—Sonrío. ¡Sí!…, cada vez que pienso en ello… ¡sonrío! Sucedió en Nanjing Road, Shanghái, un 3 de enero hace varios años. Aquel día, yo… —Pero…, ¡empecemos por el principio!
Me llamo Águeda y soy de Bilbao; cada navidad, mis amigas y yo, nos liamos la manta a la cabeza y nos lanzamos a recorrer mundo. Ese año tocaba: ¡China!
Aterrizamos en Pekín donde pasamos cinco días, pero las uvas… ¡las comimos en Shanghái!
— Shanghái…, ¡ay Shanghái! — Las huellas de la época colonial, misteriosa y algo turbia, se mezclan de manera fascinante con impresionantes rascacielos de reciente construcción, creando un entorno único que atrapa desde un principio. Esa mañana, teníamos organizada una excursión a Hangzhou, pero yo deseaba quedarme en Shanghái, conocer la ciudad y, por qué no reconocerlo, disfrutar de un poco de libertad.
Decidí recorrer Nanjing Road.
Considerada como la calle comercial más importante de China, mientras la paseaba, no tardé en contagiarme por el ritmo trepidante que me rodeaba.
Firmas de lujo compartiendo acera con pequeños comercios locales que venden artículos de seda y jade; modernísimos centros comerciales rebosantes de color, junto a pequeñas farmacias tradicionales repletas de pócimas y ungüentos, y en el aire, olores agridulces que flotan bajo una tenue luz gris azulada que envuelve todo.
Y sorprendentemente, en una ciudad de más de veinte millones de habitantes, no vi aglomeraciones. A mi lado, parejas de novios caminando cogidos de la mano, chicas jóvenes con largas melenas lisas y finas piernas, envueltas en mallas al estilo occidental, y personas de más edad que parecían fuera de contexto entre tanta modernidad.
De repente, alguien me gritaba insistiendo en venderme bolsos y relojes; imposible esquivarlo, hasta que, a mi espalda, una voz firme hizo que el acosador se esfumara.
Me di la vuelta y le vi.
De estatura mediana y ojos color miel, la enigmática y descarada sonrisa con la que me miraba, hizo que me sintiera algo cohibida.
— Usted es española, ¿verdad?
—Sí, — contesté sorprendida — de Bilbao.
— ¡Ni más ni menos! —me dijo él.
— ¿Y usted?—pregunté yo con curiosidad.
—Nací en España, – me contestó, — pero llevo tanto tiempo por el mundo que ya no sé de donde soy.
—Gracias por librarme de esos pesados. —Dije yo, intentando parecer agradecida.
—Son pesados, pero es porque no están acostumbrados a ver a una mujer occidental sola.
—No tengo miedo. He viajado mucho.
— ¡Ah!, entonces tenemos algo en común.
Sin saber cómo, empezamos a hablar de viajes y lugares que habíamos visitado, y así cuando nos dimos cuenta, era de noche. La calle brillaba con luz propia y los letreros luminosos parecían transmitirnos toda su energía. Nos despedimos.
Regresé al día siguiente, al otro y al otro también…, pero no le volví a ver. A veces me pregunto si tan solo fue un sueño… ¡Sé que no!, me dejó su sonrisa enigmática y descarada que me persigue desde aquel día de enero en Nanjing Road.
NANJING ROAD, SHANGHAI (China)
FIN
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