I

  Olor a putrefacción. El pestilente hedor a hierro vivo y carne muerta  me despierta. Casi no oigo más allá del martilleo de mi cabeza, mi cuerpo apenas me responde. Intento abrir los ojos, los párpados me pesan. Se abre la puerta y una figura femenina, de anchas caderas y tobillos ya hinchados por la edad aparece entre la luz. Se acerca a mí, su mano toca mi cabeza, el dolor se vuelve insoportable, cual tornillo atravesando mi cráneo. Intento seguirla, mantenerme frente a ella pero las sombras me engullen y la pierdo.  

II

 Esa mañana

  Esa postura, esa mirada… me tienen completamente obsesionado desde que aquel día mi cámara congeló su imagen para un reportaje Vitoriano. Siento enloquecer cada vez que paso por ahí, cada noche que una y otra vez miro la foto preguntándome ¿Qué ocurre a su espalda? Apenas duermo y creo haber visto hombres entrar y nunca salir de la acristalada puerta. Lo alegan a invenciones mías propias de mi gran imaginación. Pero a ti que me lees, sí a ti, te pido que mires la foto con atención, fíjate, mírala y  respóndeme ¿Es mi locura la que ve o la locura colectiva la que no quiere  ver?

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  Ando frente a la carnicería. Y ahí esta ella, siempre ahí, tras el mostrador. Ella, siempre así, con la bata de estilo albornoz anidando sus manos, una sobre la otra, bajo su ya caído pecho. Ella, bajo ese anciano y corto pelo teñido hasta la saciedad y esas mejillas rosadas que acunan su extraña mirada omnipresente.

  Cruzo el escaparate y una vez fuera de su campo de visión, me giro. Un hombre de mediana edad con una gabardina larga entra. Pego mi espalda a la pared. Ella baja la verja, nadie ha salido. ¡Le tengo! ¡Sé que él ha entrado! Vuelvo, paro la red metálica con el pie, ella me mira, yo le desafío. Subo la verja y entro. -¿Dónde está? ¿Qué has hecho con él? ¡Sé que está aquí!-Grito. Atravieso el mostrador mientras oigo la verja cerrarse. – No deberías haber entrado fisgón empedernido. ¿Qué crees que no te he visto pasar una y otra vez por mi puerta? ¿Qué no sé qué me contemplas en esa foto que llevas siempre en el bolsillo?- dice ella mientras acaricio la roída foto en mi chaqueta. – Gracias por doblarme el género para esta semana- Añade inmóvil. Cojo un cuchillo para abalanzarme sobre el mostrador. Por detrás me detienen. Dolor. Oscuridad

III

  Carne podrida, animales muertos colgando, sangre encharcada y una gabardina tirada. Una mesa de fornica, una luz parpadeando y el cuchillo, en manos del invisible hombre que nunca vi, es minutero entre huesos descuartizados. Mis manos y pies atados. Dolor. Ella frente a mí. Ella,  yo, el vasallo y la razón.

IV

  La miro, no duermo. Paso, me giro, una gabardina entra…  ¿Mi rutina, mi trance, mi vida, mi muerte o mi laguna Estigia? Tú que me lees dímelo, te lo suplico.  

FIN

Calle Correría nº3  Vitoria

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