HISTORIA TECNOLÓGICA DE UNA VIDA

HISTORIA TECNOLÓGICA DE UNA VIDA

Siéntate niño que empieza  Matilde Perico y Periquín y luego cenamos. Matilde Conesa,  Pedro Pablo Ayuso y Matilde Vilariño nos ofrecían unas sonrisas antes de cenar en ese mini serial de Eduardo Vázquez.  Era la edad de oro de la radio en España, simbolizada en un aparato que era el autentico rey de la casa, el que regía la vida de muchos españoles, informaba, entretenía, provocaba risas, llantos y reunía a las familias a su alrededor. Cabalgata fin de semana, con Bobby Deglane, el  “inventor” de un estilo de radio en una España anquilosada, nos enseñaba a ganar concursos, a oír a las figuras del momento, cantantes, toreros, futbolistas, en una sociedad que necesitaba soñar, vivir otros mundos. Dicen que era el invento de un señor llamado Marconi, pero vayan ustedes a saber si es verdad, los extranjeros siempre inventaban, pero la verdad es que este trasto resultaba muy divertido y creaba adicción. A otros, los “malpensados”, les servía también para enterarse en emisoras extranjeras, siempre ese perturbador extranjero, de lo que de verdad pasaba  en España.  Radio Paris, La BBC y la tendenciosa  Radio España Independiente nos decían cosas extrañísimas que no aparecían en los periódicos, luego debían de ser infamias para desestabilizar esa España única. Mi madre llamaba a las amigas por ese otro gran invento, el teléfono, para un severo intercambio de impresiones sobre los últimos programas que habían escuchado, y nunca faltaba el comentario  –menos mal que ya no hay operadoras que se enteren de lo que hablamos– pues en el teléfono automático bastaba girar una ruedecita varias veces para que tu amiga contestara al otro lado.

Las revistas que uno recibía del extranjero, nos hablaban de otro aparato que tenía mucho éxito en los países sin “valores eternos”, La televisión, que permitía ver a los locutores, actores, personajes en una pantallita. ¡Que ilusión ver a Bobby Deglane, a Di Stefano,  a Dominguín! Pero, ¡ay míseros de nosotros!, era caro, había que conformarse con verlo en alguna tienda de radio y en alguna cafetería que ofrecía a sus clientes los partidos de futbol importantes. Un dia que había salido al campo con compañeros del Insti, llegue a casa y vi a mis padres nerviosos, ¿Por qué has tardado tanto? Me dijeron, aunque la respuesta era obvia, pues en el grupo de compañeros había una chica que me gustaba mucho. Pero el nerviosismo me intranquilizaba. Me hicieron pasar al cuarto de estar, y allí estaba el deseado inquilino: El televisor. Mi emoción se repartía entre el recuerdo de la chica y la figura de aquel mamotreto con pantalla que cambiaba la forma de relación con el mundo del “éter”. Encendido y a pesar de una deficiente imagen en blanco y negro, empecé mi relación con situaciones y personas que no tenían nada que ver con Pedro Pablo Ayuso ni Matilde Conesa, pues estos tuvieron la inteligencia de seguir en su mundo, tan diferente del que se apuntaba como el futuro. Las novelas radiofónicas fueron sustituidas por series filmadas extranjeras o en formato teatral, que creaban aún mas adicción que antaño, eso sí dobladas en un castellano, entonces era español, por actores sudamericanos, lo cual producía un cierto encanto, eso de oír “una balasera”, “dame las mancuernas” y un largo etcétera, no dejaba de tener su gracia. Del blanco y negro se pasó al color, y aquello parecía mágico; espectáculos de variedades que resultaban sorprendentemente atractivos y la oportunidad de ver a tu equipo ganar, o perder, sobre un césped verde en vez de grisáceo, era emocionante, o al menos eso creíamos. El final de la adolescencia compartida con amigos, con los que iba a bailar, a ver si ligaba ya de una vez, la emoción de salir con esos ligues a por todas, y esas todas solían ser muy parcas, hacían que la tele fuese una cosa algo lejana, no así para mis padres que si bien disfrutaban de amistades jugando a las cartas o hablando mal del régimen, solían estar más pegados a la pantalla.

Paralelamente al televisor aparecieron mas inventos o se mejoraban algunos antiguos, como el pick-up que paso a llamarse tocadiscos con los que escuchábamos a nuestros ídolos y con los que hacíamos “guateques”, a los que se iba con la emoción del “que tal se dará” y se volvía con el “no se ha dado”. Las radios se convirtieron en “transistores” portátiles, con los que algunos atronaban en la calle a los felices transeúntes, para demostrar su poderío económico y artístico. Mientras, mi madre disfrutaba de esos adelantos de uso doméstico, como lavadoras frigoríficos, batidoras y un largo etcétera de “cacharros”, que iban desde los verdaderamente útiles hasta los que solo servían para arrinconar en el trastero.

De repente se desarrolla un aparato casi de brujería, un cacharro pensante, llamado ordenador, al principio de tamaño monstruoso y poco “raciocinio” que con el tiempo fue menguando en tamaño y creciendo en “raciocinio”. Los trabajos se vieron afectados en forma de más eficacia y rapidez, pero luego se vio que también en forma de menos posibilidades de trabajo  para el sufrido ciudadano, Se creó un nombre a la técnica del manejo de estos artilugios, informática, y del nombre de ordenadores se paso al anglicismo, computadoras, vaya nombrecito, especial para malpensados.

Las técnicas de comunicación se desarrollaron hasta límites increíbles y con la complicidad de las computadoras, permitieron a los humanos comunicarse, verse incluso desde lugares remotos, prácticamente con un click lo que permitió que las familias se comunicaran y lo que antes se sufría con la visitas a casa, se complementó  con las dichosas pantallitas de Skype.

La miniaturización de los componentes alcanzo a los teléfonos que se convirtieron en “móviles”, al principio con aspecto de intercomunicadores militares, lo que invitaba a parapetarse en el portal más próximo y luego como cajetillas de tabaco, pero sin ser mortales, y con las técnicas de comunicación incorporadas, lo que les convertía en pequeñas computadoras que fueron febrilmente aceptadas por las nuevas generaciones, que se juntaban para usarlo en grupo, mensajeando con otros,  por unas cosa que le llamaban “guasas” o algo parecido, eso sí, cada uno a lo suyo en comunicación con alguien ajeno al grupo y sin hablar, o sea sin usar “la húmeda”.

Un dia hubo un apagón de las comunicaciones, nadie podía comunicarse por “guasas”, el grupo de adolescentes que estaba tomándose una hamburguesa, se miraron, paso el tiempo esperando que el Dios de las comunicaciones dejara de molestar, pero ese Dios estaba agotado y se tomó unas vacaciones. Los adolescentes se seguían mirando y apretando botones, pasaron los minutos, las horas y se fueron a sus casas sin dirigirse palabra porque…… SE HABÍAN OLVIDADO DE CONVERSAR.

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