– Cinco para las seis… ufff!.  

Desperezandose éstas fueron las palabras que Julito dijo durante cuatro años seguidos. Ni una más, pero tampoco una menos.  Qué chamaco éste… flojo!

Levántate hombre que llegarás tarde! la combi pasa en punto bien lo sabes «ninio»!

Voy mama, ahí voy!   Y saltando de la hamaca ,tropezando con un banquito que había en el camino se vistió, se abotonó mal la filipina, medio se peinó los pelos tiesos y parados, renegridos y se sentó a desayunar.

Está rico mama, dijo quemándose los dedos con la tortilla quemada y engullendo una buena cucharada de frijoles negros, espesos, fritos en grasa de cerdo .

No hay chile mama?   La mujer, mirándole con ternura le alcanzó un chile pequeño, verde como una eesmeralda y el niño lo mordisqueaba lentamente, soplando y agitando los dedos para abanicarse la entumecida boca…

Me voy mama, bendición!

Dios me lo bendiga mi hijo, cuídese y aprenda mucho hoy!

Casi una hora tardaba en llegar al colegio. La vieja camioneta iba llena todos los días. Gente que iba a trabajar a la ciudad, gente que iba a hacer cola a los hospitales públicos a ver si encontraba turno, escolares… Julito los conocía a todos, asi que cuando alguien subía siempre saludaba entre dientes a lo que los pasajeros medio dormidos respondían amigablemente.

Llegó a la escuela con la cabeza erguida, pensando en que le esperaría ese día.

No era nada fácil convivir con otros chicos que no eran indígenas como él. Que no pasaban tanta miseria como él. Que si tenían padre no como él que jamás conoció al suyo. 

No se avergonzaba pero era conciente de que estaba en desventaja.

Incluso algunos maestros lo trataban diferente. Eso era innegable.

Julito no tenía computadora. En el pueblo no había cibercafé , asi que las tareas tenía que hacerlas en el centro de la ciudad cuando salía del colegio y antes de regresar a casa.

Muchas veces su mama lo regañaba por la tardanza.

– Mi hijo mire la hora que es y usted apenas llega a la casa!

El le explicaba con todo amor que tuvo tarea que hacer pero la mujer  se preocupaba con toda razón . Después de todo solo era un niño de dieciocho años.

– Ya soy un hombre mama! le decía haciendo énfasis en la palabra «mama» , que siempre la pronunciaba sin el acento en la última A.

Todavía nadie entendía porque había elegido esa carrera.

_ Doctor Julio. Usted debería ser doctor, le decía su mama cuando apenas estaba en segundo año de primaria.

No mama! ser doctor es una cochinada!

_No digas disparates hombre! como que cochinada? de donde sacas esas cosas?

_Acuerdese mama, acuerdese cuando nació el hijo de la tía Julia! todo lleno de sangre, de popó, que asco me dió aquello!

La familia estaba llena de «Julios». Todo porque el bisabuelito asi se llamó, por haber nacido en ese mes por supuesto, asi que los hijos varones que fueron cinco se llamaban todos «Julio Algo, Julio Enrique, Julio Ernesto, por ejemplo.  Y las mujeres Julias.  Y los nietos según el sexo, Julio o Julia.

_ Cuando sea grande yo seré rico mama, estudiaré pa ser rico!

Asi que en esos menesteres andaba el joven tratando de seguir una carrera que según su entender lo haría rico.

Sería chef.

La clase de técnicas culinarias era la que mas le gustaba. Porque él creía que tenía el don para ser buenísimo en eso. Podía picar una cebolla en dos minutos, haciendo unos cubitos idénticos y perfectos, podía deshuesar un pollo más rápido que sus compañeros, que lo miraban como no entendiendo como lo hacía, podía condimentar un guiso con idoneidad y hacerlo inolvidable.

Pero tenía un gran defecto.  A pesar de ser el mejor estudiante tenía un muy gran defecto.

Era pobre.

Y eso podía verse enseguida. 

Sus zapatos eran los mas baratos y sus manos denunciaban un trabajo rudo en las horas libres.

Manos de campesino .

Julio sabía perfectamente que ésto lo ponía en desventaja frente a los demás estudiantes.

Al menos eso creía él.

Era muy joven para saber, para entender que el que es bueno en algo es bueno tenga o no tenga plata.

Y el inútil lo será toda la vida aunque le lluevan millones de pesos. Eso le decía la mama todos los dias, tratando de hacerlo fuerte ante los desprecios de sus compañeros.

Cuando sus compañeros de clase iban  los sábados a bailar o de fiesta, él nunca podía ir. Con qué?

Sufría si, pero se conformaba viendo la tele o saliendo a cazar lagartos con los amigos del pueblo.

Qué jodido es ser pobre, se decían mientras aguardaban que el  pobre animal cayera en la trampa.

Un día, Julito llegó al colegio y lo llamaron de la oficina del rector.

_Mire Julio, usted y yo tenemos que hablar seriamente… le dijo el maestro con cara sombría y gesto de enojo.

_Una compañera suya lo esta acusando de molestarla con mensajes impropios, con propuestas indecentes, incluso vinieron los padres de la alumna a hablar conmigo. Como comprenderá no puedo pasar por alto ésta situación!

El joven bajó la cabeza y se le cayeron las lágrimas y los mocos. Pero enseguida reaccionó.

_ Qué yo le mando mensajes le dijo?

_ Si señor, eso dijo.

_ Y conque se supone que le mande mensajes sino tengo celular? 

El hombre se acomodó en la silla y abrió los ojos y la boca sin saber que decirle.

_ Este..está seguro que no tiene?  No será del celular de algún compañero que le manda los mejsajes?

_ Y usted cree que alguien alguna vez me prestaría su teléfono maestro?  Mis compañeros dicen que «los mayitas» no sabemos ni usarlo!

El hombre no dijo nada. Ni lo miró siquiera.  Y lo despidió haciendole un gesto con la mano y dándole la espalda.

Cuando entró al salón, adivinó risitas burlonas y  complicidad malvada, pero no dijo nada y se sentó en su lugar de siempre y esperó a que el profestor lo nombrara cuando pasaba lista. 

Tenía la garganta seca y sentía un profundo abatimiento pero no dijo nada.

_ Pasaré a entregar los exámenes  que ya corregí, como siempre la mejor calificación es la del compañero Julio.

Ahi si sintió verguenza, ahi si se sintió incómodo, más que cuando entró al salón y sabía que todos esperaban que tomara sus cosas y se fuera para siempre.

Porque un indígena pobre sale sobrando .

Pero todas éstas cosas lo fueron haciendo más y más fuerte. Eso y los frijoles con grasa de cerdo y los huevos de campo , y el maíz de la milpa del pueblo  y los pollos y los cocos … y todo lo que él y su familia procuraban para ir pasando la vida.

Y el amor de las tías Julias y de los primos Julitos.

Y las miradas furtivas de la chamaquita de chancletas rosadas que se paseaba «casualmente» por su casa, todas las tardecitas, sonriendole de oreja a oreja y dándole unas miraditas que para que te digo!.

Qué vida tan pobre tengo! se dijo sonriendo, años después mientras pelaba kilos y kilos de camarones en el mejor hotel de la ciudad  donde trabajaba como asistente del chef principal.

Solo lo sacaba de su concentración el sonido de su canción favorita en su teléfono, cuando le avisaba que su esposa lo llamaba para decirle que lo amaba o que lo extrañaba o simplemente preguntandole como estaba.

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