El estallido innecesario

El estallido innecesario

 

El año que se rompió

 

Julio de 1982

 

A Jesús Bocanegra Luna no le gustaba que su prima Maite jugara con sus orejas pero a ella le encantaba. Sentía una emoción interna que le provocaba un placer inusual. Cómo era blandita y morcillera, le hincaba la uñita hasta provocar una marca alargada, justo el tamaño de una uña de cuatro años. Jesús que era un niño con poca paciencia, gritaba al tiempo que buscaba a su madre con la mirada. La cara de Maite Bocanegra irradiaba un nerviosismo frenético que provocaba risas en sus tíos que no veían maldad en su juego. Jesús podía observar que tras la de él, la enorme oreja de su padre era el nuevo objetivo de Maite. Éste aguantaba estoico el martirio chino pues quería a Maite con pasión. Maite Bocanegra Laborda vivía en una casa grande de dos plantas en una urbanización a las afueras de Sevilla. El sótano refugiaba del calor en verano y del frío en invierno. Su encalada piedra de color albero relucía diferente entre el resto de la urbanización. Una refinada urbanización que alejaba a Jesús del resto de los niños pues, su nivel de caprichos cumplidos perdía por goleada. Cuando Jesús visitaba a su prima, una ilusión recorría su cuerpo con emociones encontradas. La quería y le encantaba jugar con ella (por supuesto a juegos de niños), pero era reacio a compartir sus amados juguetes de cuatro ruedas. A menudo los escondía bajo la almohada de sus padres, a salvo de las manos de la princesa. A diario las mamás de los primos jugaban con ellos a colorear y hacer pequeñas dosis de tareas en un verano especialmente caluroso.

La piscina donde se bañaba Maite era un océano para Jesús. Estaba amurallada por una pantalla de cristales y sólo se abría cuando su padre o su tío ejercían presión sobre el complicado mecanismo de la puerta, un pestillo. Desde pequeño, o mejor dicho desde más pequeño aún, a Jesús le acompañaba un amigo inseparable en los momentos de piscina. Era redondo y con colores estrambóticos, su interior estaba completamente lleno de aire (como la barriga de mamá cuando se agachaba). Nunca quería bañarse sin su flotador, a pesar de las continuas insinuaciones deshonrosas que le hacía su padre al por qué Maite nadaba con cuatro años y él no se atrevía con cinco. Y es que el poder del dinero ejerce en los niños una superioridad que Jesús no llega a comprender. Maite iba a clase de natación dos veces por semana en una escuela de verano que según escuchó decir a su padre, costaba más que el piso en que vivían. La piscina era tan grande que ni siquiera en la parte de niños hacía pie. A Jesús le gustaba ir a casa de sus tíos en verano ya que de otra forma ni piscina, ni playa, ni ná de ná. Solía sentarse en las escaleras de la piscina a la espera de que un adulto hiciera las veces de socorrista, por si algún fallo mecánico en su flotador lo fuera a llevar a pique. Vanos fueron los intentos de que aprendiera a nadar ya que cuando su padre intentaba quitarle el flotador para enseñarle, se aferraba a él como un gato.

Jesús sabía que su padre trabajaba de funcionario pero no sabía qué hacía un funcionario. Cuando había que rellenar papeles del cole, siempre en el hueco de “trabajo del padre” Julián ponía sobre los puntos suspensivos “funcionario”. Dos semanas antes de ir de vacaciones al piso de sus tíos (en primera línea de playa en Matalascañas) un agudo dolor en la garganta de Jesús los había mantenido en vela toda la noche. En cuanto amaneció lo llevó su padre al centro médico. Fue el día más feliz en la vida de Jesús. No sólo porque se había saltado las tediosas tareas de cuadernos Santillana del día, sino porque su padre había pedido unas horas libres en el “funcionariado” para poder llevarlo al médico. Le había prometido que si se portaba bien, después lo llevaría a su trabajo.

Se montaron en el Chrysler Talbot 150 de 1975. El dolor en la garganta picaba horrores. A Jesús el coche de su padre le parecía una pasada. Era marrón por fuera y marrón por dentro. Un cuadro de mandos de suspiro, con cuentakilómetros y marcador de gasolina. Los asientos traseros carecían de cinturón de seguridad, la ventanilla trasera izquierda tenía la manivela rota y el techo se había vencido ligeramente por detrás, justo en el lado izquierdo. Era por ello que los tres hermanos se pegaban para no estar en el lado izquierdo del Chrysler (siempre le tocaba a Jesús). Durante todo el camino le estuvo diciendo que en el médico debía abrir mucho la boca y decir “aahhhh” hasta que se quedara sin aire. Jesús le hizo prometer a su padre que el calvo y viejo con bata blanca que siempre le tocaba en suerte, no le metería aquel palo de madera hasta la campanilla, cosa que odiaba.

