EN UNA ESQUINA

  Mi destino está marcado por las esquinas. Recuerdo cuando me enamoré. Caminaba hacia el norte por la carrera 11, al dar vuelta por la calle 72, tropecé con una mujer de tez ligeramente acaramelada.

—Disculpe, estaba distraída— dijo, sin dejar de sonreír. Mientras volteaba la cabeza para seguir su camino, miró de soslayo mis labios temblorosos.

  El destino con sus paradojas se burló cruelmente de mí: deseaba hablarle,  pero su belleza intensificó mi  timidez dejándome paralizado. Al reaccionar no estaba ni su sombra. En ese instante quise tener el olfato prodigioso de Jean-Baptiste Grenoville para encontrarla por su aroma.

  Al pasar por el frente del Centro  Comercial Avenida Chile los acordes de un bandoneón me sedujeron a entrar. Había un festival de tango.  Se apagó la luz, se escuchó el primer acorde de “volver” de Gardel y el reflector  iluminó a una pareja de baile.

  La mujer vestía un traje negro con una abertura  hasta el muslo y descote profundo en la espalda que resaltaba irresistiblemente su feminidad. Al observar su rostro descubrí que era la chica que había buscado por tres meses.

  Esperé con impaciencia el final de la presentación para conocerla. El destino construyó en las tinieblas un muro de personas a su alrededor que la desvanecieron, con frustración pregunté al administrador por el espectáculo. Se  presentarían el viernes en la Taberna la Esquina ubicada al frente de la Iglesia Lourdes.

  Llegué a las diez de la noche, me senté en la esquina izquierda de la barra. Para vencer el nerviosismo tomé varios cócteles. A las once llegó. Saludó al barman  y pidió una cerveza.  La ventaja de haber bebido es que estaba entonado, no mucho, pero lo suficiente para a hablarle e invitarla a tomar un trago al final de su presentación.  

  La química actuó al instante, parecíamos viejos amigos, charlamos de todo, me contó que había terminado con su novio por sus celos obsesivos. A la madrugada salimos abrazados. Al cambiar de acera para sacar el carro del parqueadero un disparo nos estremeció. Mónica lloraba y gritaba, su blusa estaba humedecida  con sangre fresca, caliente. Una mezcla de rabia, miedo y frustración me hicieron correr directo al hombre que vestía un gabán oscuro. Las piernas las sentí pesadas, entumidas, tal vez por el frío de la noche. Él huyó al verme.

  En cuestión de segundos  quedé extenuado, me apoyé en el poste de la esquina del parqueadero y lentamente me dejé caer. Quería gritar pero las palabras no salían, permanecían prisioneras por mis labios estériles.

El frio era intenso y la soledad  abrumadora. La voz de  Mónica se ahogó por el ruido de una sirena de  ambulancia. Su imagen se tornó difusa. El brillo de sus ojos se apagó.  Ella me tomó entre sus brazos y me besó en los labios… el calor de su piel hizo que se desvaneciera, por un instante, el frío del pavimento y de la misma  muerte.

  FIN

NOMBRE DE LA CALLE: AVENIDA CHILE

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