Vendedora de frutas

Vendedora de frutas

Paola U

23/03/2016

Hoy comenzó más temprano el día, las calles estaban solitarias y aún no comenzaba el movimiento de la cotidianidad. Inició el día convencida de la frase “Al que madruga Dios le ayuda”, sentía que algo bueno iba a pasar ese día, en esa calle donde trabajaba incansablemente todas las mañanas, vendiendo vasos de fruta picada, a quienes trabajan en los edificios de elegantes oficinas que rodean la calle, a las personas que los visitan, empresarios, oficinistas, profesionales, deportistas, gerentes,  en fin… toda la variedad de personas que transitan por el lugar.

Como llegó lo suficientemente temprano, lo vio llegar y sentarse frente al edificio del banco,  en la acera de enfrente a su puesto, donde se ha sentado en los últimos días con la misma mirada triste y fija hacia el edificio, con una barba blanca bien arreglada y con pocos cabellos blancos en la cabeza, de una vida que a ella se le antojaba bien vivida, con gran sabiduría. Hasta ese día supo a qué horas llegaba, pero no sabía a qué horas él se iba, ya que ella levantaba su puesto  siempre a medio día y el se quedaba sentado en esa calle.

En ninguno de esos días,  le compró nada, ni acercaba a su puesto de fruta, tampoco ella veía que el comiera gran cosa, así que como era temprano todavía,  ya había adelantado su trabajo de armar vasos de fruta picada y presentía que el día iba a tener buena venta, se le acercó y le  ofreció un vaso de frutas. Él la miró con sus ojos tristes y cansados, le dijo que no tenía para pagarle, pero ella le dijo que no se preocupara, que era un regalo por su silenciosa compañía, él aceptó el vaso de frutas y le pagó con una sonrisa, señal que ella interpretó como otro buen indicador de un buen día.

Quería aprovechar la sonrisa y la ocasión para preguntarle, porque se sentaba todos esos días frente a ese edificio y lo miraba con tanta fijación, pero no pudo hacerle conversación, porque llegaron los primeros clientes a su puesto, a comprarle las primeras frutas del día.   

Estaba muy feliz, fiel a su presentimiento, el día iba memorable, vendiendo toda la fruta que llevaba, hasta le tocó surtir algo más a media mañana, quería compartir su alegría, cuando se percató que el anciano no se encontraba sentado donde siempre  y volvió a sentir esa sensación en el estómago de que algo especial iba a pasar, aún alegre empezó a recoger su puesto cuando escuchó un fuerte estruendo que la ensordeció, sintió una sacudida que la lanzó al piso, sintió la lluvia afilada de los vidrios, que le cortaban la cara,  un humo que la asfixiaba, oscuridad, gritos, confusión, gente corriendo, dolor… unas manos que la ayudaron a incorporarse, a hacerse a un lado, una barba bien arreglada, una voz vieja diciéndole: lo siento tenía que hacerlo y… gracias.

FIN

CALLE 93 (BOGOTÁ-COLOMBIA)

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