—Julián: Te auscultará el pecho con un estereoscopio.

—Jesús: ¡No quiero!…está muy frío.

—Julián: déjate de tonterías Jesús o te quedas sin venir conmigo a mi trabajo…y veremos a ver si no te tienen que pinchar.

—Jesús: (hizo unos sonidos extraños que su padre supo interpretar como sollozos de cague).

—Julián: No… si al final tenía razón tu madre y tenías que haber venido con ella.

 

En esa que llegaron al centro médico, ya mareaba el olor desde fuera. Aquel calvo y viejo de bata blanca les recibió con una sonrisa endiablada. Tenía unas bolsas amoratadas bajo sus ojos que parecía el mismo Conde Drácula. Su calva brillaba como una bombilla de 100W. Siempre cuando veía a Jesús solía hacerle una caricia en la mejilla que reusaba con disimulo pues, sus manos despedían un olor a enfermedad que odiaba. Y aun había otra cosa que odiaba más que a nada en aquel ser despiadado matasanos. Cuando decía…”hay que pinchar”. Ahí se le descomponían las piernas a Jesús, temblequeaba como un títere movido por un enfermo de Parkinson. Cuando tuvo el culo al aire y su padre lo sujetaba como si fuera a darle unos azotes, sintió el frío tacto del algodón con alcohol, notó unas palmaditas en el cachete y cuando se quiso dar cuenta, el calvo y viejo destripador había terminado y ni se había dado ni cuenta. Volvieron al coche con dolor en el culo retrasado y un parte de amigdalitis.

—Julián: Tienes que tomarte todos los medicamentos y en unos días estarás comiendo bocatas de chorizo y mermelada.

—Jesús: (medio recostado en el asiento trasero por que no podía apoyar el cachete) ¿Podré ir con la prima a la piscina?

—Julián: Deja ver, si evoluciona bien…sí.

—Jesús: No había otra cosa que deseara más que jugar con mi prima en su océano de piscina (esto no lo dijo pero sí que lo pensó).

—Radio extraíble Pioneer del Chrysler: Seis incendios forestales de grandes dimensiones continuaban en actividad a primera hora de esta madrugada en los alrededores de Barcelona, en cuya provincia se registraron ayer más de veinte siniestros de este tipo. Nubes oscuras, lluvia de cenizas y viento caliente se observaban ayer en Barcelona como consecuencia de estos incendios alrededor de la ciudad. Más de treinta viviendas han quedado destruidas, miles de hectáreas de monte han sido arrasadas… (su padre bajó el volumen)

—Julián: Dime Jesús, en unos días será tu cumpleaños, ¿qué te gustaría?

—Jesús: (no dejaba de apretar con los dedos el abultado algodón con esparadrapo que el calvorotas me había puesto en el culo) Había pensado que una burbuja me vendría bien para aprender a nadar… ¡pero no la quiero rosa!

—Julián: Está bien, la buscaré en el Corte Inglés pero dudo que la encuentre, yo no he visto nunca ninguna de otro color. (Justo en ese momento, mi padre subió el volumen de la radio, poco antes de llegar a su trabajo)

—Radio extraíble Pioneer del Chrysler: …en tan sólo 2 horas se disputará el emocionante partido de fútbol entre las selecciones de Polonia e Italia. El Camp Nou será el escenario en la que ambas selecciones se jueguen el pase a la gran final

—Jesús: ¿Papá…España cuándo juega?

—Julián: (bajó de nuevo el volumen pero aún podíamos seguir escuchándolo) Nos ganó Alemania y empatamos con Inglaterra en segunda ronda, estamos eliminados.

—Jesús: ¿Somos muy malos Papá?

—Julián: Me gusta Arconada y López Ufarte, los demás cero.

—Jesús: (mi padre era especialmente crítico cuando entre los alineados en la selección española no había ninguno del Sevilla)

 

Jesús colocaría días después en la bandeja trasera del Chrysler Talbot un peluche anaranjado que le regalaron sus tíos por su cumpleaños. Al cabo de los años se enteró que era la mascota del Mundial de Fútbol celebrado en España…Naranjito… ¡psss vaya nombre! Pasados 15 dolorosos minutos de dolor de culo, llegaron al parking subterráneo de los trabajadores “funcionarios”. Se bajaron del coche y Jesús le dio la mano a su padre pues le asustaba mucho la oscuridad de los parkings subterráneos. Salieron por una escalera de terrazo blanco y negro a la superficie. Jesús notó en toda la cara un bofetón de calor que le hizo engurruñar los ojos hasta casi cerrarlos. Le pareció extraño con tanto calor sentir un escalofrío helado recorriendo su cuerpo. Su padre le puso la mano en la frente y notó que la fiebre había subido.

