MI BARRIO
-¡Mamaaaaaa nos vamos a la calle a jugar!, ¿mamá?- la puerta estaba abierta; solo había que seguir el olor a café para saber que se había ido, como otras mañanas, a tomárselo con la vecina mientras la comida terminaba de hacerse.
-Mama, nos vamos a jugar. ¡¡Hola Reme!!- Me dirigí a la vecina que además era mi madrina.
-Bien, os quiero en casa a la hora de comer, pero pegadme al portero cada rato que sepa que andáis por aquí – contestó mi madre.
Subimos (volamos) mis hermanas y yo las siete plantas de escaleras que nos separaban de nuestra vecina y amiga Fanny para que se viniera a jugar con nosotras. Salimos disparadas a la calle, al “cuadraillo” que era el sitio donde solíamos jugar, pero esa mañana iba a ser diferente, la aventura que vivimos se nos quedaría por mucho tiempo grabada en nuestra memoria.
Uno, dos, tres… diez, quien no se haya escondido tiempo ha tenido- me giré y no vi a nadie, salí a buscarlas sin que faltara el aviso “que voooooy.”
Caminaba despacio y atenta a todo lo que me envolvía, no quería que ninguna de ellas pudiera pillarme desprevenida…En un minucioso repaso de lo que me rodeaba topé con lo que parecía un papel escondido en una pequeña brecha situada en la fachada de la antigua casa abandonada, la curiosidad le pudo al juego y me agaché para recogerlo. Era una carta amarillenta y acartonada por el paso del tiempo y no pude evitar fisgonear en su interior. Pude leer un fragmento bastante borroso que decía: María me he visto obligado a marchar sin tener tiempo para avisarte, ya venían a por mí y no he podido esperar la hora indicada, solo imploro a Dios que puedas ver esta carta y entiendas así que sí que vine a por ti y que te espero en el lugar en el que tanto hemos soñado vivir juntos, te esperaré cada día de mi vida ansioso por verte aparecer. Tu amado: Salvador R. A.
Unas voces me abstrajeron de mi lectura, eran mis hermanas y Fanny recriminándome que estaba entretenida que no salía a buscarlas. Les enseñé la carta y decidimos ir corriendo a casa para enseñársela a nuestros padres, no sin antes pasar por el kiosco de Antonio y comprarle los caramelos de fresa y nata que tanto nos gustaban y que él ya nos tenía preparados como cada día.
Al llegar a casa con la impaciencia propia de la edad interrumpí a mi madre en su conversación para contarle la aventura que habíamos vivido pero en el mundo adulto las prioridades eran otras y no hizo el caso esperado al relato que le acababa de contar.
La carta permaneció en el olvido y arrinconada en mis recuerdo hasta que en una mudanza tropecé con ella. ¿Y si intentaba hacer llegar ese mensaje a la persona que nunca lo recibió?. Era el momento de llevarlo a cabo.
FIN!
AVENIDA JUAN GOMEZ JUANITO, FUENGIROLA, MÁLAGA.
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