— ¿Estuviste en alguna batalla durante la guerra? —preguntó Gorri a su padre.
— La batalla más cruenta en la que he estado fue aquí, en esta explanada.
Gorri y su padre se encontraban frente a la Central, la casa en la que vivían. Cogía su nombre por ser una central eléctrica de las de salto de agua y ronroneo sordo. Estaba el edificio situado en el barrio de Intuxi, el más cercano al monte, separado del barrio de Sansarreka por el cauce que llevaba el agua al molino de la fábrica de harinas.
—¿Qué pasó aquí?- —preguntó Gorri sorprendido.
—Cuando yo tenía tu edad solíamos ir al puente del cauce de la fábrica de harinas los del barrio de Intuxi y los del barrio de Sansarreka, el primer domingo de cada mes a la salida de misa para hacer una batalla. El jefe del barrio que había ganado el mes anterior preguntaba gritando desde su lado del cauce: «¿Os rendís o queréis batalla?».
—Si nos rendíamos, no había batalla, pero si decíamos: «batalla hasta morir» nos liábamos a pedradas unos contra otros hasta que uno de los grupos retrocedía. Continuábamos la batalla por las callejuelas del barrio del que retrocedía hasta que se rendían. En ese momento cesaba la batalla.
—¿Y había heridos? —preguntó Gorri por la fiereza de los encuentros.
—Siempre- —contestó su padre—. ¿Ves esta cicatriz en la frente?, fue de una pedrada.
—¿Y qué paso en la batalla que librasteis aquí? —insistió Gorri.
—Aquel domingo los del barrio de Sansarreka nos hicieron retroceder. Tras varias escaramuzas por las callejas acabamos todos en esta explanada que no tiene salida y nos rendimos, pero ocurrió algo inesperado que rompió con todas las normas que habían regido las batallas hasta ese día.
Gorri levantó la cabeza y se interesó
—El jefe de los del barrio de Sansarreka dijo a su grupo que nos hiciesen prisioneros. Nos desarmaron de piedras y nos desnudaron. Hacía frío, todos tiritábamos. Quemaron nuestras ropas en una gran hoguera y nos hicieron correr sobre las brasas abrasándonos las plantas de los pies mientras nos tiraban piedras sin piedad. Los más pequeños acabaron llorando y suplicando que les dejasen ir.
—¿Y dejaron que se fuesen? —preguntó Gorri.
—Todo lo contrario,- a los que lloraban los metieron al río. Las peñas se estaban despojando de nieve y el agua corría helada. Solo sacaban del agua a los que dejaban de llorar, y a los que seguían en sollozos los humillaron aún más haciéndoles beber del tubo de aguas fecales hasta hacerlos vomitar.
—¡Puaj! —Cerró los ojos Gorri.
—Su jefe perdió el sentido del honor y atentó contra el honor de los vencidos —dijo su padre.
—Fue muy injusto —dijo Gorri enfadado.
—Fue la última batalla —contestó su padre.
FIN
«LA CENTRAL» BARRIO DE INTUXI (TAMBIÉN LLAMADO DE LAS INJURIAS) EN ARAIA (ÁLAVA)
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