El rojo , rosso en italiano, es el color de la pasión, la sangre, el cielo en el inicio del atardecer, los reflejos del rubí, la brillante y poderosa luna de Enero, los cabellos del maestro Vivaldi, los labios de una mujer enamorada.
El adagio es el movimiento más delicado, emotivo y vibrante de la composición musical. Casi siempre colocado en el centro de la misma, como si fuera su verdadero corazón…
Por eso este relato sólo puede tener un título que lo describa:
“ADAGIO IN ROSSO”
WIEN ( AUSTRIA ) Martes 25 Septiembre, 1769
La luz era grisácea en ese otoño ventoso de 1769 y hacía pardear las calles empedradas, levemente mojadas por el agua de la neblina baja que caía sobre la ciudad. Amenazaba con caer abundante lluvia.
El primer carruaje frenó a la altura de la penúltima casa. Resonaron los cascos de los caballos y la madera dilatada de los goznes de las ruedas en el entorno de la plazuela.
-Hemos llegado, signore – dijo uno de los cocheros, abriendo la portezuela y bajando los dos peldaños plegables.
Giacomo Emanuele Rosselli asomó el rostro, pálido, afilado, tenso. Sus ojos castaños, penetrantes y hondos como los de un ave de presa, escudriñaron la construcción y el entorno. Su gesto era disgustado, contrito y contrariado.
-Andiamo, bella…-indicó a su esposa, saliendo para tomarla de la mano y ayudarla a bajar. Mara descendió delicadamente.
-¿Esta es la casa, padre?-dijo Anetta, su hija mayor, asomando la cabeza. Tenía 7 años y medio y era muy parecida a él pero con los cabellos castaños claros de su madre. Estaba emocionada.
Sus dos hermanos Ettore y Franco, de 6 y 4 años permanecieron agazapados en un rincón del carruaje, asustados y agotados. La institutriz Patricia les empujó hacia fuera.
-¡Vamos, salid!- exclamó imperioso Giacomo. Los cocheros bajaban el equipaje, pesado y múltiple de los dos coches de posta- ¡Cuidado con la viola!- gritó al ver que la manejaban descuidadamente.
A pesar de ser las cuatro de la tarde, la oscuridad avanzaba rápidamente. Varios operarios prendían los candiles de la acera mientras Giacomo desechaba la cerradura de la mansión. El viento arreciaba y arremolinaba las hojas secas del jardín, agitando su capa, los gabanes de los niños y los abrigos y vestidos de Mara, Anetta y Trizia.
-No sabían que veníamos hoy- se excusó al hacerlos entrar, refiriéndose a los criados- Tendremos que esperar hasta mañana para acomodarnos en condiciones- Le fue imposible mandar aviso a Itschban Körnlinger de su llegada apresurada.
Los cocheros terminaron de introducir el equipaje en la amplia sala de entrada de la casa. Giacomo les abonó el importe, sacando los grandes billetes de su cartera de cuero. Los hombres saludaron y se marcharon, dejando amontonados bolsos y baúles en la derecha del recibidor.
Mara contempló la oscuridad de la entrada con lágrimas en los ojos. Sus dos pequeños hijos se agarraron a sus faldas, soltándose de las de Trizia. Giacomo la tomó de los hombros, con los ojos humedecidos.
-Saldremos adelante, cara…- apretó con sus manos los hombros de su esposa y esta asintió silenciosa y suspirando.
-¡Qué grande, padre!- decía Anetta saltando de acá para allá -¿Dónde está mi cuarto?
-Prendamos los candelabros- indicó Giacomo a Trizia, señalando los que estaban cerca- Vamos a ver cómo es el resto- dejó el tricornio y la capa sobre uno de los sillones y encendió dos de los candelabros, dándole uno a Trizia.
Mara le siguió, con los dos niños muy pegados a ella.
-Tengo miedo, mamma – decía Franco con vocecilla temblona.
-Es porque va siendo de noche- la voz de Mara, dulce y acariciadora, tranquilizaba el nerviosismo que podía palparse entre ellos- Pero verás como por la mañana como todo cambia ¿No e vero, Trizia?