—Julián: Estaremos unos minutos y nos iremos, te está subiendo la fiebre.

—Jesús: (asentió con la cabeza).

Sevilla es adorable en todos los meses del año excepto en el mes de Julio de 1982. Una ola de calor azotaba la península de Norte a Sur y el aire era prácticamente irrespirable. Las suelas de los zapatos se derretían bajo el fuego del asfalto. Pusieron camino al edificio donde trabajaba Julián pero algo llamó la atención de Jesús. Una diminuta tienda de juguetes antiguos se codeaba con una cafetería enorme situada en un edificio muy singular. En el escaparate, amarilleado por el sol y con una suciedad propia de primeros de siglo, Jesús observó una maqueta maravillosa de un Citröen Dyane 6, modelo 2 cv. Era de color rojo fuego. Llegaron a los pies de unas enormes puertas de un edificio de piedra bellamente labrada. Jesús se extrañó al mirar bajo el reloj y ver unas letras aún indescifrables para él. Le preguntó a su padre que decían. “Excelentísimo Ayuntamiento de Sevilla” contestó éste con orgullo mientras asomaba parte del pelaje acaracolado entre los botones de su camisa. Una camisa de un color grisáceo con un bolsillo en el lado izquierdo, dentro del cual se distinguía el bulto cuadrado de un paquete de tabacos. Observó que justo encima del reloj de agujas (siempre los dichosos relojes que nadie entiende que hora es) había tallado en la piedra un sol radiante de cara impasible. Se preguntó por qué tenía esa cara de sieso manío estando en lo más alto y siendo tan guay.  Su padre le instó a entrar, aun cogidos de la mano. En esta ocasión el bofetón fue de frescor. Los aires acondicionados funcionando a tutiplén hacían de aquel lugar el edificio más fresquito de toda Sevilla.

—Vigilante de seguridad: Hola Juli ¿quién es este muchachito?

—Julián: Es mi hijo Jesús (me tendió la mano y me la estrechó como si yo fuese un adulto. Me hizo sentir mayor)

—Jesús: Hola, tengo almirantitis —su padre y el vigilante de seguridad se rieron de forma escandalosa.

—Julián: Venga Paco hasta luego (Dijo Papá al uniformado que se había reído de mí y aun no sabía porque)

Cruzaron por unas puertas especiales que pitaban si alguien llevaba metralletas y granadas, no era el caso. Subieron al piso superior por unas escaleras que hacían un semicírculo en torno a un patio central con una claraboya. La barandilla de la escalera era de madera y tenía unas preciosas figuras talladas de leones. La escalera desembocó en un pasillo larguísimo al que no le veía el final. Una alfombra de color grana apoyaba sus pasos. Justo en el centro del pasillo, un cuadro enorme colgaba de la pared. Era de un señor con una corona rematada en una cruz, espada en su mano derecha y una pelota en la mano izquierda. Una gran capa lo cubría a modo Superman. Le hizo tanta gracia que soltó una carcajada que resonó por todo el pasillo como si hubiese 50 niños en una función de circo. 

—Jesús: ¿Quién es, el delantero de España? (no sabía porque pero no podía parar de reír)

—Julián: Serás animal…es el Rey San Fernando, nuestro patrón.

—Jesús: ¿Pero por qué tiene una pelota de fútbol en la mano? (ya más calmado del ataque de risa)

—Julián: No es una pelota, ¡es la bola del mundo!

—Jesús: Ahhhh (aún seguía riendo por dentro).

Entraron a una amplia habitación con  techos muy altos. Varios compañeros de Julián trabajaban con máquinas de escribir y otros hacían cuentas con calculadoras. Ninguno de ellos levantó la vista de sus quehaceres hasta que su padre elevó la voz por encima de la radio que uno de ellos tenía colgada en un extremo de su mesa.

—Julián: ¡Hola!

—Radio de la mesa de compañero con bigotes y gafas de pasta: Más del 60% de los parados andaluces no perciben el seguro de desempleo, de acuerdo a los datos facilitados a los medios informativos por la Unión General de Trabajadores. Según la central socialista… (se dio cuenta de nuestra presencia y bajó el volumen hasta hacer clic)

—Varios compañeros (incluido el del bigote): Holaaa…!

—Julián: Mirad os presento a Jesús, futuro delantero centro del Sevilla Fútbol Club (dijo en voz alta guiñándole un ojo)…y mi hijo.

—Compañero del bigote: Hola guapo, ven aquí ¿te gusta colorear?

