El sedán púrpura se conducía por la ciudad ligero, como un pura sangre libre de frenos; y eso a pesar de la condenada hora punta. Destacaba su majestuoso color púrpura, proyectaba admiración en los ojos de quien lo veía pasar. Y de repente se paró, el chirrido del freno terminó con el estacionamiento del coche en aquella calle secundaria. Un mendigo que estaba tirado en la acera se despertó con el ruido y vio como el sedán con cristales tintados hacía sombra a una gran porción de su acera. Molesto cabeceó, sintió que mancillaban sus dominios; se rascó sus sucias barbas pensando en qué clase de hijo de puta iría montado en la carroza satánica que ocupaba gran parte de su horizonte. Su dolor de cabeza no le ayudaba a mejorar el humor y comenzó a levantar su andrajoso esqueleto del suelo; decidido, iba a enfrentarse al osado coche que venía a invadir su territorio. En la calle es así, o te haces respetar o duermes dentro de un contenedor, pero para siempre. Blasfemando y con paso dubitativo, debido a los vértigos de una extraordinaria resaca habitual, planeó darle una puntapié al coche. En su avance, vio que la ventanilla del pasajero comenzaba a bajar y se quedó paralizado como quien ve a un dragón que abre sus fauces para engullir al mundo. El coche escupió a través de la ventanilla un cigarro encendido a gran velocidad que, chocó con la acartonada frente del mendigo y después cayó perdiendo parte de la tea en el gris suelo. Se puso el mendigo la mano en la frente asombrado, justo en el sitio donde la tea impactó; se tranquilizó, no había afectado a la costra de suciedad que como un tercer ojo portaba desde hacía tiempo. Gruñó todavía inmóvil, asimilando tamaño desprecio.

—Este señorito de mierda se cree que soy su puto cenicero —dijo mientras escupía la amarga espuma que su indignación le llevó con diligencia a la boca; y se lanzó hacia el coche. El sedán púrpura chirrió otra vez y se movió muy rápido, tan rápido que el mendigo soltó la patada vengativa al aire y cayó de espaldas; mientras, el tráfico se  tragó la flecha púrpura,

—¡¡Me cagüen tus muertos!! —dijo al caer de espaldas, patas arriba, contra una fea baldosa que en punta esperaba que alguien la colocara en su sitio. En sus labios se dibujaron las más groseras expresiones sobre los ancestros del señorito del sedán. Se incorporó dolorido, quedando tristemente sentado en medio de la acera; se vio junto al humeante cigarro que insolentemente aromatizaba su derrota. Tensó los músculos del brazo para aplastar de un puñetazo la humillante fuente de humo, dudó y finalmente no lo hizo; al fin y al cabo era un cigarro extraordinario y él un augusto politoxicómano. Como ya no era propiedad del enemigo, lo cogió con mimo dispuesto a darle su beso más húmedo; iba a ser el primer estimulante del día y olía a gloria. Se recostó en la pared más próxima, cerró los ojos y aspiró la negra e intensa alma del cigarro…

 *****

 El humo diseñó artificiosamente en el aire tres volutas redondas, como su orgullo; no en vano era el presidente más joven de la industria nacional. Hijo de buena familia heredó de su padre los conocimientos y el dinero suficiente para estar en la élite empresarial; aunque también dedicó casi el cien por cien de su vida a formarse y trabajar para mantener su imperio. Solo un escueto cero coma uno por ciento de su tiempo era del dominio de  mujeres, hijos, amigos, y otros menesteres.

Estaba ahora en el momento culmen de su trayectoria, tenía bajo su control un conglomerado empresarial impresionante; a veces hasta se sentía dueño de las almas de los que trabajaban para él. Manejaba una riqueza considerable que cada vez crecía más y se vanagloriaba del número de suicidios que había provocado entre sus competidores. En los negocios es así, o te haces respetar o duermes dentro de un elegante “penthouse”, pero para siempre.

Este año los beneficios consolidados habían aumentado un treinta y dos por ciento y eso que la crisis había tirado por el suelo las previsiones; hubo que reducir gastos sociales y de personal para que quedara claro quién era el líder en beneficios de su sector empresarial.

