Las puertas del Príncipe

Las puertas del Príncipe

Siempre debe haber una forma de comenzar… ¿Qué tal con el famoso “había una vez”? Nos recuerda a esas historias con sabor de años, con voz de abuelos y olor a libro viejo. Esas historias que quisiéramos nunca olvidar y que algunas veces, en nuestra niñez, quisimos interpretar.

En esta historia podemos recoger esos pedazos de infancia que nunca se fueron y traerlos al hoy, para recrear una nueva y más real versión en un palacio diferente, la calle.

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Había una vez –o  tal vez muchas – un sentimiento llamado miedo, que algunas veces se acompaña de la soledad y otras de la ausencia de esta, cuando alguien más va contigo y no conoces ni su nombre ni sus intenciones. Esto es la calle.

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Pueden abrirse muchas puertas en este trayecto, el miedo tal vez desaparezca para darle paso a la diversión.

Caídas, golpes, carcajadas, miradas y pasos fugaces, a esto también sabe la calle.

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Luz y sombra. Calor y frío. Lluvia, ¿te ocultas o te mojas? ¡Corres! Huyes de tus saudades.

Vives la calle.

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Complicidad. Se hace más corto el camino cuando no vas solo, cuando tienes una razón para que tus pies caminen en una dirección, cuando tienes un fin.

El medio es la calle.

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¿Hacemos un alto en el camino?

Hay lugares donde el tiempo pareciera detenerse, donde la prioridad es el momento y el olvido. Donde el interior se roba el instante y el exterior sigue siendo la calle.

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Hay algo muy importante cuando el camino se hace constante, el poder de una buena compañía.

Una compañía que le dé un sabor diferente al trayecto, al sentir, al pasar, al respirar, a la vida misma.

¿Sigues en la calle?

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Vuelves a estar solo. Probablemente disfrutes estarlo, pues todo duerme en el confuso mundo y la soledad es el mejor estado para saborear tus pensamientos, tus pasos, tus conflictos, tus verdades.

Una vez más es tuya la calle.

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Buen amigo es el tiempo. Con él llegan los pasos lentos, el pelo blanco y la experiencia.

Ya no hay prisa al andar, solo queda respirar una vez más y esperar el final de un largo camino, del mismo camino, en la misma calle.

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Una soledad que tiene memoria. Recuerdos de voces y huellas imborrables. Nombres, olores, asfalto y hedor. Al final no queda nada y queda todo, la historia muere y vuelve a nacer, como la vida, después de todo ha sido ella la que tocando puertas ha pasado por esta calle.

FIN.

CARRER DEL PRÍNCEP DE VIANA. BARCELONA.

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