-Si. Vas a ver qué hermosa casa y qué bella ciudad- contestó sonriente la joven institutriz en italiano con leve acento germano.
-¿Y dónde están los juguetes?- preguntó Ettore, curioso.
-¡Mirad! Allí arriba están los dormitorios- indicó Mara.
-¡Yo quiero ver el mío!- exclamó Anetta echando a correr hacia las escaleras.
La casa era grande, espaciosa, muy vienesa. Elegante y dulcemente decorada, a la luz tenue de las velas se mostraba casi fantasmal. O, al menos, eso era lo que los ojos de Maretta y Gimo contemplaban.
Sería duro acostumbrarse a una ciudad en pleno corazón de Europa, después de haber vivido toda la vida en Italia y parte en una cálida isla del Mediterráneo, Sicilia . Aunque esa no era la cuestión más dolorosa. Pesaba más en el pecho la huída, la bancarrota, la traición. Incluso el miedo a la persecución.
-¡Oh, mamma! ¡Mira qué bonito!- gritó Ettore cogiendo un pequeño soldadito de uno de los estantes- ¿Va a ser éste el cuarto de juegos?-sus ojos brillaban ilusionados.
-Ya ves, piccolino. Hay muchos juguetes…- decía Mara, con ternura.
Franco, agarrado a sus faldas, comenzó a llorar desconsolado. Mara lo cogió y lo acunó.
-¡Vamos, Franco! ¡Mira qué hermoso caballito!- señaló el juguete.
-¡No! ¡No quiero! ¡No me gusta! ¡Quiero ir con la abuela…!- se escondía en su regazo pataleando.
El niño estaba cansado, hambriento, como todos. Y desarraigado.
Sería muy duro.
*********
Michael se quedó mirando las flores pintadas del frontal del clave. Aún resonaban los últimos acordes. Sus largas y blancas manos reposaban sobre las teclas. Llegaba a los pedales con sólo algo de dificultad. Sus casi 10 años le daban un cuerpo alargado y alto. Frunció los labios y el entrecejo. El tercer La estaba desajustado y producía un sonido disonante.
Se bajó del asiento y caminó hacia el despacho de su tío, enfurruñado. Llamó delicadamente, a pesar de su disgusto.
-¡Pasa, Michael!- sintió decir a Itschban.
-Tío Itschban, hay que reparar el clave de una vez…- estaba enfadado.
Itschban levantó la vista por encima de sus lentes de media caña y miró a su sobrino con brillantes y bondadosos ojos azul grisáceo. Estaba en pie, junto a la mesa, revisando un documento.
-Se reparará, no te apures. Y cambia ese gesto- le regañó- Parece que esa tecla es demasiado importante…
-Lo es, tío- contestó el niño serio- ¿Cómo crees que puedo tocar si desafina?
-Anda, ven…-dejó el documento sobre la escribanía, alargando la mano y atrayéndolo. Le tomó por los hombros, abrazándolo por detrás- Vamos a cenar… Mañana haré venir al afinador.
Michael se dejaba guiar por su tío hacia el comedor, no convencido del todo de su consoladora respuesta. Estaba inquieto. Más de lo usual, pues siempre le asaltaban multitud de sensaciones que le hacían experimentar las más variadas situaciones emocionales y los más extraños pensamientos. Esa noche no sabía que presentía algo que cambiaría su vida.
Todavía le acudía a menudo el recuerdo de su madre. Sus bellas manos acariciando el arpa o el clave. Ese cabello rubio pajizo y abundante. El roce de su tacto. Sus palabras. Su olor a lavanda fresca. Su llanto silencioso. Y esa mirada verdiazul, tan parecida a la suya, extraviada y hundida en la confusión.
Siempre que su recuerdo se volvía insoportable, se aferraba al clave y tocaba y tocaba sin cesar, queriendo atraer a su espíritu hacia él. Hacia ese clave que había sido de ella y que parecía conservar su aroma impregnando las flores de su frontal.