Apagó el puro habano a medio consumir porque no le gustaban las cosas usadas y se levantó a prepararse una bebida que equilibrara su desmedido orgullo, pues sabía que el orgullo mataba. Realizó con parsimonia el ritual de servirse, como si de una ceremonia del té se tratara; se acercó el vaso a sus labios y degustó con delectación un whisky de malta extraordinario, el sabor del triunfo. Le pareció necesario enfrentarse a un espejo para contemplar, cual si fuera un retrato inmortalizado por un pintor de cámara, el rostro de un semidiós. Quedó un rato admirándose para que se le grabara indeleble la imagen en su cabeza, esto le ayudaría a sobrellevar la ingente tarea a la que estaba predestinado. Luego repitió la libación y una pequeña vibración en el espejo llamó su atención; la nítida imagen devuelta por el espejo fue paulatinamente deformándose hasta que otro ser tomó posesión del espejo. Cerró los ojos por ver si su cerebro dejaba de jugar con él, pero cuando los abrió certificó sus miedos. Una presión salvaje arremetió contra su pecho y dejó caer el vaso, que se fundió con el suelo emitiendo mil sonidos agudos. Un temblor le recorrió el cuerpo y se tambaleó.

 ***** 

Se encontró en un lugar blanco, blanco era el suelo, blanco era el cielo y hasta el aire era blanco. Tenía los ojos cerrados y no podía abrirlos, ¿cómo entonces veía?, intentó moverse y no pudo.

—No estás consciente, ni siquiera estás aquí —dijo una voz aterciopelada. Él se quería mover y no podía, comenzó a alterarse.

—No te enerves, te daré razón de todo —Volvió la voz a pronunciarse—. He llamado tu atención para que conozcas las alternativas a tu actual vida.

—Pero, ¿quién eres? —dijo él conservando una manifiesta alteración.

—Soy un amigo a quien debes escuchar, alguien desinteresado que quiere guiar tu alma. Tu vida actual es bastante imperfecta, estás inmerso en un ciclo sin fin debido a que tu parámetro arroja como resultado, la unidad.

—¿Ciclo…, parámetro? —dijo atónito aunque más tranquilo.

 —Te explico, entras en un ciclo sin fin cuando tu vida está llena de actos reprobables, actos contra el prójimo —Pausó su explicación para hacer más acusadora su afirmación—. Lo vas a entender enseguida, mientras haya codiciosos habrá miserables; le llamamos el parámetro Codicia/Miseria. Si vives una vida codiciosa, te estarás asegurando una vida en la mayor miseria y una alternancia cíclica. Por el contrario, si no existe codicia en tu vida, el parámetro es cero y por tanto evolucionarás de estado.

—¿Y yo estoy actuando contra el prójimo, me llamas codicioso?, pero si soy un gran hombre de negocios que crea riqueza y puestos de trabajo —Tragando saliva continuó—. Son los pusilánimes y los vagos los que contribuyen a la miseria; no me hagas creer que yo soy un monstruo, yo soy una persona muy reconocida en mi sector. Y si tengo que vivir así mil vidas, lo haré igualmente.

—Tú creas una riqueza material muy volátil, algo que no trasciende —Le contestó el interlocutor invisible.

—Claro que trasciende, reparte bienestar entre mis clientes y entre mis empleados; incluso entre mis competidores, que tienen un reto conmigo —Soliviantándose, masticando su orgullo herido—. ¿Tú sabes lo que es el éxito empresarial?, es un esfuerzo máximo realizado por un conjunto de muchas personas a las que yo dirijo y lo hago muy bien; son millones de horas de trabajo acumuladas para conseguir un objetivo. ¡Cómo no va  trascender!, ¡Qué ignorancia la tuya!

—Hablas siempre en un plano material, ese no es el único camino; así no alcanzarás tu cometido espiritual, no evolucionarás a un ser mejor —dijo convencido de que era inútil la conversación.

—¡Pero de qué me hablas!, espíritus, evolución, ciclos…, tonterías; yo soy lo que tengo, un triunfo.

 *****

Estaba de pie frente al espejo, se sentía paralizado. Veía intranquilo su reflejo, se le notaba desubicado; su cuerpo aún temblaba como una hoja. Miró al suelo y vio los múltiples restos del vaso de Bohemia que se había estrellado en el suelo; se volvió a su mesa de despacho y pulsó nervioso un botón.

