“A ambos lados de helado río se extendía un tétrico bosque de coníferas. Poco tiempo antes, el viento había desnudado a los árboles de su capa de nieve, por lo que parecían inclinarse los unos hacia los otros, cual negras sombras fatídicas a la luz del crepúsculo. Sobre la tierra reinaba un vasto silencio. Toda era una desolación sin vida, sin movimiento, tan solitaria y fría que no se desprendía de ella ni siquiera un espíritu de tristeza. Había en ello algo como una carcajada, más terrible que la misma tristeza, más desolada que la sonrisa de la esfinge; una risa tan fría como de hielo, que tenía el espanto de lo inexorable. Era la sabiduría superior incomunicable de la burla eterna de la futilidad de lo viviente y de sus esfuerzos. Era la selva, la salvaje selva boreal cuyo corazón está helado.
Pero allí mismo, desafiante, se encontraba la vida. Aguas abajo, por el río helado, avanzaba trabajosamente un trineo tirado por perros de aspecto lobuno.”
El comienzo enseguida te lleva a un mundo inhóspito, frío, inhumano, donde se desarrolla la mayor parte de la novela. Donde todo lo viviente debe luchar – a muerte – por sobrevivir y establecer sus valores. Aquí prevalece la Ley del más fuerte que desafía a las dificultades de la vida que es dura.Y parece increíble que en estas condiciones infrahumanas pueden vencer, aunque en contadas ocasiones, al contrarío de las leyes salvajes de la Supervivencia despiadada, los valores como amistad, valentía, superación, alegría de vivir y ayudar a los demás. La verdad que a mí me han sobrecogido estos contrastes, me han puesto los pelos de punta literalmente al leer las primeras líneas que suenan como verso blanco: sentí el frío, la desolación, la fatalidad. Pero al leer el siguiente párrafo, la esperanza y un soplo de brisa cálida de lo humano, compasivo y …ya no podía dejar de leer esta historia tan emotiva sobre un lobezno capaz de entender y elegir lo que se llame “hogar”…
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