Su tío abuelo Itschban se hizo cargo de él cuando Sonja murió, aunque ella fue a vivir con él estando ya encinta. No conoció a su padre, pues se marchó del lado de su madre cuando él aún no había nacido. Ella desapareció cuando él contaba 3 años. Nadie quiso explicarle qué sucedió, pero Michael lo descubrió al escuchar accidentalmente a su tío en una conversación, cuando tenía 5 años ¡Se había arrojado a las frías aguas del Rhein!
Saber que su madre se suicidó, traumatizó su recuerdo. Lo volvió perenne, doloroso, irracional. Pero no se lo dijo a su tío. Comprendió, levemente en su inocencia, por qué actuaba de ese modo tan perturbado: Enloqueció cuando Heinrich Körnlinger la abandonó, dudando de su fidelidad.
Sonja no tenía familia cercana en Göteborg, Suecia, de donde procedían la mayoría de ellos. No podía regresar allí. Su tío político, Itschban, vivía en Köln desde hacía bastantes años, aunque menos que su hermano Erik, el padre de Heinrich, por lo que éste nació ya en Alemania. Pero su suegro la repudió en su lecho de muerte ante la duda de que su embarazo fuera obra de otro hombre que no era su hijo y fue Itschban quien la acogió en su casa de Köln, respondiendo su solicitud desesperada de ayuda. Alli nació Michael, en la madrugada del 13 de Diciembre de 1759.
A pesar de que nunca más se supo de Heinrich , al morir Sonja, sorprendentemente, le fueron cedidas a Michael todas las propiedades de su padre y su abuelo, quedando el niño en una situación económica inmensamente privilegiada. Así pues, Michael Körnlinger Järikssen fue el único superviviente de la escasa familia de Itschban. Y su consuelo. Al menos hasta los 11 años de Michael.
Se mudaron a Wien en 1766, por el creciente prestigio financiero de Itschban Körnlinger, estableciéndose en una hermosa casa, parte de la herencia de Michael, en los Wienerwald… Su valía como abogado y economista, así como sus relaciones con la Masonería le procuraron un lugar privilegiado en la sociedad vienesa.
-¿Cómo llevas tus estudios?- preguntó Itschban a Michael tomando una cucharada de sopa.
-Muy bien, tío. Pero me gustaría poder estudiar en profundidad la escritura musical y perfeccionarme en algún instrumento. La verdad, no me veo haciendo cálculos como tú…-sonrió al fin dejando traslucir el amor y la ternura que su tío le inspiraba. Sus palabras sonaban a alguien más adulto de su edad- Aunque ya sabes que me gustan la Aritmética, la Trigonometría, la Geometría…
-¡Vale! Me he dado por enterado… – decía Itschban divertido limpiándose los labios- ¿Y qué has pensado?
-Creo que la viola da gamba…
-¿Ah, sí? – preguntó curioso – ¿Y por qué no el clave o el fortepiano? Ya llevas ventaja en ese instrumento.
-Me recuerda demasiado a Sonja… A mi madre- corrigió, bajando la mirada- Y no se puede trasportar con facilidad- argumentó un poco pícaramente.
Itschban le miraba afectuosamente, observando los intentos de Michael por no dejarse vencer por la tristeza del recuerdo de su madre.
-Pues, de paso que encargo que acudan a arreglar el clave, preguntaré quién puede instruirte en ese instrumento. Y veré cuáles tienen allí.
-¿Podría ir contigo?- se emocionó Michael, levantándose del asiento -¡Quiero ver cómo es de cerca y escogerla!
**********
La cena fue silenciosa. Triste. Los niños tomaron leche y bollos y ellos un poco de carne y puré que habían conseguido de un establecimiento de alimentos, alejado de la plazoleta donde estaba la casa.
-Mañana en la mañana iré a ofrecer mis servicios. Tengo varias direcciones que me han indicado como buen nexo- Giacomo se encontraba ya a solas con Mara. Los niños habían sido acostados por Trizia, que también se había retirado- Enseguida que venga la servidumbre, estarás lo suficientemente ocupada como para animarte- se refería al arreglo de la casa.
