El gato maullaba dentro del motor del coche y Elsi le pidió a Santi, el del bar, una fiambrera con agua para que saliera. Una pareja de turistas le arrimó también una lata de atún, pero el gatito probablemente asustado en su primera incursión en solitario seguía llamando a su madre.

-No te preocupes, Elsi, el coche es de la chica de la tienda de viejo, yo la aviso cuando se vaya.

Santi volvió a la barra porque esperaban varios clientes habituales, zumo y media de york, máquina y entera de jamón, un cortado. A pesar del runrún de las conversaciones, del pitido del vapor caliente y el ruido de la televisión, Santi podía escuchar el lamento del felino. En la pantalla se emitía otra vez la noticia del accidente de las estudiantes. Santi vivía con un dolor en el pecho y un vacío en su cabeza desde que su hija se ahogó hacía varios años en la piscina de unos vecinos, así que podía ponerse perfectamente en el lugar de aquellos padres.

Elsi no se quedaba tranquila a pesar de la nota que le había dejado en el parabrisas a Mónica, esa joven tan rara que malgastaba su juventud recogiendo objetos de la calle, de las basuras y luego los adecentaba e intentaba venderlos en una minúscula tienda de objetos abandonados que pedían otra oportunidad. O los regalaba. En alguna ocasión había entrado por un bebedero de segunda mano para sus mascotas perdidas y no le había querido cobrar nada. Pero cómo iba a criticar a aquella joven, si ella misma se dedicaba a buscar a los perros y gatos abandonados o robados. Les proporcionaba refugio por una noche, los lavaba, les daba  de comer y a la mañana siguiente ponía un anuncio en el periódico  o corría la voz por el barrio. No se fiaba ni del chip, ni del veterinario ni de la protectora de animales.

Elsi miro por el escaparate, había un gran oso triste sentado en una papelera, una muñeca despeinada, un paraguas, un florero expuestos delicadamente sobre un lecho de hojas secas. Mónica trabajaba en el interior con unas copas, como una artista.

-Perdona que te moleste, hija, soy una vecina de la calle, y vengo a decirte que se ha metido un gato en el interior de tu coche.

Santi intentaba rescatarlo metiendo la mano por la rueda, pero no había manera. Mónica encendió el motor rezando para que no sufriera ningún daño y al fin, asustado, salió tímidamente. Algunos transeúntes felicitaron a los tres mosqueteros que acariciaban al gatito. La madre no daba señales de vida y a estas alturas ya no querría tenerlo en su camada. ¿Cuál de los tres héroes anónimos se quedaba con él, Elsi, la detective de perros, Mónica, la artista del reciclaje o Santi, el padre sin hijos ?

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