Anoche soñé que volvía a Altos de la Sierra la casa de campo donde creí que mi matrimonio sería para siempre. La puerta de tubo verde estaba cerrada, pero cuando me acerqué, noté que el candado no sujetaba el ala izquierda; la abrí de par en par y regresé al coche. Desde el angosto camino de cemento, veía el cultivo de tomates y la casa principal con esa palma imponente que besaba el cielo.
Pensé:
“Aquí compramos la palma ¡la casa es regalada!”
El gris oscuro del final de la tarde me permitía ver la montaña donde estaban las hortensias y distinguir los diferentes lotes; el que era sólo de hojas verdes, el que insinuaba pequeños capullos en un verde agua y el de las hortensias blancas ya listas para cortar, maquillar y exportar.
Caminé hacia el portón. Se escuchaba un silencio tan intenso que respiré profundo para calmar los nervios y aquietar mis latidos. No había ni una flor en el jardín de piedras; solo vi unos hombres con unas cuantas botellas de cerveza, ya vacías, que dejaban acumular sobre una mesa plástica desarmable que servía para todo. Les gustaba verlas para medir su hombría de acuerdo con la cantidad de botellas que iban quedando. No me miraron, pero tampoco me extrañó. Ya sabía que en esa casa yo era invisible.
Me acerqué a la puerta. Entré. Todo estaba oscuro. De pronto, se coló la luna por el cristal de la segunda planta y distinguí en la esquina del salón a quien había sido mi marido por tantos años. Allí estaba completamente estéril en sus emociones, seco de sentimientos y vacío de amor. Con una última esperanza de afecto, me acerqué. Lo miré, pero no me veía. Le hablé y no me escuchaba. Quería luz, amor, abrazos y besos, pero su vida era en blanco y negro. Negro oscuro. Entonces giré mi cuerpo y me alejé hacia las escaleras de madera para subir a la segunda planta .
Con mis ojos fijos en el vacío recordé mi vida. Cuando nos íbamos en el coche de mi padre a buscar el pino de navidad que encajara perfectamente en el salón;
Las velitas que le prendíamos a la virgen el siete de diciembre y los cumpleaños de mis hijos, siempre con amigos.
Los disfraces, cantos y fiestas en familia. Jamás olvidaré Mamma Mía.
Qué ilusa, y pensar que creí que iba a envejecer en Altos de la Sierra. Me imaginaba como Diane Keaton en la película Baby Boom. Una mujer casada con su trabajo en una importante empresa de Nueva York que por circunstancias de la vida hereda un bebé y termina haciendo mermeladas de frutas en una cabaña campestre de un pueblo en las afueras de Vermont. Yo también quería arrancar mis tomates para destrozarlos y envasarlos en forma de sopa, salsa, mermelada y puré y seguir juntos para siempre.
Una separación es como las guerras, todos perdemos.
Fin
VEREDA EL TAMBO, MUNICIPIO DE LA CEJA – ANTIOQUIA, COLOMBIA
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