-Sí, mio caro- contestó Mara con ternura- Estando a tu lado, todo lo demás es soportable ¿Estás seguro de que no corres peligro aquí?
-Te repito que este contacto es afín a la causa. Me han dado muy buenas referencias, además de las que ya tengo de él por la experiencia en los asuntos de los viñedos. Es abogado como yo , un hábil financiero y hermano de logia. Gracias a él hoy estamos aquí- afortunadamente, Mara conocía sus actividades y compartía ese secreto. Aunque no podía participar de él.
Giacomo Rosselli era un hombre apasionado, a la vez que tremendamente contenido. Su presencia, de una altura considerable, delgada, fibrosa, e imponente , sus rasgos angulosos y esa mirada profunda… Todo él, en suma, no dejaban indiferente a nadie. Para bien o para mal, porque se había granjeado también serios enemigos.
Era una de las causas principales de su huida a Centroeuropa. El revés económico que su administrador procuró en sus propiedades de Sicilia y Cerdeña y la oposición a su pertenencia a la Masonería, se sumaron para acelerar su exilio.
Amenazaron de muerte a toda su familia. Arruinado y temeroso del daño hacia los suyos, no pudo hacer otra cosa que abandonar la isla en secreto. Como un prófugo de la justicia. Paola, su madre, se negó a abandonar sus escasos bienes y quedó allí.
Estaba herido. No sólo en su orgullo sino en su dignidad. La herencia generosa de varias generaciones de vinateros sicilianos se perdió para siempre. Tal vez no se lo perdonaría a sí mismo nunca. No había estado atento. Se había fiado de él.
¡Pero cómo no fiarse si Graziani había sido el administrador de su padre, además de su amigo y le conoció desde su nacimiento! Al morir su padre, Graziani hizo las veces de figura paterna. Nadie sospechó. Nadie lo esperó.
El propio Graziani nunca imaginó que iba a volverse el traidor más grande de la familia a la que adoraba. Las pasiones, el juego, la locura… ¡Quién sabe lo que tornó en ladrón a ese hombre noble y afectuoso!
Paola Rosselli, a pesar del inmenso dolor, no quiso abandonar la casa que durante tres siglos había pertenecido a la familia. Sus otros hijos se habían dispersado hacia la península. Le ofrecieron irse con alguno de ellos pero no aceptó.
Giacomo logró recomprar la casa en vista a que no pudo convencerla de que le acompañase. Y tenía el propósito, como fuera, de recuperar, al menos, la mitad de los terrenos. Había tenido referencias de Itschban Körnlinger e hizo contacto epistolar con él durante los dos años que hubo de luchar por no perderlo todo. Körnlinger le aseguró que lograría recuperar la casa . Le dio instrucciones legales para ello. Y así fue.
Le indicó que podría volver a su poder parte de la herencia de su familia, aunque esos trámites serían bastante más duros, trabajosos y prolongados. Mientras tanto, las inversiones que realizó a su través dieron buenos dividendos, para su alivio.
Mara le conocía bien. Llevaban ocho años de matrimonio y once de amor. Sabía cómo apaciguar su genio, como hacer sonreír a sus labios. Bajo toda aquella capa de orgullo herido, de ira e impotencia, latía un corazón sensible y noble. Un alma elevada de miras. Un ser humano firme , leal y delicadamente frágil… Abogado y Músico ¡Qué combinación!
-Me miras y lees en mi alma ¿Verdad Maretta?- susurró a su esposa contemplándola con ternura.
-Si, caro… ¡Estás tan preocupado y dolorido! Saldremos adelante ¿Ese contacto del que hablas es Itschban Körnlinger?
– En efecto.
– ¡Gracias a Dios!- exclamó ella, aliviada- Entonces, estamos a salvo.
Se abrazaron durante unos instantes, tratando de nutrirse mutuamente. Después, apagando el último candelabro, se dispusieron a pasar la primera de las innumerables noches vienesas de su vida.
