Desde el andén, y mientras esperaba, pude oír su voz suplicante. Tapé mis oídos, no quise escucharla. Necesitaba alejarme de ella. La noche transcurría lentamente por lo cual pude atrapar entre mis manos las figuras corporizadas de los segundos. Como si se tratase de imaginarias piezas de un rompecabezas, que yo iba armando a mi antojo y semejanza con aquel submundo apenas corpóreo que se iba dibujando poco a poco, tras el misterioso acontecer de esta negra noche. Tomé una de las figuras de esa fracción de tiempo. Busqué su lugar dentro del tablero imaginario de mi existencia, más no pude ubicarla. Sin embargo, algo en ella me decía que no estaba equivocada, pues noté cierta semejanza con el fantasma de un tiempo muy lejano, pero cierto de mi vida. Entonces, en un ángulo oculto tras las sombras, descubrí un pequeño pasaje de mi infancia. Tal vez, todo radicaba allí. Busqué más piezas que me ayudaran a develar los misterios ocultos de aquel tiempo perdido. La noche me dio la bienvenida. Me vi libre. Subí al tren y dejé en la vaga penumbra abandonada por siempre a la razón.
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