La desolación es mi nombre, la palabra mal augurio es mi apellido, la soledad inunda cada rincón de mis días.

Llevo el pelo sin cortar, la ropa que llevé durante años, zapatos viejos y pequeños… Sus suelas están gastadas, pero aún queda mucho camino por recorrer.

Sin tiempo, no podíamos respirar. Aún recuerdo las voces que daba mi madre por aquél teléfono diciendo que nos dieran más tiempo, tiempo para ir al abismo del mismo infierno. 

En nuestra lucha parece solo haber perdedores, los ganadores tienen su propia guerra.

Aquella mañana la tengo grabada en mis sueños aún, cuando nos despertaron unos golpes en la puerta, eran un par de policías, venían a echarnos de nuestra propia casa.

¡Era mi casa! El hogar que le costó sudor y lágrimas a mi madre durante tanto tiempo.

Mi madre perdió el trabajo en la fábrica hace cosa de unos meses, seguidamente se volvió loca haciendo arreglos de ropa en casas señoriales, formando parte del servicio hasta altas horas de la noche, pero al parecer no era suficiente, no sirvió de mucho.

Estaba cansada, sus manos estaban más secas que el mismo hielo.

Siento todavía recorrer sus lágrimas por mi pecho, como retumban sus sollozos en mi mente diciéndome que nos había dejado sin hogar a mi hermana y a mí.

Podía romper aquél odio con mi propio puño, mientras se desfiguraban mis manos contra la pared.

Pero desde hace unos meses, espero con ansía la llegada del nuevo curso. Aunque viva en la calle, tengo amigos, amigos que me saludan. Amigos que ríen conmigo, compartiendo mis tristezas.

Porque ahora aquí, me siento bien, tengo una gran profesora que nos hace sentir en familia. 

Que nos repite día a día que podemos ser mejores personas, y que si luchamos lo conseguiremos.

«Porque nunca es el final, siempre es el comienzo de algo nuevo». -decía todos los días en clase. 

Bordaba en nuestras mentes diariamente el valor de cada uno de nosotros. Ella me ha enseñado que todos tenemos el poder de luchar por nuestra libertad, por una vida digna.

Ahora sé que tengo un gran potencial dentro de mí, como ayuda para poder sacarlo.

La lluvia no ahoga mi rostro en la niebla, siento el sol cada mañana dando luz a mis ideas.

Arropado por el humo solidario, por la cálida imagen de la amistad.

Olvido mis pensamientos aquí, para convertirlos en bonitas mariposas volando por mi mente.

Por primera vez, vuelvo a estar como en casa.

Lucas Adra,

16 años

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