*********
El día amaneció lluvioso y plomizo, pero Michael se sentía entusiasmado. Miraba de reojo a su tío, en el carruaje camino a la ciudad y éste le devolvía la mirada con gesto pícaro. Sabía que le estaba haciendo feliz. Lo consideraba un deber de su corazón. Nunca comprendió por qué su hermano y su sobrino se olvidaron de Sonja y Michael.
El hubiera deseado tener hijos, formar una familia. La única mujer que había despertado su amor… Era Catherina, la esposa de su mejor amigo, Gustav Weidmar. Al alejarse de Köln, había amainado en cierto modo su terrible agonía. Pero debía volver a menudo por los negocios entablados con él.
Catherina le correspondía en silencio. El sufrimiento se unía a la culpabilidad por parte de ambos, aunque habían podido resistirse al contacto físico, abrumados por el respeto y el amor que ambos sentían hacia Gustav.
Su sobrino no sabía nada de ello. Ni pensaba decirle nada. Quería atenderle y ser un padre para él, con todas las consecuencias.
Hicieron una parada en las oficinas donde Itschban tenía su bufete financiero. A Michael le divertía ver a los empleados con manguitos rellenando documentos legales o consultando gruesos libros de normativas. Sin embargo nunca le atrajeron las Leyes, a pesar de admirar a su tío y comprobar cómo poseía una habilidad especial para los tratos internacionales.
Había empleados de varios países, aunque el alemán y el sueco eran los idiomas predominantes.
-Han dejado este recado para vos- dijo uno de los jóvenes abogados en prácticas, entregándole una nota y una tarjeta sobre la mesa de su despacho.
Itschban tomó la tarjeta y sonrió, agradablemente sorprendido. Después leyó la nota.
-¡Creo que no hará falta buscar maestro para ti!- le dijo a su sobrino haciendo que éste se quedara pasmado.
-¿Por qué?- Michael estaba muy extrañado.
– Porque acaba de llegar a Wien el mejor violagambista de Italia…
-¡Tio Itschban!- exclamó Michael feliz- ¿De verdad?
-Si… Giacomo Emanuele Rosselli- pronunció su nombre en perfecto acento italiano- Debo entrevistarme con él… ¡Haremos algo!- tomó uno de sus papeles con el sello de su empresa- Le citaremos en casa mañana a la hora del té…- escribió unas palabras, dobló el papel y lo metió en un sobre. Lacrándolo y escribiendo el nombre y la dirección- Ahora… ¡Vamos a ver los instrumentos!
-¡Vamos!- dijo el niño tomándolo de la mano y conduciéndole por las diferentes dependencias hasta la puerta de entrada. Itschban levantó la mano en despedida, indicando que entregaran la carta y se dejó arrastrar por el entusiasmo de su sobrino.
Domenico Ferrara tenía una hermosa tienda. Padre e hijo construían preciosos instrumentos y los reparaban. A Michael se le agrandó el pecho cuando los contempló, colgando de las paredes o el techo o recostados sobre la pared o en soportes. Había una sala especial para los claves y fortepianos.
Cuando llegó a la zona , acarició una a una todas las violas da gamba. Itschban lo contemplaba satisfecho, acompañado de Ferrara hijo. El niño, todo vestido de azul pálido, con ese cabello tan claro y pajizo y esa piel tan blanca, parecía un travieso angelito, etéreo y delicado. Estaba extasiado.
Michael había nacido para la Música, pensaba Itschban observándole. Era innegable ¡Cuánto le recordaba a Sonja! Y qué pocos rasgos de su sobrino Heinrich tenía. Aunque era seguro que era un Körnlinger y que Suecia latía en él.
-¡Son todas tan bellas!- dijo mirando a su tío- ¡No sé cual escoger!
Ferrara hijo se dirigió hacia una de las violas y le pidió que se acercara.
-Venid, Michael, acariciad ésta…Cogedla. Sentáos aquí y abrazadla.
Para Michael fue una experiencia sublime. Supo que esa era su viola.
-Seguramente Rosselli te enseñará el manejo del violoncello- sugirió Itschban acercándose a ellos.
