molestias similares, por eso se mudaron cuando abrieron el local, por eso la vendieron tan barata, por eso la inmobiliaria sólo la enseñaba a determinadas horas. Así luchó para solucionar el problema: tras varias denuncias y visitas de la policía a su casa y al local, intentaron mediar y una noche, los ruidosos escucharon la música desde su casa, comprendieron la magnitud del problema, se disculparon y dijeron que iban a bajar el volumen.
Solicitó a la policía de medioambiente un sonómetro. La medición se hizo de madrugada en casa y registró un nivel de decibelios que excedía del permitido en la ordenanza municipal, se abrió el primer expediente sancionador. Fue cuando reaccionaron y empezaron las obras de insonorización que amortiguaron levemente el ruido y las vibraciones, no era suficiente, se seguía oyendo, alegaban que había muchos clientes en la fiesta. Sin poder salir a la terraza, ni al patio por los olores a pintura y disolvente del taller, se preguntaba cómo dos actividades tan nocivas para la salud podían estar permitidas de forma simultánea, los ruidos se solapaban, era insoportable vivir allí. Tras cuatro años e innumerables denuncias, a falta de un acta policial para clausurar el local, misteriosamente policías que ayudaban fueron trasladados.
No comprendo, investigo, el dueño imputado en el caso Guateque, antiguo policía, seguro que muy bien relacionado, tiene una licencia blindada que no le corresponde. Me siento más sóla que nunca, soy incapaz de vender la casa a una mujer que le gusta, no quiero arruinarle la vida a nadie. Al final el dueño compra la casa, se termina el problema, me marcho. Como dice mi abuela, el pez grande se come al chico.
FIN. CALLE CARDENAL SILICEO 10. MADRID
OPINIONES Y COMENTARIOS
comments powered by Disqus