“¿Cómo están las jevas?”, me pregunta Zapata. A pesar de que ya empieza a oscurecer, aún tiene sus particulares lentes de sol como los de Lavoe –por esta razón muchos le dicen: “hey Hector, ¡vaya!”, y el empieza su canto desafinado pretendiendo imitar a El Cantante. Zapata es, como decimos acá, un yo-le-cuido: un hombre que se gana la vida custodiando automóviles en la calle. Estoy sentado justo en la esquina de la calle 13 con 75, desde donde se abarca todo el territorio de El Loco Zapata. Veo cómo éste da una vuelta y emite un silbido; un carro que está parqueado al frente de la panadería comienza a dar reversa. Zapata levanta un dulce abrigo y mientras lo agita le dice al conductor: “sí, bien pueda, mi señor”. Se acerca a la ventana del vehículo y recibe unos pesos.

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Regresa cantando y dice: “a los agalludos yo no les presto atención. Gracias a mi dios trabajo primero para mi mamá, luego para mi vicio y me surto a todos. No le estoy jodiendo la vida a nadie”. Zapata tiene treinta y nueve años, y a pesar de una extraña enfermedad que lo tuvo recluido en la juventud, su eterna sonrisa es el semblante con el que siempre recibe a sus amigos y conocidos. “Jum, hoy mi plaza está linda”, dice mientras corre; hoy la cantidad de carros alegra a Zapata. Cuando todo está en calma, se sienta a mi lado y me dice: “tengo que encontrarle sentido a mi vida, y la verdad es que una mujer siempre hace falta. Ayer me hice veinte lukitas y me fui pa’ El Hueco. Estar enamorado es algo muy bonito… ¡Eh!, pero tengo que ahorrar”.

Cuando El Loco comenzó a ir a El Hueco registraban todas sus pertenencias, pues las personas que asisten son en su mayoría consumidores de bazuco, recicladores y gente que busca pasar una noche donde pueda consumir sin peligro. Sin embargo, Zapata va por otra razón: “la mujer es la motivación del hombre”, dice. El consumo de bazuco en esos lugares es lo que conserva el ambiente de las habitaciones, donde las mujeres, que cobran alrededor de cinco mil pesos por estar con alguien, pueden ser hasta niñas de trece años que buscan el dinero para conseguir su dosis diaria.

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El Loco Zapata paga aproximadamente seis mil pesos por pasar la noche: cuando tiene veinte mil, lleva licor y comida para pasar una buena velada con alguna chica. Hace diez años trabaja cuidando carros en el mismo lugar. “Yo necesito la cuchara”, dice, “yo he guerriado para ganar un lugar acá. He peliado; el último me sacó un pico de botella. Pero todos necesitamos ganar la cuchara. Todo es un proceso. Calma, hijo, pero hay que luchar como un guerrero contra la envidia y la indiferencia de los seres humanos”.

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FIN

CALI, COLOMBIA: AVENIDA PASOANCHO, CALLE 13 CON CARRERA 76 ESQUINA.

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