Silueta encorvada, delgada y envejecida, a decir verdad tenía la misma presencia de una marioneta, sus movimientos parecían manejados por cuerdas desde arriba. Tal vez por algún ser invisible, no lo sé. Aquel día lo vi, caminaba lento y cabizbajo, sólo bastó que parpadeara cuando de pronto, regresé mi mirada al frente y allí estaba, misteriosamente resulto estar frente a mí. De una manera tenebrosa me miró, sus ojos se abrieron tanto que creí verlos salir de sus enormes anteojos. Por supuesto me paralicé, sentí el jalón en la mano pues mi hermana me llevaba de la suya; recuerdo aún sus palabras: «¿Te asustaste? Y sonrió. No es nada, es sólo un loco.” ¿Es sólo un loco?  ¿Qué se supone debía pensar una niña de 8 años con respecto a esa idea?.

Me interese por «el loco» y al fin tuve el valor de preguntar por él, mi hermana me mostró su casa, quedaba cerca de la mía. Pasábamos por su calle al menos una vez cada fin de semana. Ver su casa por primera vez fue casi una revelación para mí, era enorme sin cortinas, olvidada, triste, deshabitada y oscura, hasta el servicio de electricidad se olvidó de ella. No podía ser sino la casa de un loco, pensé.

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Han pasado ya veinte años desde ese momento, he caminado sola y acompañada esa calle miles de veces y por supuesto, he sido testigo de cómo el tiempo ha marchitado aquel lugar. En cambio él, sigue intacto, su silueta encorvada, delgada y envejecida, con presencia de marioneta, no ha cambiado, excepto por algunas canas en su pelo. «El loco» sigue pasando el día sentado junto a la ventana, siempre leyendo. Desde lejos es posible ver montañas de papeles sobre el escritorio y algunos amarillentos recortes y viejas fotografías pegados en la pared. Nadie sabe cuál es su oficio, si es que lo tiene, nunca se ha visto acompañado o visitado por nadie, únicamente abandona su casa para comprar cigarrillos o para disfrutar del sol en el andén mientras lee.

Así que cada quién tiene una historia para él, unos dicen que fue abandonado, otros dicen que no soporta la compañía, incluso algunos vecinos aseguran que es un prófugo con un oscuro pasado. No lo podré saber. Sin embargo, «el loco»,  siempre mira. Cada que paso frente a su casa, lo busco con mi mirada, él, tenebroso como siempre parece notar cuando alguien lo observa y rápidamente gira la cabeza y mira, exactamente igual que lo hizo el primer día conmigo. Inexpresivo sostiene algunos segundos la vista y regresa a sus lecturas. Es casi imposible no sentirse intimidado. Ha resultado para mi fascinante, es mi historia de terror personal. A mis amigos y conocidos los conduzco siempre que puedo por su calle, les muestro la casa, una que otra vez invento una historia terrorífica sobre su soledad y los reto a mirarlo porque de seguro, «el loco», siempre mira.

CALLE DE LAS VILLAS, BOGOTÁ, COLOMBIA. 

FIN. 

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