—Jesús: (miró a su padre buscando información si aquel bigotudo era Azcargorta o algo peor. Al asentir con la cabeza, se acercó a él y sacó de un cajón una caja de madera llena de lápices de colores. Se la entregó al tiempo que entreveía una sonrisa debajo de aquel mostacho peludo. Julián se había acercado a una mesa que por aquel entonces le pareció una inmensidad pero que con el tiempo descubrió que era la mesa vieja y barata de un auxiliar administrativo)

—Lola (compañera de su padre mesa con mesa): Juli te ha llamado tu mujer, dijo que era importante.

—Julián: Gracias Lola (así se enteró Jesús de su nombre. Tomó un teléfono de color rojo de su mesa, lo descolgó y marcó en la rueda el número 214142. Esperó paciente el tono al tiempo que jugueteaba haciendo caracoles con el cable del teléfono)

—Jesús: (Su padre le había puesto una silla junto a la suya y en la mesa había dejado papel escrito por una sola cara, para que aprovechara el anverso y ahorrar papel. Se colocó de rodillas en la silla y comenzó a dibujar una piscina, dos niños jugando y un enorme sol que tenía toda la cara de un sieso manío)

—Julián: ¿Hola…Amparo?….Jesús está bien…si…tiene amigdalitis y parece que le ha subido un poco la fiebre…si…que sí que ya vamos…. (Tras una breve pausa en la que a Julián le cambió el color de cara de rosado a blanco)… ¿pero cómo ha sido?… ¿escayolado…?…madre mía no ganamos para sustos. Vale ya vamos para casa…adiós.

—Jesús: (Su padre se tapó los ojos con una mano para concentrarse en la mala suerte de su familia) ¿Qué ha pasado Papá?

—Julián (blanco): Tu hermano Pedro estaba asomado a la ventana con los codos apoyados y Alfonso con un cojín de los del salón le ha dado un porrazo en el brazo y se lo ha roto. Pues te digo una cosa Jesús, se le acabó el verano. Este se va a enterar cuando llegue…

 

El hermano de Jesús, no era malo, Alfonso era travieso hasta decir basta. Sus diabluras las compensaba con peloteos descarados que solo eran perceptibles para el pequeño de la familia. Una leyenda urbana dice que los hermanos “del medio” son los peores en comportamiento y Alfonso destrozaba la regla. Tenía 2 años más que Jesús y era más que delgado, canijo. Tenía un pelo ensortijado en rizos de color dorados que con el paso de los años se ha ido tornando en castaño y liso. Tenía en su frente dos cicatrices en forma de reloj (de los que nadie entiende la hora). La primera de ellas se la hizo contra el cabecero de la cama y la segunda también. Cuando Jesús era más pequeño, más pequeño aún de lo que es ahora, cuando dormía en cuna, su padre colocó un pestillo en la puerta de su dormitorio ya que Alfonso siempre ideaba maneras de tirar al pequeño del canasto. Sus celos no eran celos, era una pelusilla que lo consumía por dentro y endiablaba sus pensamientos.  Cada noche Julián tenía que repasar y apretar los tornillos de la cuna ya que, cuando se descuidaban, Alfonso cargado de toda la sutileza felina se colocaba bajo el capazo a modo de mecánico de coches e iba desatornillando con sus propios deditos los tornillos que su padre apretaba con todas sus fuerzas por la noche.

Una vez se hubieron montado de nuevo en el Chrysler Talbot 150, Julián se giró hacia Jesús que tenía los ojos ligeramente enrojecidos y llevaba en sus manos el dibujo de la piscina océano. Le puso la mano en la frente y puso cara de “te está subiendo la temperatura”. Sacó de debajo del asiento la radio Pioneer y la colocó en el hueco del salpicadero. Giró el botón del volumen para encenderla. La cadena Ser emitía un programa de música. Sonó una canción que a la postre se convertiría en una de las favoritas de Jesús “Video killed the Radio Star”, pero Julián no hablaba inglés ni le gustaba, por lo que cambió la sintonía buscando algo interesante (para él). Tras un rato trasteando y a punto de cometer un homicidio imprudente a una anciana en un paso de peatones, encontró una emisora de toros. Fue el narcótico perfecto para que el pequeño cayera en un profundo letargo.

