La Máquina Enema: el poder de la mente.

La Máquina Enema: el poder de la mente.

Lo reconozco. Soy un frustrado.Con dieciséis años conseguí aprobar el examen de acceso a la Universidad de Harvard. Allí inicié  mis estudios de Alkimia  gracias a una beca Rhodes ( si, un homosexual, ¿ Y que?. )  que me concedieron, pero la experiencia fue un completo desastre porque mis compañeros eran   hijos de personas importantes y adineradas,  

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y en cambio mi familia no era rica ni famosa. Se reían  de mi… 

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  O quizás no logré integrarme porque yo  iba a clase  vestido de forma estrafalaria con  túnica, casco frigio y unas sandalias plateadas como Empédocles de Agrigento  y les hablaba a mis compañeros displicentemente en griego, latín y serbio. Allí me enamoré, perdidamente, de una  noruega de uno ochenta, con  cabellos  pelirrojos y pecas. Pero ella pasó de mi totalmente. Con  las víscera cardíaca destrozada, quise morir. Pero el automatismo cardíaco y el batmotropismo me  impidió palmar. La  indiferencia  de la Walkiria walkírica me rompió el alma y yo  recorría los camposantos – como José Zorrilla, el del Tenorio-  escribiéndole  versos sueltos, con la esperanza ( Aguirre) de recuperar su amor.  La hacía panegíricos. La hacía  versos alejandrinos. La hacía  versos endecasílabos y la hacía gallardas hasta dislocarme el hueso semilunar y el ganchoso. Pero ni flores. Ella, ni caso. Me dedicaba a emborronar pergaminos con   sonetos  dolorosamente dulces mientras me embriagaba de absenta barata y me dedicaba a innobles sodomías  con  efebos barbilampiños. Nada funcionó, salvo que me  salió un chancro duro en el ano de tanto empete. Después de ser ignorado e incluso despreciado durante un curso , decidí abandonar la  carrera me  enrolé en un Batallón de Castigo.Buscaba a  la Muerte. Una unidad disciplinaria que tenía por misión entrar en el Territorio Prohibido, desactivando las minas que los Hombres Oscuros habían colocado. No  resulté herido, pero  vi la Muerte  de cerca.Por cierto, le gané   jugando al ajedrez

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 y la muy esquiva dijo que no iba a venir a por mí hasta los  ochenta y dos años. Luego  me pidió la revancha y la masacré, jugando al mus y casi me  la llevo al huerto, que me vine arriba.  Al cabo de un tiempo, por buena conducta,  me  trasladaron a la Unidad de Criptología. Mi cableado cerebral disfuncional 

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 y mi alucinoidia óptica me fueron útil para desentrañar los peligrosos mensajes del Enemigo. Necesitaban un Mutante .Un tipo con el tálamo averiado que, por chamba y lógica binaria, desentrañara el Código Enigma. Y si, señores, salió bien. Y allí tuve el chispazo de suerte, esa aliada  necesaria y si, la conocí a ELLA. Era la Mentat, la experta psicofarmacóloga .

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  La que me enseñó el poder , ¿ que poder? .¿ El Poder del Tío la Vara? Nooo, noooo. El único que mueve al Mundo: el Amor y  el Poder de la Mente.   A ella le fascinaba que una pequeña cantidad de sustancia química, gracias a su acción sobre el cerebro, convirtiera el dolor en algo sin importancia. Ella, llamémosla Selma, me usó como un conejillo de Indias. Yo me dejé llevar. Siempre fui un hombre fácil.Me dijo que me enseñaría todo sobre la neuroquímica cerebral a cambio de que yo me bebiese un zumo de papaya, con papaína, lógicamente. Esa enzima   desmembraría mi ADN  rebelde y allanaría el camino  al  Proceso. La metamorfosis. Die Verwandlung. Todas esas cosas que decía el sifilítico de Kafka. Lo pensé fríamente.¿Todos mis  prejucios sólidamente establecidos en mi córtex cerebral se irían como se va la grasa al echarle  Fairy?.  -¿Así de sencillo ?, le pregunté- ¿Sólo bebiéndome un  jarabe seré un Hombre  Renacido?. -Bueno.Un jarabe y una a una lobotomía parcial., dijo ella, con un mohín gracioso. Me implantarían una máquina. La Máquina Enigma ( ¿ o era Enema? No recuerdo bien).  Dicha máquina convertiría en un  Mutante renovado.Y podría descifrar los Arcanos, leer las gotas de lluvia, desentrañar  oligodeoxinucleótidos y darle sentido ( siempre  en el sentido 5 prima 3 prima) ,  a la vida.

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 Accedí. La pelirroja  me prometió que si me prestaba a ése experimento, se  casaría conmigo por el rito Vikingo al cabo de 12 meses. Yo  contraataqué y pedí casarme con ella por el Rito Forestal ( debajo  de un pino y a la mayor brevedad posible). Ella dijo: ya veremos.Dijo un ciego.Un Comité de  científicos calibró la máquina. Disertaron sobre lo humano y lo divino. Planificaron el experimento. Epicrisis discriminativa y fui elegido para la gloria.  

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Antes de entrar en el quirófano, una enfermera me  ofreció un vaso de zumo de naranja y yo vi  en el fondo una capa de pequeños cristales blancos no disueltos.   Inmediatamente pensé que contenía algo que no querían que supiera, seguramente algún anestésico o sedante fuerte, pero a mi  no podrían engañarme. Decidí poner a prueba mi  hombría. Iba a vaciar  el contenido del vaso en una maceta con la firme intención de mantenerme despierto y alerta en todo momento. Se me acercó el neurocirujano. Me pidió que me bebiese la pócima o no me operaba. Me negué y tiré el vaso al suelo. Él se enfadó. Estaba   mas quemado que la pipa de un indio. Me habló y me habló durante horas sobre un  extraño personaje que le había puteado de pequeño….

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 yo estaba atado a la camilla y nada podía hacer, salvo asentir. El  rollo  quejicoso del galeno funcionó: sucumbí al efecto de la droga, quedé inconsciente y ni siquiera sentí  la inyección de pentotal que me administraron para la operación.Me  eliminaron la zona  pericingular de todos mis prejuicios. Ya no podría acusar de masón a Pike o alguno de sus conmilitones YYYYYYYYYYYYY.jpg;color: rgb(51, 51, 51)  y luego a un centímetro de dedo de la amígdala cerebral, me pusieron el esferulillo del diferencial. Eso me permitiría mis superpoderes. ¿que superpoderes? Paciencia, a ello vamos en cinco  líneas. Pero lo mejor fue su sorpresa cuando me enteré de que el zumo que había bebido no contenía nada extraño y de que los cristalitos no disueltos eran sólo azúcar. Una pequeña cantidad de azúcar me había hecho perder la consciencia por estar plenamente convencido de que en realidad era una droga sedante. Me impresionó tanto el poder de un placebo para alterar mi mente que en ese mismo instante decidí  dedicar mi  vida a la psicofarmacología

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