“Introduzca su código promocional para una experiencia de relación sentimental en el plano físico”

El mensaje no era demasiado motivador y si se comparaba con lo que le esperaba lo cierto es que no le hacía justicia, pero era posible que los diseñadores ya no se esforzaran mucho. Desde la mitad del siglo XXI, la realidad virtual se había desarrollado lo suficiente y en el comienzo del nuevo siglo, los anunciantes del negocio de relaciones sociales no virtuales se habían vuelto famélicos a la hora de conseguir usuarios, los códigos promocionales aparecían hasta en los compuestos vitamínicos. Néstor no era especialmente sociable, tenía dos o tres amistades en el plano físico y unas veinte o treinta mil en el virtual, la mayor parte de ellas sin referente real, construcciones psico-sociales que se adaptaban como un guante a sus necesidades. Sus escasos contactos sociales en el plano físico precisaban de un esfuerzo excesivo. Tenía que ponerse el traje neumático, los guantes con nanotecnología que permitían la interacción con los dispositivos físicos, subirse a un transportador y finalmente familiarizarse con un entorno virtual diferente al suyo. En su casa, sin embargo, un movimiento ocular le bastaba para activar unas dos mil respuestas a un mensaje tecleado desde el periférico alojado en las yemas de los dedos de su mano izquierda mientras con la derecha exploraba unos cincuenta entornos virtuales para pasar la tarde.

            Apenas si podía imaginarse cómo era hace sólo unas décadas. Cada vez la necesidad de tener que introducir un código de autenticación, la comprobación de la huella dactilar o el iris…, eran demasiados pasos para conseguir una interacción. La persona que le esperaba era real, sí, pero… ¿Compensaba? Realmente las empresas de relaciones en el plano físico, por mucho que garantizaran una coincidencia de un 95% en intereses, aptitudes, status y –para los varones- un 99% en compatibilidad física, eran un negocio destinado al fracaso.

No obstante, introdujo el código, consciente de que el icono azul se encendería en cientos de pantallas similares a la suya.

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*****

 

– ¿Pero qué podía hacer yo? ¡No pude evitarlo!

El androide SQ25, encargado de la investigación policial, notaba cómo sus cálculos de probabilidad como reacción a la octava vez que la mujer de la colonia lunar se justificaba, le ralentizaban ligeramente en el plano físico. Los humanos aún necesitaban interactuar con pantallas con referente real, así que se giró sobre el servomecanismo para dirigirse al responsable de desarrollar la aplicación de PerfectMatch y le interrogó una vez más sobre la conexión establecida:

– Su cliente Miriam niega la responsabilidad y dice que se le aseguró una coincidencia de un 98 % en intereses, aptitudes, status y un 96 % en compatibilidad física con la víctima.

– Y así es, pero dejamos claro en las cláusulas que eso no garantiza nada. ¿Sabe que una criatura humana es indiferenciable genéticamente en un 98,4% de un chimpancé?

– Conozco la teoría de Darwin, aunque hay quien la aplica a los cíborgsy le aseguro que tiene sus fallos.

– La coincidencia es real- dijo el hombre, con un tono de cansancio- Nuestros sistemas lo han recalculado y dan una desviación de un 0,5% en los factores culturales y educativos y un 0,4% en los físicos

– Sigue usted negando lo evidente.

– ¿Qué es lo evidente? –dijo irritado el hombre- ¡El margen de error es inferior al cinco por ciento!

– Sí, pero sus sistemas han obviado que esa mujer es una psicópata al 100%. Y sin ningún margen de error – Sus programadores habían introducido las réplicas irónicas como una de las habilidades verbales de SQ25.

 

 

*****

           

Néstor siempre había confiado en los ordenadores, estaba seguro de que sabían lo que hacían. “Una hora para enamorarlas, otra para conseguirlas, otra para abandonarlas, dos para sustituirlas y un minuto para olvidarlas”. Era el lema con que PerfectMatch publicitaba a los hombres sus relaciones sentimentales en el plano físico, pero lo del último minuto no había sido cierto para Néstor. De hecho, PerfectMatch había incurrido en delito, fue demandada y su actividad prohibida. Todos sus responsables humanos fueron inhabilitados y los sistemas destruidos. Esto fue al menos lo que le dijeron a Néstor.

            Al despertarse de su coma, el primer rostro que recordó fue el de Miriam poco antes de abrirle la cabeza con untubo de presurización, afortunadamente en desuso – lo sabía porque él los reparaba y le había propuesto hacerlo minutos antes. Su mente no había borrado esos recuerdos y fue consciente de que le había faltado muy poco para que su vida terminara, pero en aquel momento, mientras le contaban todo en la pequeña estancia del complejo sanitario, sintió que no era lo que más le importaba. Según parecía, había encontrado un cuadro de personalidad anómalo en un sistema casi perfecto de probabilidad de coincidencia; y había sobrevivido. Los usuarios psicópatas no eran inhabilitados, se curaban, era el Sistema Socio-Sanitario de la colonia el que se responsabilizaba legalmente de sus desviaciones violentas, exonerando a los individuos. Así que Néstor supo lo que había que hacer al momento, una vez le dieron el alta volvió a su casa. Allí se puso su mejor traje neumático, cargó sus herramientas de precisión en un pequeño estuche, se sometió al trabajoso proceso de introducción del código de autenticación y reconocimiento del iris previo y finalmente al penoso viaje en transportador hacia un lejano hogar situado en la colonia donde pudo ver otra vez el rostro de Miriam, que le abría la puerta.

– Vengo a arreglar ese tubo, ¿no querrás tenerlo así siempre?

– Cariño – dijo Miriam sonriendo- creía que te había perdido.

De las más de dos horas que compartieron antes de que le rompiera el cráneo, a Néstor le hubiera bastado sólo un minuto para saber que esa sonrisa era lo que había estado esperando toda su vida.

 

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