—Estela, mande a los de limpieza que un vaso se ha roto; también pregúnteles qué cojones usan para limpiar la vajilla —comentó indignado—. Los vasos parecen peces escurridizos y alguno se está jugando su puesto de trabajo. Otra cosa más, voy a salir y quiero que el coche esté preparado abajo en dos minutos.

Salió pensativo de la habitación por el ascensor privado, sabía que algo no iba bien; había tenido un lapsus que le había dejado paralizado y no recordaba nada salvo la imagen de un ser desagradable; este tenía los cabellos largos y un sinfín de arrugas que matizaban su rostro como si hubiera sido dibujado a plumilla.

Entró en el coche más tranquilo, percibió que el temblor había cesado; dio la orden de marcha al chófer y enseguida se abrió una pantalla de grandes dimensiones en el centro del habitáculo. Maravillas de la técnica, a pesar de ser virtual la pantalla tenía una definición perfecta; desplegó el micrófono, también virtual.

—Felipe, ¿cómo va esa compra?, han cedido en las condiciones, bien; estupendo envíame el informe. —Seleccionando otro interlocutor—. Alex, necesito inmediatamente la información estratégica de Fuente & Taja sons, me los quiero comer enteritos; haz una oferta a la baja y no me jodas, usa lo que esté a tu alcance para controlar su accionariado.

Se encendió uno de sus habanos favoritos y conectó el extractor del aire para que el habitáculo siguiera oliendo majestuosamente. Miraba al puro pensando en que se lo merecía, parecía su cetro de autoridad; un avisador apareció en pantalla, era una llamada de la oficina.

—Señor Lacambria… —Se oyó una voz femenina.

—Dígame señorita Cortés.

—El señ… pide los dat… el dinero no ven… contra los… deseo suyo?

—No la entiendo señorita, se entrecorta; Jesús, para el coche aquí mismo; ¡ya!, mierda de cobertura inalámbrica —El coche frenó bruscamente y quedo aparcado. La conversación continuó hasta que Lacambria despidió a su interlocutora.

—Joder Jesús, tenemos que volver a la oficina. ¡Mierda de puro!, me he echado la ceniza encima; ¡A tomar por culo! —Pulsó el botón de bajada de la ventanilla y lo lanzó con ira al exterior. El puro voló hasta golpear en la frente de un indigente, que tambaleante se dirigía hacia el coche. Lacambria, estalló en una carcajada viendo cómo el indigente se quedaba paralizado después de recibir el impacto.

—Miserable pedigüeño, ja, ja, ja —De repente, su risa se apagó y volvió la cabeza; con una mueca confirmó que aquel rostro le resultaba familiar, ¿sería la imagen del espejo?. Resopló y un temblor le invadió.

 *****

—El parámetro Codicia/Miseria —Se despertó mascullando esas palabras y degustando el amargor de la resaca; miró al suelo y allí estaba la colilla, la que le había hecho tener ese sueño extraño.

Sintió hambre, a esas horas siempre tenía hambre. Iría a la cafetería de Teresa y le pediría las sobras de los aperitivos de ayer; esperaba que hubiera ensaladilla rusa y torreznos. Traspasó la puerta del bar como un zombi e hizo un pequeño gesto con la mano. A Teresa, la afable propietaria, le mudó el rostro; aunque era una visita muy desagradable, no era capaz de despedirle sin más. Quedó el mendigo de pie, con la mueca ensayada de “Tengo hambre”. Se arrimó a la barra, tomó un vaso de vino y devoró las sobras que le pusieron en un plato. Luego recibió un sobrante y lo guardó en una bolsa porque esperaba merendarlo esa misma tarde.

—Gracias Teresa, ya sabes que te lo pagaré en la próxima vida o ciclo.

—Y yo me lo creo…, anda tira pa la calle y a ver si vienes más limpio, que me espantas los clientes.

—Lo siento, la calle está muy sucia; a ver si el ayuntamiento la limpia mejor, lo que tenemos que sufrir los pobres —Cínico y satisfecho salió a la calle hurgándose en los dientes con un palillo. Apenas recordaba el sueño, “tantos pobres como codiciosos hay… “; poco le importaba, mientras a él no le quitaran la concesión exclusiva de sobras de ese bar.

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