Los recuerdos, sobretodo los de la infancia, nos conforman. Son los puntos cardinales de nuestra memoria y de aquello que somos, lo mismo que lo son las calles y los barrios a una ciudad. Sin ellos nos sería imposible orientarnos y son necesarios para poder movernos y encontrar los lugares a los que nos dirigimos.  La memoria, individual o colectiva, es el callejero y la topografía del alma de una ciudad. O de un hombre, para el caso.

Yo crecí en  Barcelona, en los pisos conocidos como “viviendas del gobernador”, tal como reza la placa coronada por el yugo y las flechas y que aún se encuentra en el portal donde me crié, justo al lado de la plaza Llucmajor. Para los que no conocen la ciudad todos estos nombres no significan nada, incluso puede que para muchos que la conozcan tampoco. Para los que si, eso quiere decir que crecí en Nou Barris, el barrio de más tardía construcción  y uno de los más pobres de la ciudad, que poco o nada tiene que ver con las postales que los turistas compran en las ramblas. Para mi en cambio todas esas palabras evocan multitud de cosas, me recuerdan a mis padres y a mi niñez, a mi adolescencia y a mi primera novia, que vivía allí mismo, en la plaza Llucmajor. Allí sigue su portal aunque ella ya no vive allí. Y allí nos dimos nuestro primer beso. Pero así son las palabras. Cambian de significado según la boca que las pronuncia o los oídos que las recogen.

En 1920, décadas antes de que mis abuelos emigraran del sur, lo que hoy es la plaza Llucmajor, que entonces  no pertenecía a la ciudad, fue bautizada como plaza de la república. Después de la guerra, las autoridades franquistas decidieron cambiarle el nombre por el de plaza Llucmajor. Hace poco, el nuevo ayuntamiento  anunció que iba a cambiar el nombre de la plaza de nuevo para devolverle el de plaza de la República. Desde un punto de vista político y hasta ético puedo entender la decisión. Pero personalmente me molesta que cambien los nombres de los lugares que conforman una parte de mi memoria. Además, alguien dijo que aquellos pueblos que desconocen su pasado están condenados a repetirlo, y la historia de nuestro país está escrita en los letreros y los nombres de nuestras calles. Y si en ellas hay una parte de vergüenza y de ignominia, es porque también la hay en nuestra historia. Y ante eso, cambiar unas placas y unos nombres, se convierte en un gesto vacío.

En cualquier caso, mi primer beso estará siempre ligado a la plaza Llucmajor. Supongo que lo mismo debió pasarle a alguien cuando decidieron cambiarle el nombre en 1940, y quizá este cambio le devuelva un trocito de su memoria. Pero probablemente, si esa persona aún está viva, cosa harto improbable, estará senil y su memoria por lo tanto muy deteriorada, teniendo en cuenta las fechas.

PLAZA LLUCMAJOR , Barcelona 

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