 

La mamá de Jesús trabajaba de ama de casa o en “sus labores”, como decían los papeles de las excursiones. Era alta para ser una mamá y sus cabellos se ondulaban como los de una oveja. Jesús no entendía cómo a veces eran rubios y de repente eran castaños. Maravillas de los tintes. Amparo Luna Luna era hija de primos y la madre de Pedro, Alfonso y Jesús. Era cariñosa, alegre, divertida y todo cuanto una madre enrollada puede ser. De joven intentó trabajar. Tuvo una gran formación en talleres de costura creativos, pero un severo padre, anclado en siglos pasados, limitó su desarrollo profesional. Frases del pelaje de “sé una señora en la calle y una puta en la cama”, “ama a tu marido por encima de todas las cosas”, “sé fértil y muere en paz”… la acompañaron desde muy joven. Quería a Jesús por encima de todo pero no de todos. Su hermano mayor Pedro tuvo gran parte de culpa en las frustraciones de Jesús, por sentirse un segundón y a veces un tercerón. Se me olvidaba comentar que Jesús siempre ha sido un bicharraco. Pesó más de 5 kilos al nacer y todas sus ropitas azules estaban rasgadas para que pudieran entrarle por los sobacos. Las enfermeras del Hospital no daban crédito ante semejante bola. El Hospital Infanta Luisa estaba ubicado en un enclave privilegiado de Triana, en la calle San Jacinto. Cuando nacieron los tres hermanos, el Hospital era dispensario de la Cruz Roja. Jesús siempre llevó a gala haber nacido en Triana.

 

Con un suave gesto para no despertarlo, la madre de Jesús le apartó de la frente el cabello pegado por el sudor de la fiebre. Jesús encontraba un cierto regusto a volar cuando la fiebre subía de 39. Estaba en su cama y los escalofríos hacían temblar su cuerpo como si estuviera en la misma casa de Papa Noel en Laponia. Se dio cuenta que tenía bajo el sobaco el frío metal del termómetro. Jesús pensó que su madre se había colado con los rulos pues sus pelos parecían los de una oveja charmoise. Contó mentalmente unos 5 minutos mientras lo besaba y le hablaba en susurros. Pensó que el mercurio colorado del termómetro ya había alcanzado la temperatura de su cuerpo y lo extrajo. Encendió una pequeña lamparita que tenía junto a su cama y sus ojos le dijeron que la cosa rondaría por 200 ó 300 grados de fiebre. Se levantó y volvió al cabo de unos segundos. Colocó un paño fresco sobre la frente de Jesús y lo devolvió a la inconsciencia.

 

Cuando despertó no sabía cuánto tiempo había estado dormido, pero para un niño de 5 años eso da igual. Intentó incorporarse pero un pinchazo en la espalda lo devolvió al catre. Su padre tenía puesta la radio; al parecer, Italia le había metido dos chicharros a Polonia y estaba en la final. Jesús pensó en las palabras de su madre cuándo decía que la pasta daba mucha fuerza. “Con razón los jodidos italianos lo ganan todo”. Observó a través de la ventana que era de noche y aunque le molestaba la garganta al tragar, tenía mucha hambre. Intentó llamar a su madre pero las agallas le rasgaron el aliento. Dio varias palmadas y de repente apareció el cafre. Compartían habitación y su cama se encontraba a tan sólo un palmo de la de él. Jesús sintió que no tenía ganas de jugar a peleas (que era el juego favorito de Alfonso).

—Alfonso: ¿Te vas a morir?

—Jesús: Creo que no, aunque no estoy seguro.

—Alfonso: Pues a ver si la espichas y me dejas el cuarto solo “pa” mí.

—Jesús: (Encontró fuerzas y bramó pidiendo ayuda) ¡¡Mamaaaaa…!! ¿Qué le has hecho a Pe?

—Alfonso: (Parece ser que le riñeron severamente pues la cara le cambió) Nada…fue él solo…

 

Pedro es el hermano mayor. De niño nunca fue un niño ya que el nacimiento de Alfonso lo maduraron apresuradamente. Siempre fue un niño modelo, y no de esos que pasean por pasarelas. Era noble y estudioso, bueno con sus hermanos y obediente, responsable y…. (Hay tantas cosas que aburre). Sus rasgos eran femeninos cuando nació y es que sus padres deseaban por todos los santos del cielo una niña (pues toma, en toda la frente) pensaba Jesús cuando a su madre se le veía el plumero con Pedro. Como no fue niña, siguieron intentándolo hasta Jesús, que su padre dijo…”a hacer puñetas” (textual). Fíjate si tenía mala suerte Jesús que la primera palabra que pronunció no fue “pa” ni “ma”, sino “pe”. Miraba a su hermano y decía pe…pe… (y así se le quedó). Con el paso de los años, Jesús llegó a quererlo como a su hermano pequeño pues, el regazo de mamá era su único hogar.