-Ah, pues para ello vais a necesitar un ¾ pues aún no tenéis la envergadura necesaria- decía Ferrara- y el cello es mayor, como veis…- señaló hacia ellos.
Michael se acercó a los violoncellos ¡Qué maderas tan tiernas y delicadas! Estaba mareado de la emoción.
– Creo que nos llevaremos la viola y ya veremos cual cello adquirir cuando sepamos lo que aconseja Giacomo Rosselli- decidió Itschban.
Cuando salían, viola en mano, entraba una señora, bastante gruesa, tratando de agarrar a un niño de edad similar a Michael.
-¡Yo quiero un violín!- decía, tozudo. La mujer, contrariada, se dirigió al empleado del estante para preguntar. Pero el niño corrió y dijo – ¡Este!- señalando a uno colgado en el techo.
Michael se paró a ver la escena, divertido. El niño le miró y ambos sonrieron.
-¡Está bien, Johann! ¡Ese!- dijo la mujer, cediendo ante la seguridad y convencimiento de su hijo.
Michael se llevó la mano al tricornio e hizo una leve reverencia y el niño le contestó con otra reverencia sonriendo.
-Me llamo Michael Körnlinger.
-Y yo Johann Hoffmayer- se apretaron la mano, cortésmente.
-¿Os gusta la Música? – preguntó con voz dulce Michael.
-¡Mucho! – exclamó enrojecido de entusiasmo Johann.
-A mi también…¿Sois de Wien?
-Si ¿Y vos?
-Soy de Köln.
-Y un poco pálido y flacucho…- afirmó chistoso Johann observándolo con detenimiento. Sus cabellos color cerveza estaban alborotados bajo el sombrero.
– Será mi sangre sueca…- bromeó Michael- Tío… ¿Puedes darme una de tus tarjetas? – pidió- Quiero que Johann conozca nuestra casa.
-¡Desde luego! Aquí tenéis- acercó a Johann la tarjeta. La madre del niño estaba a su lado, observando con semblante reluciente la conversación de los pequeños.
-Es un placer conoceros Herr…- comenzó a decir Johann.
-Itschban Körnlinger- concluyó extendiendo la mano y estrachándola a la vez que hacía una reverencia- Y supongo que esta será vuestra madre.
-Renate Hoffmayer- la señora se inclinó e Itschban besó su mano- He comprobado que nuestros dos pequeños llevan la voz cantante, al menos respecto a la Música- Renate Hoffmayer tenía todo el aspecto de una sana y feliz matrona vienesa, orgullosa de sus retoños- ¡No he podido detenerle! – decía sonriente y sonrosada.
Michael y Johann miraban el violín que le habían descolgado.
-¡Qué bello!- decía Johann- ¡Mirad qué madera y qué tacto!- Tenía la voz un poco agrietada y tosca pero con una tonalidad sumamente agradable.
-Mi viola también es preciosa- le contestó Michael- Pero ya está guardada en su funda…-dijo mirando hacia Udo, uno de sus criados, que la sujetaba, serio y respetuoso.
-Bueno… Si en verdad vais a visitarnos- decía Itschban- tendréis oportunidad de ver vuestros respectivos instrumentos ¿Tenéis ya un maestro?- preguntó a Johann.
-Mi padre…- dijo el niño- Pero quiero aprender mucho ¡Mucho más!
-Puede que a vos también os hayamos encontrado un maestro- afirmó Itschban pensando en Giacomo.
-¡Oh! ¡Vamos, Johann, querido! He recordado que tengo algunas compras más que hacer. Un placer Herr Körnliger, Michael…- saludó cortésmente.
-¡Nos veremos! – dijo Johann inclinándose y dando la mano casi en gesto marcial a Michael y a su tío- ¡Encantado de conoceros!
Enseguida se notó que Johann era pura dinamita avasalladora. Salieron como una exhalación de la tienda. Michael les contempló sonriendo. Johann agitaba, enérgico, la mano con el violín, diciendo adiós.
-¡Creo que va a prender fuego al violín cuando lo toque!- exclamó a punto de reírse Michael.
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