En la colonia, merced a los gobiernos populistas, llamada Un Hogar para Nosotros, nadie lo quería, todos lo veían con desprecio por sus facha de mugroso, insoportable olor y porque hacía sus necesidades en todos los camellones, jardincitos y rincones de la zona. Los vecinos más activos y grilleros no paraban de llamar a la patrulla y a servicios sociales de la Delegación Miguel Hidalgo pero la respuesta, fue siempre la misma : “No podemos hacer nada, no ha cometido delito alguno y no podemos obligarlo a quedarse en un hogar para indigentes, lo llevamos, se queda a lo sumo un par de días y se sale”. Los vecinos, conocidos y amigos me reclamaban, a veces con dulces y veladas críticas, y otras más con ásperos comentarios, el hecho de que en la puerta de la hamburguesería que tenía yo instalada en el pequeño garaje de mi anterior casa lo escuchara y le comprara libros usados siempre muy bien seleccionados para mi; Harper Lee: “Matar a un ruiseñor”, Giovani Guareschi: “El Pequeño Mundo de Don Camilo, Gorky: “La Madre”, Hans Ruesch: “País de sombras largas” entre otros muchos, lo que siempre me llamó la atención fue no solo su cuidadosa selección de títulos, sino el hecho de que los había leído todos y era perfectamente capaz de presentarlos y comentarlos con asombrosa maestría, luego comenzó a escribir pequeñas historias sobre situaciones y cosas que veía y escuchaba en ese vagabundear suyo. Ahí mi sorpresa fue toda vía mayor, debido no solo a la coherencia de sus manuscritos, sino a la más que perfecta, verdaderamente hermosa, prácticamente artística, caligrafía de la que hacía gala. ¿Qué les puedo yo decir? Aquél harapiento y apestoso hombre de la calle se convirtió en un gran enigma para mi, inevitable comenzar a especular: “Este es un hombre culto e instruido ¿Qué diantres le habrá pasado? Esto es probablemente el caso de depresión más severa y extrema que haya visto en mi vida”. Quise sondearlo, era muy inteligente y escurridizo, así que me bateó en varias ocasiones. Por fin, una buena madrugada, cuando ya me disponía a cerrar, me llegó con un libro que había leído en mi aborrescencia y recordaba con especial cariño, pues de hecho la marcó, y gracias a él mi saloncito de fiestas infantiles se llama Baloo, “El Libro de las Tierras Vírgenes”, de Ruyard Kipling. ¡Menuda sorpresa me llevé, esa madrugada, sin más ni más, se abrió de capa, había sido un guerrillero urbano de la temida Liga Comunista 23 de Septiembre y lo entambaron en el fatalmente célebre “Palacio Negro de Lecumbrerri” por incendiar, con bombas molotov y gasolina, un camión de pasajeros de los conocidos como “vitrinas”. Dijo poseer el “Manual de la Guerrilla Urbana” de esa liga y que me daría una copia, pero un día intentó propasarse con mi hermana Cardito, furioso le entré a puntapiés y puñetazos, desapareció para siempre. Fin.
SAN JACINTO NÚMERO 7, COLONIA UN HOGAR PARA NOSOTROS, DELEGACIÓN MIGUEL HIDALGO. C.P. 11330. CDMX.
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