 

Cuando volvió a despertar ya era de día. Los rayos del sol se filtraban a través de una persiana con miles de rectangulitos. Miró a su izquierda y vio al cafre “espatarrao” con medio cuerpo fuera de la cama y un charco de babas en la almohada junto a su boca. Sintió un hambre atroz ya que la noche anterior se durmió sin probar bocado. Notó que la espalda ya no le pinchaba y se sentó en la cama un tanto mareado. El culo seguía doliéndole (maldito mocho de las pelotas). Se incorporó y notó que la picha le había crecido y tenía unas ganas de pipí incontrolables. Salió corriendo al baño y descargó con alegría pues, varias noches atrás lo había hecho en la cama, cosa que lo avergonzaba sumamente. Llegó a la cocina y estaban desayunando, su madre (vayas pelos) con Pe. Unas ricas tostadas con mantequilla y mermelada de albaricoque. Le sonrieron con sinceridad cuando lo vieron más repuesto. Jesús le devolvió la sonrisa con agradecimiento. Se sentó en su silla (cada uno tenía la suya y valga Dios si alguno se atrevía a cambiarla) su madre le preparó un cola cao calentito con una enorme tostada. Le colocó un pastillón del tamaño de un sacapuntas junto al plato. Cogió la caja que la había dejado a su alcance e intentó leer…pa…ra…ce… (se atascó en la “t” con la “a”) y Pe muy resuelto le echó un cable.

—Pe: Paracetamol. Sirve para el dolor de cabeza ¿te duele?

—Jesús: (asintió con la cabeza dolorida)

 

El padre de Jesús tenía un compañero de trabajo que veraneaba en La Gomera y solía hacer escala unos días en Tenerife para ver a la familia. Le pidió que le comprara una tele en blanco y negro pequeñita para la cocina pues en Canarias se encuentran esos artículos a mitad de precio. La tele era diminuta, un cuadrado perfecto. Un poquito más grande que el cubo de Rubik de Alfonso (el cual deshizo el día que se lo regalaron y jamás nadie supo poner todas sus caras del mismo color). Tenía dos grandes antenas como las de una cucaracha, cada una apuntando hacia una esquina opuesta del techo. Proyectaba en blanco y negro con una señal más que deficiente. Era casi tan chula como el salpicadero del Chrysler. Pues el padre de Jesús se la regaló a Pedro, aunque con la consigna de dejarla en la cocina para que todos la viéramos. Con el tiempo terminó en su cuarto.

—Minitele de Pe: (había sintonizado la 1ª)…auténtico partidazo anoche en el Sánchez Pizjuán (Jesús agudizó el oído pues es sevillista como todos en su familia) La selección alemana se hizo un hueco en la historia ganando el partido de semifinales frente a la potente Francia de Platini. Un partido muy igualado que se resolvió en los penaltis…

—Amparo: (apareció con una tostada de a kilo rebosando de mantequilla que se pringaba uno si o sí. Hizo caso omiso de la minitele y degustó el manjar al tiempo que mamá machacaba dentro de una servilleta el patamol ese, el pastillón)

—Jesús: No me gusta el sabor de eso, está malísimo.

—Amparo: Ya verás que no cariño, te lo pongo con un poquito de zumo mezclado. (Cogió dos naranjas de un cesto de barro pintado con flores y el exprimidor manual. Tras un rato dale que dale a las naranjas, coló por el “colador” todo el zumo. Nunca le gustó nada que la comida tuviera grumos ni partes duras, a decir verdad, tampoco nada que fuera verde).

—Jesús: (de un trago se lo zampó y después un buche grande de cola cao, ni rastro del patamol).

Jesús no se había percatado hasta ese momento del brazo en cabestrillo de su hermano mayor.

—Jesús: Alaaaa que chulada… (Quería tener uno igual, ya se encargaría el cafre de eso…Pero cuando se enteró que no se podría bañar en todo el verano cambió radicalmente de idea) ¿Y papá?

—Amparo: Hoy es su último día de trabajo, le dan las vacaciones. Me dijo que volvería pronto, para comer.

—Jesús: Quiero llamarle por teléfono.

—Amparo: Vale, termina de desayunar y ahora le llamamos.

 

Los enormes ventanales de la sala donde trabajaba Julián estaban abiertos de par en par. El termómetro marcaba en la calle 43º a la sombra y el aire acondicionado del Ayuntamiento se había estropeado. Justo el último día. La camisa de papá rozaba la indecencia ya que tenía los cuatro primeros botones desabrochados y el velludo torso era objeto de miradas de Lola y compañía. Una cadena de oro, ni muy gruesa ni muy fina colgaba de su cuello, sujetando una medalla del Sagrado Corazón con su nombre grabado por detrás. Se encontrado apoyado en el quicio de la ventana, fumando un cigarro Coronas (que según decía era negro pero yo seguía viéndolo igual de blanco que los demás) y echando el humo tras la cortina inflamable de la calle cuando sonó el teléfono rojo de su mesa.

—Radio de la mesa de compañero con bigotes y gafas de pasta: Una depresión localizada en el Atlántico, en la zona comprendida entre el cabo de San Vicente y las islas Madeira, arroja estos días hacia España vientos del Sur que han producido las temperaturas más altas del siglo en algunas… (Joder ni que lo digas…murmuró Julián)

—Julián: ¿Diga?

