La noche debe al día

De día, la calle es Dios. De noche, se vuelve Infierno.

Muchos son los que transitan esta misma vía, sin embargo, las diferencias entre ellos son abismales.

Los Diurnos, por un lado, alegres viandantes, son ligeros, frescos, sonrientes. Atraviesan el lugar medio flotando, se detienen, toman un café, una horchata, avanzan, observan escaparates, charlan sobre arquitectura, se hacen fotos. La vida, en esos momentos, es un juego para ellos, sus preocupaciones, algo que su “yo” futuro arreglará.

Cuando la luz del sol aún está en alza, la otra cara de la moneda es difícil de apreciar. Los otros, los Nocturnos, se esconden, acechan. Almas en pena, sucios, cansados, su aspecto provoca el cambio de una acera a otra. Los restos de lo que fue su noche aguardan para ser retomados cuando las tinieblas invadan la ciudad. Entonces, cual búhos, se iniciará su actividad. Estirar colchones, abrir latas de atún, beber para olvidar lo que pudo ser y no fue.

La relación entre estos dos tipos de curiosos personajes es escasa y bastante amarga, aunque ninguno puede negar haber encontrado a su opuesto en algún momento. Porque, en ocasiones, los habitantes de la noche anhelan al Sol, desean que el calor les acaricie, o simplemente, no tienen qué llevarse a la boca. Entonces, aparecen, ruegan, engañan, buscan, piden, inventan, acaban exasperando con sus temores a cualquier Diurno que se precie. Y los Nocturnos abandonan, con más o con menos, buscan consuelo en su Luna de plata, la única que sí les mira, que sí les escucha.

Algunas veces, los súbditos del día se internan en las tinieblas, pero sus movimientos en nada se asimilan a la de los otros individuos. Bailan, gritan, beben para recordar por siempre. Se aproximan a sus compañeros y ríen, ríen de su desgracia.

Es curioso que una simple calle sea escenario de dos realidades, de dos realidades de un mismo mundo.

CALLE CÁRCEL DE SAN VICENTE CON PLAZA DE LA REINA, VALENCIA