“Nací cuando mis padres ya no se querían. Cristina, mi hermana mayor, era por entonces una jovencita displicente, cuya sola mirada me hacía culpable de alguna misteriosa ofensa hacia su persona, que nunca conseguí descifrar. En cuanto a mis hermanos Jerónimo y Fabián, gemelos y llenos de acné, no me hacían el menor caso. De modo que los primeros años de mi vida fueron bastante solitarios.
Uno de mis recuerdos más lejanos se remonta a la noche en que vi correr al Unicornio que vivía enmarcado en la reproducción de un famoso tapiz. Con asombrosa nitidez, le vi echar a correr y desaparecer por un ángulo del marco, para reaparecer enseguida y retornar a su lugar; hermoso, blanquísimo y enigmático.
Nunca supe por qué razón el Unicornio había intentado escapar del cuadro y durante mucho tiempo me intrigó, y aun me atemorizó un poco. Por aquellos días yo no debía de tener más de cinco años –quizás sólo cuatro–, pero ese recuerdo tiene un lugar relevante entre los primeros de mi vida. A veces, los recuerdos se parecen a algunos objetos, aparentemente inútiles, por los que se siente un confuso apego. Sin saber muy bien por qué razón, no nos decidimos a tirarlos y acaban amontonándose al fondo de ese cajón que evitamos abrir, como si allí fuéramos a encontrar alguna cosa que no se desea, o incluso se teme vagamente.”
Con estos impagables párrafos, una narradora ya en su edad madura nos introduce de lleno en la vida de su familia en el momento de su infancia. Con breves trazos y como sin querer, nos describe desde la edad y personalidad de los miembros de su familia (su hermana ya convertida en una pequeña mujer, sus hermanos adolescentes, los padres que siguen casados por las apariencias) y su posición social (por la copia del famoso tapiz “La dama y el unicornio”).
Con la misma sencillez nos introduce en su propia forma de ser, dotada con una imaginación desbordada de niña pequeña que de mayor sigue creyendo en la magia.
Al final del último párrafo extraído, nos deja entrever la posibilidad de que abrir la caja de los recuerdos de su memoria puede traer al presente dolor y sufrimiento pasado.
Durante toda la novela la narradora nos habla en pasado con una voz personalísima que bien pudiera haber sido la de aquella niña hablando en presente, como si su ser más profundo y verdadero nunca hubiera crecido más que lo imprescindible.
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