—Jesús: (al otro lado del hilo telefónico): Papá soy yo ¿cuándo vas a venir?

—Julián: ¡Qué alegría Jesús! ¿Cómo te encuentras?

—Jesús: Bien, pero no me gustan las pastillas, te paso con mamá…

—Julián: (mientras hablaba conmigo se dio cuenta que un papel delicadamente doblado estaba justo debajo del teléfono rojo, asomando una punta. Lo desdobló con cuidado al tiempo que escuchó a su mujer decir… (¿hola?)

—Julián: (el papel estaba escrito a mano con letra femenina y decía una frase escueta)

 

Te echaré de menos

 

(Su esposa seguía al otro lado del teléfono: Julián…Jesús se está portando muy bien, se está tomando todas las medicinas sin protestar…tienes que traerle un regalo…)

—Julián: (no contestaba pues tenía la mirada fija en aquel papel. Miró de reojo a Lola que le guiñó el ojo con picardía)

 

Jesús esperó a su padre con paciencia mientras veía en la tele del salón una película que no le gustaba para nada pero su madre parecía seguirla. Se titulaba “Il prato”. No le pilló el argumento pues a él solo le gustaba ver dibujitos; Dartacán, Scooby Doo, Popeye y Mazinger Z entre sus favoritos. Pero algo llamó la atención del pequeño en aquella fea película. En una escena, una joven morena entra en un cine para ver una película en blanco y negro sobre la guerra. Pero no fue el cine, ni la película lo que llamó la atención de Jesús, sino la morena protagonista. Sus cabellos no eran rizados como los de su madre, ni siquiera tenían el mismo color. Poseía una mirada hipnótica de ojos claros. Nariz afilada y manos preciosas. La había visto antes, ¿dónde?

—Jesús: Mamá ¿cómo se llama la señora que ha entrado en el cine?

—Amparo: Se llama Isabella Rossellini…calla que le pierdo el hilo.

—Jesús: (¿Dónde la he visto antes…? De momento cayó en la cuenta, era clavadita que Lola, la compañera de papá)

 

Lola Ramírez, administrativa de trabajo y putón de afición. Era la antítesis de Amparo. Ciertamente se parecía mucho a la actriz italiana. Pero lo que más le gustaba a Julián era que no se parecía en nada a su mujer. Se había casado en 2 ocasiones y en otras tantas se había divorciado. Era la madre de Guille, un niño pelirrojo de 13 años que tuvo con tan solo 17. Se casó por primera vez de penalti y le marcaron un golazo por toda la escuadra. ¡Una divorciada!

La película terminó casi al tiempo en que el padre de Jesús apareció por la puerta. Amparo sacó la cinta VHS del video, la metió en la carátula negando con la cabeza, en desacuerdo con los gustos de su marido en el género cinematográfico. Jesús tomó la carátula que Amparo había depositado sobre el encaje de la mesa del comedor. Con pausa y esfuerzo pudo leer en la parte superior: Videoclub Molino.

Por supuesto la palabra “videoclub” estaba muy lejos del alcance de su lectura pero el logo del mismo en la esquina derecha de la caratula lo identifico al instante. Escuchó la puerta cerrarse y a su madre saludar a su padre.

—Amparo: Desde luego, vaya basura de películas que alquilas… (se marchó a la cocina sin mucho más que añadir)

—Julián: (ni siquiera le contestó. Entró en el salón y dejó su chaqueta sobre la silla del comedor. Se desabrochó los últimos botones de la camisa que aún “y milagrosamente” le quedaban ojalados. Le miró sonriente) ¿Cómo estas campeón?

—Jesús: Me he tomado todas las medicinas (dijo matando dos pájaros de un tiro)

—Julián: Tal vez en el bolsillo de la chaqueta tenga algo que te guste…

—Jesús: (Se lanzó hacia ella como Félix Rodríguez de la Fuente nos enseñaba cada tarde, cómo lo hacían los leopardos sobre sus presas. Por Dios, no imaginaba como aquella chaqueta de cuadros marrones podía tener tantos bolsillos. De repente y frente a todo pronóstico, en el bolsillo interior había una pequeña bolsita. La extrajo con sumo cuidado y un destacamento del Séptimo de Caballería al completo se mostró ante sus ojos).

—Jesús (completamente alucinado): ¡¡¡Gracias papá!!! (no hay que añadir que le encantó aquel regalo).

Solían venir en paquetes de 12 ó 15 figuritas. Todos del mismo color (azul los buenos). Los había de todas las posturas; uno de ellos tumbado en el suelo disparando un fusil, otro de pie a punto de ejecutar a algún indio…pero el que más le gustaba a Jesús era el Capitán, ese iba a caballo. Los sacó con emoción (ya no le dolía ni la garganta…un buen puñado de soldados en vez de tanto paracetamol era el mejor remedio) y los colocó encima de su cama. El Capital Pepe y su Séptimo de Caballería le ayudaron a pasar los días de enfermedad.

