Viene de otra, sale y respira llorando, muy poco preparado para lo que viene, aunque ordenado para que así sea. El mundo no le da bienvenida, eso es un invento. En realidad, es producto de una cadena de acontecimientos que nos hizo sobrevivir como especie. Abrió los ojos, sufrió, torció la boca, y miró al progenitor, al que le habían dado permiso para espiar. Pero esa posibilidad fue desaprovechada para registrar todo ilegalmente con su cámara del celular. Lo importante debía ser el entrecruce de miradas, y ver el sexo. ¿La madre? Por ahí cerca, medio cuerpo anestesiado o más. ¿El milagro de la vida? No, una visión muy optimista es esa. Así se resolvía los dilemas Héctor Cascoroto, los días que se cruzaba con Javier Malatesta, ambos los mejores sexadores de pollos y grandes aborrecedores de la vida. 

La poca regocijante labor de un sexador de pollos es justo lo que suena que es: catalogar pollos por sexo. Ellos sabían que se trataba de una profesión con gran déficit de trabajadores, pues requería capacidades especiales. Y solamente era posible adquirir dichas habilidades con cierto ingenio, obtenido de varios años de malos tragos. A fin de poder reconocer correctamente cuáles pollos son machos y cuáles son hembras, Héctor y Javier maldecían todos los días un rato el haber nacido. El trabajo parece accesible y poco complejo, pero implica jornadas agotadoras de hasta doce horas, donde la labor es catalogar mil pollos cada sesenta minutos, sin equivocarse más del dos por ciento de inspecciones hechas. No se requiere paciencia, se necesita una habilidad minuciosa de fortaleza humana para la cual no había sustantivo posible. La concentración puede llevar a enloquecer hasta al más vertiginoso amante de la vida, eso sin mencionar el olor de la granja de pollos que hay que soportar. Ellos se decían que con animarse a hacerlo, recibiendo la capacitación adecuada, se podría estar frente a una oportunidad de trabajo muy bien pagada, y poco competida.

Ahora bien, temo no colmar las expectativas sobre tan grandiosos ejemplares humanos. En realidad, lo que vengo a contar es el fallecimiento de uno y otro, en circunstancias muy penosas. Los pollos no son criaturas fáciles, lo parecen pero no lo son. Tienen un carácter indomable cuando se trata de detectarles el sexo. No se dejan fácilmente. Y los dos hombres lo sabían. Después de tantos años, no había pollo que pudiera escapárseles, pues la lucha que planteaban era desigual. Ellos tenían todo el catálogo de artilugios para enfrentar al indicado. Probaban, en cuestión de segundos, una batería de recursos impensados para saber qué demonios era el pollo. Al finalizar un día sin frustraciones, felicidad no era la palabra, porque la vida la seguían odiando, más bien tenían un encanto cautivador que solo ellos podían disfrutar, bañados en aromas de granja.  

Hacía mucho que la plenitud de saberse victoriosos no cesaba, hasta que llegó el que no debe pronunciarse: el innombrable, así fue conocido luego de estos acontecimientos. El pollo 033 provocó la muerte de Héctor y Javier. Ese pollo de entrada fue distinto, como si ya no estuviese conforme con la vida que tenía, se mostraba indomable. Se hacía respetar con un ímpetu desmedido, corría de una punta a otra sin mediar razones. De ese modo, así, como quien quiere saborear los peligros en cada rincón, se mostraba el pollo 033. La primera mirada la tuvo con Javier. No fue buena, no fue mirada, y eso era un mal presagio, un día de más trabajo. Se sabía que la mirada lo era todo, en ese instante de comprensión mutua. El hombre adivinaba su carácter, y el pollo accedía con parsimonia a mostrar su sexo, después de varios escapes esperables. Era la ocasión de la entrega sexual. Comúnmente, no podía pasarse más de cinco minutos para la clasificación a partir de ese apasionamiento, ya que a posteriori se perdía productividad. Por tal motivo, los días donde no existía ese flechazo ocular, eran extenuantes al extremo.

Como consecuencia todo se desplomó al saber que el dominio de esa cría era impensado. Llamó a Héctor, y este llegó inmediatamente, puesto que su pollo del momento había sido fácil de domesticar, y su miembro más fácil de detectar. El 033 los esperaba agazapado, corría de un lado al otro, solitario, confuso y rencoroso, sabiendo lo que sus futuros acosadores querían. Protegiendo en todo momento su cuerpo, se deshizo en picotazos a la nada, hasta que uno dio en el talón de Héctor. El desgarrador grito de dolor, totalmente exagerado, fue la demostración de lo poco acostumbrado que estaban al ataque avícola. Ese era un talón virgen de violencia de pollo. Claro está que dicha ave era especial, y se había vuelto el primer desafío en serio desde que tan llamativo oficio poseían. 

Javier fue corriendo como un toro lunático, vengador de todos los toros muertos en corridas, rumbo al ataque franco del pollo, que no dejaba de dar vueltas casi sobre su propio eje, sin mostrar lógica alguna. Ahí mismo se tiró de cabeza, en una jugada que sorprendió a 033 a tal punto que le hizo recordar su niñez de pollito, sus hermanos, y la trágica muerte de su madre. Desafortunadamente, el cuero de hombre con cabellera gris dio en el suelo del corral, sin ningún tipo de anestesia. Por uno de esos pelos grises, el pollo despiadado se salvó, refugiándose en una esquina de su nuevo ring. Vio, entonces, cómo se acercaba la furia humana duplicada para acabarlo. Ya no les importaba saber su sexo. La lucha trabada entre animales ahora debatía el honor y orgullo de una justa de caballeros. Ambos se lanzaron sin mediar palabras sobre la enloquecida ave, que babeaba delirio por su pico, y los esperó como un valiente guerrero. Era su final, la imagen saliendo del cascarón, conociendo la granja que había sido su mundo, fue la conclusión de ese momento. No pudo hacer mucho, su mente estaba ida desde hacía ya tiempo. Al pollo 033 se le mezclaban los pensamientos los últimos días. Pero ahora era distinto, la fatalidad era lo seguro cuando en el aire vio los dos cuerpos inmensos volar para caer sobre él, como luchadores de catch en el último round. Se sintió en paz, en el preciso momento en que ambos físicos robustos por fin tocaron el suyo. 

Héctor y Javier se levantaron, y tras quitarse algo de fluidos en sus ropas, se abrazaron. Nunca quisieron ver el sexo del pollo. Decidieron que se lo había ganado tan digno rival. La cosa fue a los días, unos pocos, cuando uno de ellos empezó con fiebre y estornudos raros, como de pato. Enseguida fue el otro, y los dos con temperatura, alucinaciones y unas ganas de agarrarse a trompadas con el que venga, irrefrenables. Duraron un par de días más, parece que una nueva mutación de gripe aviar estaba dando vueltas, impredecible, desafiante, como la mirada del pollo 033. Se fueron en paz, no como vinieron. Ese pesimismo sobre el nacimiento se les fue de golpe.


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