Papá dice que cuando era más pequeña me perdí en la feria y que tardó mucho rato en saber dónde estaba. Me llamaba

¡¡Alma!!

decía

¡¡¡Alma!!!

muy fuerte.

Me lo cuenta para que ahora vaya siempre agarrada de su mano. Aquel día que me perdí en la feria habló con todo el mundo. Preguntó a todos los vendedores si habían visto a una niña pequeña,

así,

decía –y siempre pone la mano a medio metro del suelo–

con un vestido azul, azul mar con flores verdes, flores grandes, más grandes que sus manos… Es morocha, lleva el pelo sujeto con una tortuga verde, le gustan mucho las tortugas, ¿sabe?

Todo el mundo le decía que no, algunos lo miraban raro, otros ponían cara de sorpresa. La señora de los juguetes le dijo que yo había mirado sus cosas. Se había fijado en mi mirada curiosa, pero pensó que iba con la chica del vestido rojo.

Yo… no me acuerdo. Bueno, ahora sí sé cómo termina la historia. Y me acuerdo de su paseo por la feria porque me lo imagino.

Cuando llega al final siempre se le escapa una sonrisa que cada vez que me lo cuenta es más grande. Yo tengo cada vez más ganas de volver a la feria y perderme otra vez para que se ría.

La señora de los juguetes estaba segura de que yo había ido a la izquierda de su puesto. Papá se quedó quieto un rato.

Respiró.

Caminó, siguiendo las cosas que tenían colores y que estaban a la altura de mis ojos. Encontró una mariposa colgada de una mesa, caída de su lugar. Y un puesto con unas marionetas en el lateral. Así salió de la feria sin darse cuenta, hasta un lugar que nunca había visto, bajo los árboles. Donde los vendedores tienen sus camionetas blancas, todas las cajas vacías.

Vio un maniquí –aquel día aprendí esa palabra–, una mujer-maniquí a la que no se le veía la cara porque se la tapaba la peluca pelirroja.

Esa debía ser la mujer que estaba apoyada en la furgoneta grande, la que yo vi antes de sentarme al lado de la furgoneta blanca, enorme, con las puertas de atrás abiertas y el señor de la barba blanca que entraba y salía. Ahora llevaba un maniquí-niño –sujeto entre la cintura y el brazo izquierdo– y la pierna de otro maniquí –en la otra mano–.

Papá cuenta que yo estaba sentada en una silla de plástico blanco, moviendo las piernas como hago cuando estoy nerviosa, y los ojos y la boca muy abiertos. Que no se movió, que no me moví, que esperó a que el señor de la barba llevara sus maniquíes a donde fuera necesario. Entonces se acercó a mirar lo que yo estaba observando.

Ahí es cuando él siempre se ríe. En cuanto lo vi, dije Qué bien que has llegado, papá, ¡vamos a salvarlos a todos! ¡¡Corre, están secuestrados!! ¡¡el brujo malo los quiere vender!!

FIN

CALLE TRISTÁN NARVAJA – MONTEVIDEO

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