El primer día que colocó su mercancía en la acera, a Tomás se le desató el vientre por miedo a la policía. Va para cuatro años ya.

––Y los jardines, tos pa mí.

––¡Vaya un Tomás!––dice el extremeño desde el otro lado del banco

–– El que dice la verdad, ni peca ni miente.

Tomás ha llegado empujando un carrito atiborrado de libros. Después de extenderlos sobre un plástico, se sienta en un banco, frente al tenderete que, cotidianamente, monta y desmonta.

–– Ayer, recogiendo, me empezó a doler la espalda.

–– Lleva usted mucho peso, señor Tomás. Hace fresquete–– dice una vecina.

–– Ya me apaño. Toda mi vida he trabajao a destajo en las obras. Hasta los dieciséis era pastorcillo. 

Más de cincuenta años a cielo descubierto, han cuarteado el rostro y las manos de Tomás.

––¿Quiere estas novelas, caballero?–– dice un hombre. 

–– ¡Gracias!–– acepta Tomás, sonriente.

–– Ahora le saco un cojín, señor Tomás–– se despide la vecina.

El librero se acerca a una clienta.

–– Solo llevaba ocho euros; es una buena venta. Otra así, y echo el día. 

–– Llama a un furgón blindao–– bromea el extremeño.

Aparece una muchacha que lleva a una niña de la mano. 

–– ¡Pero como se puede ser tan bonita, Dios mío!

Tomás se levanta, juguetón. 

–– Llévatela­–– implora a la muchacha––, llévatela que me la como con patatitas y arroz. 

La niña ríe. Tomás le regala un cuento.

––La han desahuciado. Tiene tres niñas. Es lo último…¡Dejarlas en la calle!–– susurra al extremeño.

–– ¡Qué espabilaos!

A Tomás le faltan varios dientes, pero no lo disimula: solo pierde la sonrisa cuando algo le enfada.

–– Algunos que me deben cuatro o cinco euros, se cruzan de acera para no verme. ¡Coño, qué me hacen falta para comer!

–– ¿Y no les das unas pocas de hostias?––arremete el extremeño.

–– En las obras me dejaban a deber trescientas, cuatrocientas mil pesetas; unos me daban de alta, y otros, no…¡Y no tengo paga!

El extremeño golpetea el suelo con un palo de escoba metálico que le sirve de bastón, y dice:

–– Estar trabajando y que no te paguen…

–– …Se lo gastaban en fulanas y en buenos coches–– ataja Tomás.

–– Queremos subir más alto de lo que podemos.

Una mujer con un abrigo rojo saluda y sigue andando. Entonces Tomás le suelta:

–– Que ya sabes, que nos vamos a la playa en verano.

La mujer se gira.

–– Tengo caravana nueva y fajos de billetes de quinientos, ¡así de grandes!

–– ¡Madre mía!–– dice ella, nerviosa, y continua su camino.

––¿Sabes lo que me dijo?, que ella de los hombres, largo largo; que se lo dijo su madre. Ha cogido el consejo a rajatabla: ¡ni lo ha catao!

––¡Qué bestia eres!–– dice el extremeño. 

Tomás sonríe y se levanta la visera de la gorra de pana. Se le han humedecido sus pequeños ojos del color del mar que nunca ha visto.

El-banco-de-Tomas1.jpg

AVENIDA DE OPORTO, MADRID

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