 

Era un tapón enorme. Como los de las botellas de champán que descorchaba su padre cuando era fin de año. Pedro negaba con la cabeza cuando Alfonso intentaba meter miedo a Jesús.

—Alfonso: Si un gigante llegara y lo quitara, toda el agua de la playa se colaría por el sumidero y a todos los que estén cerca también.

—Pedro: Jesús, España tuvo un rey llamado Felipe II (como el de la pelota en la mano), mandó hacer 11 torres para proteger la costa. Ese tapón que ves no es un tapón, sino lo que el mar nos enseña de lo que un día fue una torre Almenara. Un terremoto hace varios siglos hizo el resto.

—Alfonso: (no sé porque pero el cafre se  metía dos dedos hasta la garganta como intentando provocarse el vómito) Que repelente eres hijo… (dijo señalando a su hermano mayor)  

—Jesús: (Por detalles como este, su hermano “el repelente” fue ganándole poco a poco y con más fuerza su cariño y respeto. Con el tiempo llegaron a ser inseparables) ¡qué tonto eres Alfonso!

Junto a Jesús, sentada en una toalla en la playa de Matalascañas estaba Maite.  Llevaba puesta una gorrita de Minie Mouse de color rosa y jugueteaba con una muñeca, ajena a la conversación de sus primos. A un palmo de ésta, otra sombrilla clavada en la arena (que casi le mete una varilla en el ojo a Jesús) estaban sus tíos (los padres de Maite). Los papás se levantaron de sus cómodas sillas de lona a rayas azul y blanca. Se disponían a darse un refrescante baño.

—Jesús: ¿Papá puedo ir contigo? (Maite por supuesto también pues, hacía todo cuanto él hacía)

—Julián: Claro hijo, ven.

El tío Rafael cogió a Jesús de la mano al tiempo que Julián alzaba en brazos a la regordeta de gorra rosa. La arena quemaba sobremanera y Jesús pidió tener unos años menos por unos minutos, justo lo necesario hasta llegar a la orilla en brazos de su tío.

—Tío Rafael: ¡Que partidazo el de la final! ¿lo viste Juli?

—Julián: Italia está fuerte  y Rossi es un pelotero.

—Jesús: Papa eso es porque comen mucha pasta…lo dice mamá.

—Tío Rafael: (sonrió ante la ocurrencia de su sobrino) Alemania pudo hacer algo más.

 

En eso que atravesaron una zona de turbulencias. Un reguero de conchitas rotas, con toda la mala idea que la rompiente hacía de los papás unos auténticos faquires, dispuestos a ejecutar retos de resistencia física y mental, tales como caminar sobre el fuego, introducirse antorchas o cuchillos en su boca, acostarse sobre camas con clavos o pisar por un mar de punzantes conchas rotas en la orilla. Al fin llegaron al agua y Jesús volvió a tomar tierra, justo donde el agua cubre hasta las canillas. Un frío polar, ártico y glacial subieron desde los dedos de los pies hasta las rodillas de Jesús. El agua estaba tan fría que notó la tibia y el peroné crujir por la dilatación. Maite que aun guardaba el calor por haber estado jugando con medio cuerpo fuera de la sombrilla, gritó por el contraste. No lloró, gritó. Desde el tapón o la media torre, saltaban niños lanzándose al agua en bomba. Parecía muy divertido.

 

Golpes que da la vida

 

A diario, Amparo llamaba a su madre desde una cabina que había en el paseo marítimo antes de bajar a la playa. Consultas cotidianas sobre si se había tomado la ingente cantidad de pastillas que controlaban su corazón. Aquel día en que el sol abrasaba los pelos del cogote si te despistabas, Jesús acompañó a su madre a hacer la rutinaria llamada, ya que ésta le había prometido una bolsita de indios para que el Séptimo de Caballería no se aburriera. Desde la cabina se divisaba la playa. En la lejanía pudo distinguir a su tío Rafael peleándose con la punta de la sombrilla mientras sujetaba a Maite como las gitanas. Su padre ya había colocado la sombrilla que gracias a la compra de una caja de botellines de cerveza, le habían obsequiado en el Ecovol. Resplandeciente entre el resto decía: cru…z…ca…m…po (o algo así). Amparo trasteaba en el bolso de playa buscando el monedero mientras sostenía con la otra el teléfono.

—Amparo: Ayúdame Jesús ¿ves el monedero?

—Jesús: (Mi madre me había abierto la bolsa y me sumergí en un océano de toallas, cremas solares…

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