¿Por qué tanto odio?
La sangre de los nuestros, de los tuyos y de los míos, tiñe de muerte el mismo río y las mismas piedras del camino.
No hay vencedores ni vencidos, sólo víctimas, las tuyas y las mías, que yacen perdidas en una tierra que no es ni de unos ni de otros, sino de todos.
No hay que utilizar el pasado para volver a él. No hay que utilizar el pasado, sino aprender de él.
¿Por qué tanto rencor?
Sé que lloras a los tuyos, yo también lloré a los míos. Nuestras lágrimas son hermanas que se acompañan en la pena. Una pena que sentimos por igual, porque no hay una para ti y otra diferente para mí. Es la misma, siempre ha sido así.
El dolor no conoce bandos, el dolor es el dolor; el tuyo, el mío, el de los nuestros. Un dolor que se arraiga en el corazón y que cargamos como una pesada piedra que nos impide avanzar. Tuve que elegir entre llevarlo conmigo o dejarlo atrás, y decidí liberarme de él porque me tenía anclada a unos errores que no quería repetir, a unos sentimientos que no me dejaban seguir.
Lo que está hecho no se puede cambiar. Ellos ya no volverán, ni los tuyos, ni los míos.
¿Por qué tanto odio?
Me hablarás de su sufrimiento y de su injusto final. Yo sólo te diré: la guerra no es un campo de flores del que disfrutas una tarde de primavera mientras el sol calienta tu rostro y te tumbas sobre una mullida cama de hierba y aspiras el aroma de las amapolas.
Tampoco es un juego infantil en el que nadie sale herido, a excepción de unas rodillas raspadas por el entusiasmo y torpeza de los participantes. Donde el sonido del odio es sustituido por las risas de quienes juegan a ser enemigos.
La guerra es el infierno en la tierra y, como tal, un lugar de sufrimiento para todos, para los tuyos y para los míos. Ambos fueron verdugos, y ambos fueron víctimas. ¿O acaso crees que la muerte recibió a los míos con un cálido abrazo? Su gélido beso no hace distinciones, sólo los hombres las hacemos.
¿Por qué tanto rencor?
Los hermanos no deberían remar en direcciones opuestas, así sólo conseguirán que su barca dé vueltas sin control y sea arrastrada por aguas turbulentas que utilizarán la embarcación, y a sus tripulantes, para alimentar sus profundidades. Acabarán chocando con las afiladas rocas que se escondían en ella, astillándose para siempre la noble madera, mientras ellos son engullidos por caprichosos remolinos.
Buscarán la mano del otro para volver a la superficie, para volver a respirar la honradez del aire, para volver a calentarse bajo la cálida luz de la razón; pero las furiosas corrientes ya los han separado. Imposible encontrarse entre el fango en el que ahora se hunden sus pies mientras son zarandeados por la egoísta voluntad de las aguas.
Y, ahora, los hermanos se ahogan en sus diferencias. Volver atrás ya no es una opción, el agua les ha hecho prisioneros y destrozado lo único que podría haberlos liberado: la férrea estabilidad de su barca. Se convierten en algas maleables y sumisas movidas al son que dictan esas aguas, esperando, erróneamente, que la misma que les hundió, sea ahora la que les salve. Y en la larga espera, los hermanos se culpan mutuamente por su trágico final, hundiéndose aún más en el fango que llena sus corazones, sin darse cuenta de que forman parte de eso mismo que destruyó su embarcación.
No culpéis al agua, ella nunca ocultó sus intenciones, sólo las disfrazó bajo la apariencia de una hermosa utopía sabiendo que los hermanos correrían hacia ella como luciérnagas a la luz. Una luz brillante y cegadora que no les dejó ver que se dirigían a un abismo del que ya no podrían escapar.
Se sirvió de las diferencias de los hermanos para hacer aún más grande la brecha entre ellos y hacerlos creer que sus anhelos no podrían cumplirse si el contrario conseguía los suyos. Y, así, el agua consiguió que remaran en direcciones opuestas, y pudo arrastrarlos hasta donde ella quiso y como ella quiso.
¿Por qué tanto odio?
Aprendimos de los errores de nuestros hermanos, y construimos puentes que unieron las dos orillas, que hicieron más corta la distancia que nos separaba. Puentes con fuertes pilares que aguantaron las embestidas de esas feroces y turbulentas aguas que nunca cesaron en su empeño de volver a separarnos.
Pero hoy, el pasado golpea de nuevo esos pilares con la cólera de mil mares, creando grietas que amenazan con devastar lo que con tanto esfuerzo construimos. Mientras, los unos y los otros permanecemos impasibles en nuestras orillas, culpando a ese puente de habernos separado. ¿Cómo podemos culpar aquello que sirvió para unirnos de ser el responsable de distanciarnos?
Volvemos a ser esos hermanos hundidos en el fango, que se culpan mutuamente de su mala suerte. Volvemos a ser luciérnagas que se dejan cegar por una falsa luz. Volvemos a ser algas maleables al son que dictan aguas turbulentas.
¿Por qué tanto rencor?
No te pediré que pagues por mis muertos, el barquero hace mucho que se cobró esas monedas.
No te acusaré de ser la mano ejecutora, el pasado no es culpa tuya, ni mía. Esa extremidad, autora de viejos conflictos y que volaba sobre ambos bandos, vive en nuestros recuerdos, pero tú y yo cortamos sus alas, nos unimos y firmamos para que no volviera a ser una realidad.
Dejemos descansar al pasado, no avivemos esa pesadilla de la que nos costó sangre y almas despertar. Las de los tuyos y las de los míos. No te pido que lo olvides, jamás osaría reclamarte que no recuerdes el sacrificio de los tuyos, ellos viven en tu memoria, como los míos viven en la mía.
No dejaré que utilicen mi dolor para herirte, porque mi dolor es mío, no un fusil cargado de odio que es disparado por la mano interesada de quienes quieren volver a la oscuridad de las profundas aguas, una oscuridad que tú y yo conseguimos iluminar.
Hoy debemos volver a la barca y surcar de nuevo las furiosas corrientes para reconstruir el puente que nos unió hace ya tanto tiempo. Coge el remo que más te guste, yo haré lo mismo, porque no importa que sean diferentes si yo remo contigo y tú conmigo.
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